sábado, 2 de abril de 2011

VIERNES SANTO 196…


Se puede decir que en la época en que quiero situar estas líneas -segunda mitad de los años sesenta del siglo pasado-  la religión católica formaba parte de la vida cotidiana de cualquier pueblo español y su liturgia marcaba tiempos y estaciones; baste recordar que además de misa y rosario diarios, Navidad y Semana Santa, también se resaltaba el mes de mayo dedicado a la Virgen, el de junio al Corazón de Jesús, el de noviembre a los difuntos con su inolvidable toque nocturno de ánimas, las rogativas matinales en primavera, etc.

Dentro de este contexto quiero apuntar el privilegio del que hemos disfrutado los que fuimos monaguillos ya que estábamos al lado del oficiante principal experimentando sensaciones distintas a las del resto del pueblo, ojos y oídos cercanos en toda celebración religiosa.

Hecha esta introducción, quiero centrarme en la procesión del Viernes Santo que representaba el camino de Jesucristo con la cruz hacia el Gólgota.
Se acallaban algunos cuchicheos con su presencia en la sacristía, lugar que considerábamos exclusivo de cura, sacristán y monaguillos, y el silencio era total tras el “buenas tardes” saludo que cuando se dirigía al sacerdote era distinto al del resto de vecinos, llevaba implícito una dosis extra de respeto.
En un apartado empezaba su transformación que creo recordar, con una sotana, un alba, una corona hecha de ramas de pino seco y los pies descalzos, conseguía cambiar al abuelo Quico en otra persona.
Si dentro de la iglesia ya sentíamos algo de fresco sabiendo de sus pies descalzos, cuando salíamos a la calle se sumaban los cantos, la tierra, a veces húmeda, y el frío que casi siempre hacía en estas fiestas cayeran cuando cayeran. El acompañamiento sonoro consistía en cánticos de letras desgarradoras que entonados con  timbres de voz femeninos sugerían un continuo llanto muy acorde con lo que estábamos viendo. Sonaba la campanilla, algo va a pasar, primera caída. Los inevitables golpes de la cruz con el suelo producían sonidos huecos, propios de vacío, pero metidos en ambiente se nos hacían como si la cruz que cargaba fuera muy pesada, incluso maciza. La tercera caída era la más espectacular, tanto que algunas veces dudábamos si podría levantarse y continuar sin saber si ello se debía a la propia representación, al cansancio acumulado o a ambas cosas.
Con el cansino vaivén de sus pasos vamos regresando a la iglesia.

Cuando todo ha terminado, despojado de ropajes ajenos y calzado, todo vuelve a su ser, todos volvemos a reconocer al abuelo Quico.


CARMELO

3 comentarios:

RITA dijo...

Rcuerdo perfectamente al abuelo Quico con la cruz a cuestas durante muchos años, que bien representaba la pasión, las caídas que nos dolían a todos, sobre todo a los más pequeños y ya no te digo a nosotros que le veiamos como lo que de verdad era "Abuelo Quico".

J.S. dijo...

Gracias a todos los que nos comentais cosas de Quintanilla. Que bien recordar a tantos nombres que nos suenan,por ellos mismos, o por sus apellidos. Gracias por los recuerdos del Viernes Santo. Yo lo pasaba muy mal, me metia tanto en la procesión que creia ,que sucedia en ese momento. Me sobrecogía ,cuando la procesión llegaba a la "Maritera"(creo que en la primera caida) y salia de la oscuridad de la noche una silueta "El Cirineo" (creo que se llamaba Abelino tenia un gran bigote),todo de negro,se acercaba muy despacio, y ayudaba a levantar la cruz al Cirineo.

Recuerdo muy bien,al señor Quico,al señor Jamin,y creo que el ultimo,fue el señor German Montes.



Pasando a otra cosas ¿mirais el facebook? ya son 50 los que recuerdan a Quintanilla. Mañana me apunto

Florentino Lerones Bores dijo...

Permíteme añadir a tu excelente relato el recuerdo de un tercer interviniente: el monaguillo que participaba de "peculiar Cirineo" (yo lo fuí un año de mi tío Benjamín y mi hermano varios de tu abuelo Quico). Y era peculiar porque nuestra misión era llevar un cordón que el penitente tenía atado al cuello.
A tal fin, se pedía consejo a los chicos mayores y experimentados, concretándose las reglas básicas en estar atento al cordón y a la caída.
Recuerdo que buscaba cualquier gesto o indicación del portador de la cruz que anunciara la inminente caída y el golpe seco de la madera contra el suelo.
Luego silencio..., se reanudaba la marcha y se esperaba la suiguiente caída...

Tino.