sábado, 12 de octubre de 2024

Las marcas del tiempo

 

En aquellos años de cuando chaval en el pueblo, no había momento del día casi –salvo

cuando estábamos en la escuela- en el que las calles no estuviesen ocupadas por algunos

de nosotros, concentrados en el desarrollo efectivo de nuestros juegos, y alegres y

risueños por demás; como expresando a todas luces que en aquel entonces éramos

completamente felices.


Y, en efecto, lo éramos ejecutando los distintos juegos que, por la edad, nos

correspondía; dependiendo un poco del tiempo del calendario y otro poco de la moda del

momento o de la ocurrencia de alguien del grupo. Eso sí, si el grupo se decidía por un

determinado juego, cada día íbamos apareciendo cada uno de nosotros con el instrumento

o el útil necesario para el juego: la peonza, el pincho de madera, la cuerda, la chapa o el

platillo, los cromos, etc., etc.

Y claro, en todos nuestros juegos tenía una importancia primordial el fútbol. Por lo que

dedicar un tiempo razonable cada día a la práctica de este deporte era algo de obligado

cumplimiento para todos nosotros. Dependiendo en ocasiones, eso sí, de la buena

disposición que tuviese en un determinado momento el que era el propietario del balón,

de si le soltaba o no cuando al resto nos apetecía jugar un partido de fútbol.


Los días se nos hacían siempre excesivamente cortos para tantas actividades como

queríamos realizar a lo largo de sus horas. Y andar siempre de acá para allá, ocupados en

decenas de juegos era nuestra máxima diaria; por lo que tan pronto se nos podía ver en

una zona del pueblo, como al minuto siguiente haber desaparecido de ella para poder

desarrollar nuestro siguiente juego en la parte opuesta del mismo.

Aunque no por ello, ocurría que no estuviésemos atentos también a lo que de novedad

ocurría en sus calles. Por ejemplo, de si llegaba algún vehículo – tipo coche, camión,

motocicleta- que no fuese de allí; por lo que, de inmediato, nos picaba la curiosidad y

corríamos detrás de él para saber dónde se detenía y cuál era el motivo que le traía

hasta allí.


Igual que pasaba con los vehículos ya habituales, los que suministraban al pueblo el pan, la

carne, el pescado o la fruta. Convirtiéndonos a veces, ya que pasábamos por allí, en

verdaderos pregoneros de la mercancía para el resto de los vecinos.

En este aspecto, siempre nos sorprendía a los chavales la llegada al pueblo con una cierta

regularidad de una furgoneta repleta de productos de alimentación que podían formar la

cesta de la compra de aquel entonces; siendo, además, portadora de otra serie de

utensilios o útiles para la casa de utilidad también necesaria. Y que, al comprobar cómo

la furgoneta llevaba siempre en su interior todo lo más imprescindible que las familias

pudiesen necesitar para el día a día, convinimos en bautizar al propietario de la misma

con este cariñoso apelativo: “el Arca de Noé”.


Y es que, lo mirases por donde lo mirases, llevaba consigo siempre un poco de todo lo que

en aquel entonces te pudieses imaginar. Porque cualquier cosa que se le pidiese, allí

aparecía con ella frente a la gente después de revolver algunos instantes en el interior

de la furgoneta. Por lo que con ese cariñoso apodo se quedaría para el resto del tiempo.



Otra de las personas que habitualmente llegaba al pueblo con una cierta asiduidad y un

tanto curiosa también, era “el afilador”. Y la verdad que, en este caso, los chavales no le

profesábamos especial cariño; e incluso nos podía llegar a producir un cierto miedo por

momentos. Porque su aspecto físico era ya un tanto extravagante; mostrándonos

también por su parte muy poca empatía para con nosotros; y hasta un acusado mal genio,

unido a su potente voz, que nos asustaba a veces.


Si a todo ello le unimos que el artilugio con el que se hacía acompañar para ejercer su

profesión de afilador resultaba ya un tanto extraño de entrada, y que cuando lo ponía en

funcionamiento saltaban al exterior un montón de chispas debido a la fricción del

utensilio a afilar con la piedra, el rechazo a su figura alcanzaba su grado máximo.

Momento en el que su voz retumbaba con más fuerza si cabe al indicarnos, enfadado, que

nos alejásemos de allí para que las chispas no nos alcanzasen.

Y claro, el hecho de que siempre apareciese pertrechado de un gran paraguas negro

entre sus pertenencias, no importaba la época del año que fuese, nos inclinaba mucho más

a seguir mostrándole nuestro rechazo de manera casi general.


Y es que nuestras dotes de observación, para luego hacer nuestras propias componendas,

no parecían tener límite en aquellos años cuando chavales en el pueblo.



                                         José Javier Terán.






sábado, 5 de octubre de 2024

BODA CIVIL

  
       Hoy el Ayuntamiento de Quintanilla está de celebración. Mayte ,la alcaldesa, ha celebrado la boda civil de uno de sus concejales.





Enhorabuena para los novios y nuestros mejores deseos de felicidad .