lunes, 26 de agosto de 2019

FIESTAS 2019


Pido unos kilobytes de espacio en este blog (a la vez escaparate y punto de encuentro) para expresar mi satisfacción por haber estado en el pueblo esos días, de jueves a domingo.

      Me resultó emocionante el acto de homenaje a mi hermano Eugenio, naturalmente, y reitero aquí mi gratitud muy sentida al pueblo: a las autoridades que tuvieron esa iniciativa, la gestionaron y la hicieron realidad, y a cada uno de quienes nos arroparon con su presencia y su adhesión.

      También mi aplauso porque se haya querido destacar y valorar algo que ha sido una modesta dedicación benéfica a favor de los más pobres y en tierras lejanas. Y, en este sentido, es digna de mención la feliz coincidencia de que la placa a Eugenio dé nombre a una plaza recientemente urbanizada (con muy buen gusto, dicho sea de paso), y dedicada a otro colectivo igualmente de último rango social: los guardas y pastores que sirvieron en el pueblo temporal y transitoriamente. Me complace muy hondamente que ambos niveles de la administración local hayan hecho suyos los hondos valores de solidaridad y aprecio por los humildes, con esa convergencia en la ubicación de ambos símbolos.

      Y no quisiera dejar el tema de Eugenio, sin recordar que Quintanilla ha sido muy generosa con él, porque éste es el segundo homenaje que le rinde. Al primero aludió discretamente la Sra. Alcaldesa en su alocución al descubrir la placa, pero los demás pecamos por omisión no explicitándolo más para los (casi todos) que no estábamos allí aquel día del año 1956: me refiero al recibimiento de que fue objeto Eugenio entonces, cuando volvió de vacaciones por vez primera tras 15 años de ausencia en Argentina.

      Si, como es mi caso, tenéis acceso a algún afortunado superviviente de aquel entonces, preguntadle detalles sobre cómo la gente salió espontáneamente a la carretera, “al coche”, a esperarle; bueno..., no todos, porque las campanas no tocarían solas; ¡alguno se habría quedado para voltearlas!  De modo que, por parte de la familia, un doble reconocimiento a todo el pueblo por ese magnánimo aprecio, entonces, ahora, y siempre entremedias.

En cuanto a los días de la Fiesta de Agosto, ha sido la primera vez que yo he estado para ese evento. Aunque no tengo dotes para los festejos multitudinarios o simplemente populares, reconozco que disfruté mucho de todas las actividades en las que participé.

     Destaco el ambiente de buena convivencia que percibí en todo momento, el espíritu de servicio y colaboración de muchos y muchas voluntarias en la preparación y desarrollo de cada acto, el saber hacer de cada uno y los talentos que se pusieron de manifiesto (musicales, culinarios y de todo orden); y, cómo no, el inmenso trabajo que el equipo organizador tuvo que realizar “río arriba”, es decir, previamente a todo ello. Y entre los antecedentes cuento también la construcción y excelente acondicionamiento del nuevo local, obra en gran parte, según tengo entendido, del esfuerzo, tesón y talentos varios reclutados in situ; hasta la ironía del nombre dado a la nave acredita que en Quintanilla hay agudeza, buen humor y amplitud de miras.

     Elogio aparte merece la novedad de que el fin de semana festivo haya estado precedido de una Semana Cultural: ¡excelente y meritoria idea! Personalmente, me habría gustado asistir a la conferencia sobre los orígenes de nuestro pueblo; ojalá algo de su contenido acabe llegándonos a todos por el cauce de este valioso blog. Y, de haber estado ahí, también me habría apuntado a la actividad de las cometas; no sólo por aquello de ‘hacerse como niños para entrar en Reino de los cielos’ (que me interesa mucho), sino también para medir mi destreza en el correcto equilibrado de esos artefactos, cosa que tiene su busilis...

       Y un enriquecimiento personal que no puedo dejar de mencionar ha sido ver tantas caras nuevas que desconocía. No pretendo decir que ahora las conozca mucho más, pero sí me interesé por muchos y muchas, importunando a mis más próximos para que a cada rostro añadieran datos que fueran significativos para mí; eso quería decir que fueran referidos a contemporáneos míos de la niñez.
       El resultado fue un grato, pero complejo, trepar por entre las ramas de los varios troncos de la arboleda genealógica de Quintanilla. Y para organizarlo ordenadamente, tuve que desempolvar mis rudimentos del sistema de coordenadas (yo, “de letras”) poniendo en abscisa el nombre del familiar coetáneo mío y en ordenada el número de generaciones que había que ascender hasta llegar a él, con lo que quedaría cada cual bien ubicado como (x, y).
       Así obtuve el punto (Herminio, 3), cuando pregunté por un mozalbete con cabello de un rubio como eslavónico, y se me explicó que era biznieto de Herminio-Jesusa; y el punto (Benjamín, 1), cuando pregunté quién era la señora poetisa, originaria del pueblo, que en la tarde del sábado nos deleitó elevándonos a las más subidas regiones de la lírica, y se me indicó que era hija de Benjamín Relea; y el punto (Pedro, 2)cuando insistí en conocer al artista que ha diseñado el logotipo del pueblo, y supe que era nieto de Pedro Marcos (además de sabrosos detalles sobre el proceso creativo de su ingenioso dibujo). En conjunto obtuve una gráfica puesta al día del padrón de quienes tienen vínculos con mi pueblo.

Un abrazo a Quintanilla, con una mención de aprecio a quienes prepararon tan esmeradamente la misa del domingo, y a las bonitas voces que tan melodiosamente fluían desde el coro hasta el altar.
                                                                                             
                                                                                                      
                                                                                                                      Tasio











sábado, 24 de agosto de 2019

Sabor a salitre

Sabor a salitre 

Toda la vida recordamos las poesías que aprendimos de niños. Al recitarlas, las letras de los versos vagabundean por los recovecos de nuestros recuerdos hasta encontrar la conexión que los aflora del olvido. Pero es un misterio cómo conseguimos recordar los olores o, aún peor, los sabores. El sabor a salitre permanece en mi memoria unido a la dulce sensación de liberación. Hace muchos años que no veo a Alejandro, pero su nombre es la chispa que me recuerda el sabor intenso a salitre. Inequívoco, preciso y ácido hasta el punto de que mencionar su nombre me hace tragar saliva para diluir el salitre de mi paladar que sólo existe en mi recuerdo.

Alejandro era un bromista ingenioso y ocurrente. Con él, era fácil iniciar la conversación con una chica, embaucar al profesor que terminaría subiéndote la nota del examen o salir de un bar con una invitación asegurada. Alejandro era el amigo al que todos nos gustaría parecer, el que tiene la llave del atrevimiento abriendo una relación desconocida. Cuando Alejandro hablaba, las sonrisas se dibujaban a su alrededor para corear sus ocurrencias y todo era divertido. Las conversaciones que surgían en grupo, iban torciéndose para confluir en él, como los árboles maleados por el viento; y Alejandro entretejía las palabras para airear su ingenio, aunque ello le costara la humillación a algún incauto de la conversación elegido al azar; aunque nadie más que yo pudiera percibir el sabor a salitre y ácido de su afilada locuacidad.

 La inteligencia de Alejandro, encontraba fácil presa con los más tímidos y asustados, a quienes denigraba y despreciaba por ser, como decía, pusilánimes y cobardes. Pero donde daba rienda suelta a su escarnio con verdadero disfrute, era con los más envalentonados, a los que vapuleaba con verdadera destreza intelectual. Incluso en una ocasión se midió con un profesor sustituto que vino a rellenar la clase del colegio. Desde el inicio, Alejandro se ensañó con aquel insolente, como él decía, que pretendía alzarse al mando de la clase. No tuvo piedad; en un sinfín encadenado de ataques dejó a su desprevenido contrincante al borde del fracaso académico para el recuerdo en su vida profesional y su asombro futuro. Y yo también fui su víctima.

 Durante los años en que coincidimos en la Facultad de Derecho, y antes de que la abandonara para dedicarse de lleno a una exitosa vida en la política, Alejandro exhibía conmigo sus mejores dotes de soberbia y arrogancia. Su dialéctica engreída estaba en un nivel superior a cualquiera de los estudiantes con los que se medía y él lo sabía; y disfrutaba.
 No es difícil imaginar un final para esta historia, en la que veo los ojos de Alejandro, sumergirse en el agua de un mar en calma, e imaginar sus últimas agudezas, inaudibles por la fuerza de mis manos clavándose en su cuello, chapoteando en el agua salada que alcanza mis labios con un inconfundible e imborrable sabor al salitre de la serenidad.

Pero el destino guarda carambolas inesperadas. Años más tarde, Alejandro se vio mezclado en un sucio suceso de corrupción política. Aunque las pruebas contra él no eran en absoluto concluyentes, fue interrogado en un juicio, en calidad de alto cargo, en el que yo era uno de los abogados de la acusación. Alejandro me reconoció y esbozó una sonrisa de superioridad; esa media sonrisa de desprecio y dominio que le acreditaba como seguro vencedor en un terreno favorable. Y sólo hubo que esperar. Me mostré torpe, articulando preguntas imprecisas y el capote surtió efecto: Alejandro mostró un despliegue narrativo sin precedentes. No pudo evitar explicar, con verdadera elegancia y actitud presuntuosa, todos los detalles ingeniosos de una trama propia del mejor guion cinematográfico. Se metió en la boca del lobo disfrutando del recuerdo de los viejos tiempos, cuando la dialéctica era un juego; y lo confundió con esta época en que la dialéctica es una trampa.

Cuando le visité en la cárcel, por asuntos administrativos, volví a ver su maldita media sonrisa, pero esta vez se me asemejó a la mueca del sabor del salitre.

                                                                                 Abel Calle Montes



viernes, 23 de agosto de 2019

RECUERDOS , Secreto Y VACIADOS

 RECUERDOS 

 Siento los rayos de sol y la brisa del cierzo en mi piel…. Piel arrugada por el paso del tiempo junto con un cuerpo cansado de caminar, que ahora descansa sentado junto a su hija esperando el atardecer…

 Cierro los ojos y aún puedo recordar, como si fuera ayer, a mi madre con esas manos suaves y ese olor a lavanda arreglar mi pelo para ir a la escuela y acariciar mi piel.

 Cuando me quise dar cuenta, al abrir mis ojos, era yo la madre, que arreglaba el pelo a mi hija y acariciaba su piel. Sin saber ni cómo ni por qué llegó el día en que mi hija con sus manos fuertes era la que me peinaba y acariciaba mi fragilidad.

 La felicidad embarga mi ser por sentirme acompañada, cuidada y querida. Recuerdo con anhelo todos los momentos vividos contigo, no siempre felices, aunque igualmente me recuerdan a ti.

 Ahora serena, con los ojos cerrados para poder recordar, el sol y la brisa acariciando mi piel, agarro fuerte la mano de mi hija, esperando a que llegue ese ansiado atardecer.

Deseando que algún día ella cierre sus ojos para recordar mi piel y que, agarrada a alguien también, sienta el calor de otra piel esperando su atardecer.


                                                 Rocío Gómez Tejerina




Secreto 

Se acercó, me miró a los ojos y dijo: “no enseñes a nadie esto que te he escrito”. Fue pasando el tiempo y guardé el secreto, como las semillas que no dicen nada hasta que germinan. Esperé paciente a la primavera, esa época en la que los deseos de las semillas se revelan. Esta primavera gotas de lluvia han roto el silencio y… ¿sabéis que cuentan? Cuentan que hace tiempo, una bella tarde, él me escribió un poema. Con notas de lluvia, paciencia y luz del sol, de aquellas palabras que fueron secreto surgió una canción que hablaba… de amor.

                                               Raquel Sangrador Fontecha


VACIADOS

           Se acurrucó en la mecedora, mientras escuchaba los rugidos de la máquina excavadora acercándose a los desgastados muros de su vivienda. Era la única casa del pueblo que aún quedaba en pie y su solitaria inquilina, Gloria, una maestra recién jubilada, se negaba a dejar lo que tiempo atrás había sido su escuela, su hogar y su vida, y que ahora, en un pueblo vacío de niños, de mayores y excluido cualquier futuro, era tan solo un edificio ruinoso a punto de ser demolido.

        Un operario la avisó de nuevo para que le hiciera caso. Para que tomara su exigua maleta y abandonara por fin el inmueble. El tiempo, reflexionó finalmente Gloria, se había acabado para aquel pueblo: vaciado por la falta de apoyos, y por la indiferencia, la frialdad y el desinterés de las instituciones, que le cerraron todas las puertas del progreso, lo que provocó el éxodo paulatino de sus habitantes.

        La excavadora asomaba ya por las ventanas de la antigua escuela. A falta de cristales por el abandono, los habían sustituido con amarillentas hojas de cuaderno y arrugados dibujos que un día fueron primorosas cuartillas de exámenes o ilustraciones infantiles soñando con ser artistas y con muchos oficios más.

        Lentamente, Gloria, -que nombre tan esplendoroso para tan adverso final, se dijo entre dientes-, obedeció las órdenes del trabajador. Bajó las escaleras. Abrió la puerta que conducía a la calle y sin volver la vista atrás se dirigió hacia la carretera con la esperanza de encontrarse con algún coche que la llevara hasta la estación de tren más próxima… Para comprar un billete con destino a ninguna parte, en cuyo reverso pudiera leerse: “Para ser utilizado el día en que tengas que luchar contra la desmemoria y el olvido”.



                                                        Isabel Calle Montes





LAS PEQUEÑAS CHOZAS Y “PEQUEÑOS GRANDES MOMENTOS”

LAS PEQUEÑAS CHOZAS 

En las afueras de un pequeño pueblo, una pequeña y bonita choza yacía sobre la hierba. Tenía un bonito tejado rojo y una pared hecha de piedras, con unas ventanas con bellas cortinas y un letrero en la puerta que decía:”Casa de Claudia, prohibido entrar”.

Esa choza pertenecía a una niña llamada Claudia, que vivía con sus abuelos en una granja. En su casa vecina vivía Lea, una niña que a veces jugaba con Claudia.

 Una mañana, Lea fue a la pequeña choza de Claudia y llamó a la puerta. Claudia abrió la puerta: - ¿Qué quieres Lea?
 - ¿Puedo entrar en tu choza para verla?
 - Esta choza me la ha construido mi abuelo, ¿no has leído el letrero en la puerta?
Lea se enfadó con Claudia y dijo:
- Mi papá también me va a construir una choza. Oye Claudia me caes mal.
 - Tú también a mí.
Claudia sabía que los padres de Lea no tenían mucho dinero, aun así no dijo nada.
A la mañana siguiente, el padre de Lea se puso manos a la obra y en una semana acabó la pequeña choza de Lea.
 La choza de Lea no tenía una bonita puerta ni cortinas en las ventanas, el tejado estaba hecho de piedra y no estaba pintado. Claudia se asomó a la ventana de su choza y Lea, desde la suya, se asomó para escucharla:
- Oye Lea, ¿no tendrás un libro que me puedas prestar?
 - No, no tengo, nuestro coche está averiado y no podemos ir a la biblioteca.
 - Si quieres yo te puedo prestar uno de lo que ya me he leído, dijo Claudia. - Vale, dijo Lea. - ¿Tienes hambre? Dijo Claudia.
 - La verdad es que un poco - ¿Quieres un plátano?
 - Vale, dijo Lea.
Las niñas comieron los plátanos y cuando acabaron dijo Claudia:
 - No tendrás una papelera ¿verdad?, es que no quiero manchar mi alfombra de terciopelo.
- Si tengo, dame tu cáscara….
- Oye Lea, ¿puedo pasar a ver tu choza?
 - Está bien, pasa.
Las dos chicas se sentaron en la choza de Lea, y Claudia dijo:
- Oye Lea, al final tu no me caes tan mal.
- Tu tampoco a mi…Oye Claudia, a mi padre le han sobrado algunas piedras, si quieres podemos hacer un camino que llegue a las dos chozas. Cuando las niñas acabaron, se sentaron a merendar en la choza de Claudia, y Lea preguntó:
- ¿Cuál crees que es la mejor parte de una choza? Claudia respondió:
- Yo creo que es el camino…

Categoría Juvenil 

                                                  Blanca Fernández Calle



“PEQUEÑOS GRANDES MOMENTOS” 

Un día de verano, una tarde larga y tranquila. El cielo continuaba azul, el sol ya no quemaba en una playa en la que horas antes había estado repleta de sonidos y algarabía. Ella continuaba allí, reflexiva, hace rato dejó a un lado el libro que estaba leyendo. Elena no se podía concentrar pensando en la conversación que había tenido ese día con su hermana Isabel.

Unas horas antes habían estado comiendo juntas, no se podían quejar, la vida ha sido amable con ellas y sus familias. Hablaban de sus planes de verano, de los hijos, el trabajo...como dos buenas hermanas que mantenían un vínculo estrecho y se pedían consejo mutuamente.

En un momento del comida, Isabel, después de protestar sobre los momentos difíciles que hay que sobrellevar, dificultades en el trabajo, conciliación en la casa, preocupación sobre la educación de los hijos y de como “sobrevivir” a esa etapa de adolescentes de los hijos cuando todo se vuelve como una montaña y reto a superar cada día, entonces paró de hablar, se le llenaron los ojos de lágrimas y le relató a Elena lo mucho había sufrido la familia de su mejor amiga Ana.

Ana y su marido tenían un hijo de la edad del hijo de Isabel, doce años, y poco a poco, sin darse cuenta empezaron a no salir de la consulta del médico. A Juan no paraban de hacerle pruebas, iban descartando diagnósticos, hasta que llegó el más duro: tenía leucemia. Desde ese momento empezaron una batalla sin cuartel, se unieron más que nunca y aquellas peleas entre padres e hijo porque no recogía su habitación, no estudiaba lo suficiente o pasaba demasiado tiempo con el móvil, desaparecieron. Incluso les parecía ridículo haber dado tanta importancia a ese tipo de cosas. Por suerte, lo habían superado, Juan habían luchado como un campeón y los tratamientos habían hecho el efecto deseado, su recuperación. Quedaban muchas visitas a los especialistas para hacer controles y un agradecimiento infinito por esta nueva oportunidad, les quedaba como mochila todo lo que habían vivido los últimos meses, cuántas familias luchando, cuántas despedidas injustas...pero era hora de celebrar cada día y cada momento y es lo que se habían propuesto realizar; además del compromiso de seguir yendo al hospital infantil para ayudar y colaborar con otras familias en esa situación.

 “Ha sido una lección de vida”, le decía Isabel a su hermana Elena. “Debemos pararnos más a menudo y reflexionar, agradecer y disfrutar de todos los momentos que nos aporta la vida.”. Terminaron el café que estaban tomando y quedaron verse la siguiente semana, Isabel volvió al trabajo y Elena a seguir disfrutando de su día libre.

Blanca salió corriendo del mar y abrazó a su madre, que seguía sentada en la arena, y ésta la abrazó muy fuerte y pensó: “hay que saborear cada momento”

                                       

                                               Mónica Rejón Risueño








jueves, 22 de agosto de 2019

LA PRUEBA Y UNA NUEVA OPORTUNIDAD

LA PRUEBA 

Habían decidido que sería este verano. A sus trece años Javi, María y Lolo se sentían con ánimo de superar la prueba y así pertenecer de pleno derecho a la pandilla de los mayores. Al fin y al cabo, no era para tanto darle tres vueltas al cementerio, aunque fuese de noche, sin luna y aunque los cuatro mayores de la pandilla que iban a supervisar la prueba les hubieran llenado la cabeza de historias de espíritus. Habían comprometido su palabra y no contemplaban pasar por cobardes anulando la cita, así que los siete se disponen a ello.

Han dejado atrás la última farola del pueblo y a medida que se adentran en la oscuridad van notando más intenso el cierzo de esa noche que unido a los nervios propios se transforman en escalofríos que a Javi le bajan hasta las tripas. Han llegado los siete a la tapia del cementerio y los tres aspirantes comienzan la primera vuelta. En la negrura de la noche casi tienen que ir tentando las paredes y las tripas de Javi no se han calmado, todo lo contrario. Completan la primera vuelta llegando donde los mayores han establecido su control y éstos les animan recordándoles el escenario en el que se están moviendo. En la segunda vuelta el estado intestinal de Javi va empeorando, pero hay que seguir. Ya han iniciado la última vuelta y el apretón de Javi no puede esperar más. Mentalmente evalúa la situación: o para un momento y se alivia o volverá a casa con un desagradable olor entre las piernas. No le parece buena idea los motes y risas de sus amigos si llegara a hacérselo en los pantalones por lo que decide la primera opción y ruega a María y a Lolo que le esperen. Sólo será un momento, pero ¡en qué momento!, acceden a ello ya que juntos han venido y juntos regresarán con lo que se detienen y esperan a que Javi se alivie y por abreviar al máximo Javi descarta lo de limpiarse al terminar, ya se le ocurrirá alguna excusa cuando su madre descubra la mancha con forma de anchoa que le va a quedar grabada en su ropa interior, para ella será motivo de reproche y para él será como una herida de guerra que con el paso del tiempo recordará con cierto orgullo.

Cuando han terminado la última vuelta al cementerio se dan cuenta que los mayores ya han emprendido el regreso hace tiempo y entonces comprenden que parte de la prueba también era hacer el camino de vuelta solos, así es que no quedaba otra que correr para alejarse cuanto antes del lugar y ponerse a salvo. En esto Javi nota una pequeña tensión en su espalda, como si algo surgido de las tinieblas le invitara a quedarse en su mundo de oscuridad y por más que espera que con la carrera emprendida desaparecerá, esto no es así. Entre el apretón y la tensión del momento, en plena carrera de vuelta a Javi le flojean las piernas, no puede seguir el ritmo de sus compañeros, se va retrasando, se va quedando sólo, sólo con un inesperado acompañante y esa aparente soledad hace que pensamientos de todo tipo le vengan a la cabeza, su imaginación hace lo propio y Javi está al borde de entrar en pánico. El corazón le golpea con fuerza en el pecho, la garganta y los pulmones le queman con cada bocanada de aire y por más que corre y corre sigue sintiendo en su espalda una extraña compañía. Piensa que cuando llegue a la primera farola del pueblo, el supuesto espíritu que ha surgido de la oscuridad y le acompaña, al quedar expuesto a la luz se desvanecerá, desaparecerá y él quedará liberado.

María y Lolo ya han llegado al pueblo y le esperan en la primera calle iluminada, allí se sienten seguros, y cuando Javi llega y les cuenta los detalles de su camino de vuelta, sus compañeros, tras echarle un vistazo a su espalda, no pueden reprimir una carcajada a pesar de la tensión. El espíritu que acompañaba a Javi en el camino de vuelta no era más que un cardo, un simple cardo que se le había quedado enganchado al subirse el pantalón.

                                                          Carmelo J. Calle Montes




UNA NUEVA OPORTUNIDAD 

Suena el despertador, son la siete de la mañana y la luz de la mañana entra por la ventana. No quiero levantarme, pero he quedado con unos amigos. Salgo al patio de la casa de mi abuela, siento la caricia de los rayos del sol, esa sensación suave que anticipa el calor del resto del día; pero a la vez siento el frescor de la mañana, el olor de la hierba fresca; el día está naciendo.

Sólo escucho el sonido de los pájaros y del agua que fluye de la fuente, una tranquilidad que inunda la mañana, no hay coches, ni personas hablando, reina la paz. Salgo con mi café al patio y me siento en la mesa de mimbre, la que se coloca en el porche cuando empieza hacer bueno. Esa mesa que respira un montón de historias del siglo pasado y de este. En ella se han sentado cuatro generaciones, han compartido ideas, sentimientos, alegrías y tristezas, en torno a una mesa pasan muchas cosas. Mi abuela nació hace algo más de 90 años, muchas veces me pregunto cómo es posible que alguien que ha vivido sin agua, sin luz, que ha recorrido kilómetros andando o en carro sea capaz de entender cómo funciona un avión, un teléfono móvil, internet, y de vivir en esta vida frenética que a veces nos arrastra; esta vida llena de ruidos, de contaminación, de tensión y a veces agresividad, … de “antinaturaleza”. Sinceramente, creo que es imposible que lo entienda, simplemente se deja llevar, se adapta como siempre lo ha hecho, es una superviviente.

Acabo de tomarme mi desayuno, me visto y mientras termino llaman a la puerta con la aldaba, suena el hierro contra el hierro, qué sonido más simple, y a la vez mágico. Bajo las escaleras y abro la puerta. Esa voz que me cautiva, por su dulzura, por su calidez, me dice que nuestros amigos nos esperan en el puente para caminar un buen rato por la orilla de río. Salimos de las calles estrechas y curvas del pueblo, llegamos a la chopera. El frescor de la humedad del río me recorre los brazos y pienso que quizás tenía que haber cogido una chaqueta. Alex se da cuenta de mi piel de gallina y me abraza. La verdad es que hasta los abrazos saben mejor en la tranquilidad del pueblo, o quizás es que aquí tengo tiempo para sentir.

Ana y Juan, nos esperan con su perro que aquí es incluso más feliz que nosotros, aquí es libre, tiene espacio, corre, ladra, juega, algo genial comparado con las horas en un piso de 80 metros cuadrados de la ciudad. Empezamos a caminar deprisa entre los chopos y los juncos de la orilla, hay poca corriente pero se oye el discurrir del agua y el croar de las ranas, esa maravillosa tranquilidad… Empezamos a hablar del proyecto que tenemos en mente, llevamos varios años con él y ha llegado el momento de ponerlo en marcha, queremos dinamizar el pueblo. Montaremos una pequeña empresa cultural y dos casas de turismo rural, que darán trabajo a varias familias. Queremos atraer a artistas del mundo de la música, del teatro y la danza. Hemos rehabilitado una nave, tiene una claraboya en la parte de arriba que ilumina toda la parte central como si fuera un escenario, hemos forrado el techo y las paredes con madera, la resonancia es magnífica y una pared es un espejo gigante. Entrar en ese espacio es como contactar directamente con la naturaleza: el olor de la madera, la luz del sol, el sonido puro..., pretendemos unir lo natural con el arte. Hemos dedicado mucho tiempo y esfuerzo a este proyecto, en un mes empezaremos con el Primer festival de artistas en la naturaleza.

 Suena el despertador, son las 7:00 am, abro los ojos, Alex me abraza dormido aún, por la ventana entra la luz del sol y se oye el tráfico en la calle, la ciudad está despierta. Le digo Alex que ya sé dónde podemos desarrollar nuestro proyecto, he tenido un sueño y vamos trabajar en él, es una nueva oportunidad para todos.

                                               Susana Redondo Martín





EN-CLAVE DE SOL Y HASTA EL FINAL

EN-CLAVE DE SOL

Y allí, en lo más alto de una roca frente al mar, lo comprendió todo: Allegro amanece, los rayos de sol iluminan el horizonte, comienza un nuevo día, pájaros piando efusivamente, olas bañando la playa, silenciosas pisadas sobre la arena. En tempo andante, sol cenital, cálido mediodía, alboroto de niños jugando en la arena, gaviotas sobrevolando el mar. Adagio al atardecer, empieza a refrescar, suave brisa, comienza el cansancio. Ya de noche, frío, cierra los ojos, descansa… escucha el silencio. Oscuridad eterna. Así es la vida.
                                                                   
                                                                                Lía Fernández Sangrador




HASTA EL FINAL


 La primera vez que le preguntaron qué quería ser de mayor, respondió muy seria: «investigadora». Y eso que en esa época una palabra tan larga apenas le cabía en la boca.

 Cuando empezó el colegio, la castigaban con frecuencia; si no era porque le había quitado las gafas a Cándido para observar ampliadas las partículas de tiza que caían al suelo al borrar la pizarra, era porque había echado en el zumo del almuerzo de Belén un renacuajo que había cogido en un charco «para comprobar si a los animales pequeños les gusta beber lo mismo que a los niños y corroborar así la teoría de la evolución», explicaba muy seria en el despacho de la directora. A Jesús, el más bajito de la clase, le medía las piernas y su contorno de pecho todas las semanas en la hora de gimnasia, y después llenaba una hoja entera con cálculos estimativos y se la mostraba muy seria mientras le contaba que su altura era debida a que tenía un corazón tan grande que su peso no le dejaba crecer como a los demás.

En casa, sus padres no tenían respuestas suficientes para tantas preguntas y se turnaban para salir a buscarlas hasta que pudo hacerlo por sí misma. Fue un descanso para ellos. En cambio su hermano nunca se cansaba de prestarle partes de su anatomía siempre que se las pedía: uñas, pelo, piel, y también se dejaba pinchar en la yema de los dedos para obtener gotas de sangre que ella analizaba muy seria con el microscopio que le trajeron los Reyes Magos cuando cumplió siete años.

Intenta esbozar una sonrisa al recordar todos estos episodios de su vida, pero no lo consigue. Su hermano, sentado a su lado, le presta la suya. En medio del silencio aséptico del hospital, celebran los resultados obtenidos con el nuevo fármaco para el cáncer de mama que se ha elaborado en el laboratorio que ella dirige. Es feliz, muy feliz, aunque casi no le quedan fuerzas para demostrarlo. Para ella llega demasiado tarde.

                                                                Margarita del Brezo Gómez Cubillo



miércoles, 21 de agosto de 2019

EL VIEJO PALOMAR y En el corazón de mi abuelo Mariano

A Quintanilla de Onsoña, la Ciudad del Diablo, donde entra la niña cantando y sale llorando.
(Dicho Popular)

EL VIEJO PALOMAR
Hace tiempo a que esta historia la quería yo relatar. Lo primero me gustaría presentarme, yo soy el viejo palomar De la Era. ¿Cómo he podido por fin hablar? Sentid queridas amigas esta corta verdad. A las brujas gusta, a nosotros los muertos, de vez en cuando, ponernos a desembuchar.
Muchos son los secretos que las palomas a mí me llegaron a arrullar y la siguiente advertencia pienso que es menester dar antes de comenzar. Pues no es más cierta que la más temible y terrible de las leyendas, vosotras memorizarla y así estaréis a salvo, de lo que algunos llaman El Don Diablo. Y si no lo creéis, cierta tranquila medianoche de invierno, las palomas dijeron esto, “incluso en el pueblo más pequeño, a las brujas con los dedos de los pies y los dedos de las manos, no das a contar”. Y vosotras que pensabais que hoy iba a ser un día normal y mira por donde, por primera vez en la historia, a un palomar le hechan a hablar. Por ser esto cierto, me dijeron que tenía toda la libertad; y si algo entendía de censura pues que me la podía ahorrar. Total, ya nunca más voy a volver a hablar. Comienzo. Cada vez yo iba comprendiendo más y más las leyes de la muerte pero el último alboroto, del que ya no quiero callar, vueltas y vueltas me hacia dar. Ya no se si es de noche o de día, pues a partir de ese momento no recuerdo más a mis palomas y sin sus maneras y costumbres todas las horas eran para mí ya iguales. Desde entonces, lo único que pasó en mi redonda panza fue el tiempo. ¿Fue un asesinato o un suicidio? Fue inevitable. Supongo que tendrán ganas ya de saber lo que la suerte vino en mi a deshacer. Pues como no podía ser de otra forma, todo por su propio peso ha de caer y siendo sinceros, descubrir después de muerto que yo era un palomar fue un gran descontento. ¿No tenías otras cosas que hacer? Símbolo de riqueza he sido, costumbres de la Tierra. Pero yo digo, que allí donde hay riqueza agora siempre hay aun más pobreza. Vez la ruina de vuestra tierra, que no es más que la ley del clero como la de la política, la ley de la fuerza armada ¡Y sorpresa! También la de la empresa. Sabedes que para todas vosotras es la misma miseria. Perdona mi rabia y mi rima, que es como yo, una ruina, pero es mi antojo y dicha.
Perdona mi lenguaje que ya sabéis que yo soy de campo, además de otros siglos aunque perdure en este, aquí apartado, solo, triste, desaborido y estancado. ¿Por qué estrellas volaran mis viejas palomas ahora siguiendo a viejos palomos ladrones? Y a vosotras mis nuevas palomas de la paz, recordad que nadie os puede subyugar ni dominar. Ciertos literatos escribieron de nosotros, los palomares, con sumo amor y cariño; si supieran lo que realmente pensamos de ellos, nos hubieran hecho el lio. Sé por ejemplo, que unos cuantos nos hubieran apedreado. Y para despedirme, no creo que pueda hacerlo mejor que con un vago consejo que me dio un conejo “para escribir lo que ya esta escrito es mejor no abrir el pico”.
                                                       Ira Pinto García


En el corazón de mi abuelo Mariano

Todo un amplio y complejo ritual, era el que seguía mi abuelo Mariano a la hora de la vendimia en el pueblo. Y sería él, con su bonhomía y su capacidad de comunicación, el que me transmitiría aquellas tradiciones –incluso sus pequeños secretos-, en aquellos felices años 60 de mi adolescencia en el pequeño pueblo de Velillas del Duque; donde, como en otros más de la Comarca saldañesa, transcurría tranquila la vida.

Pero claro, antes de que llegasen los días dulces para ambos de la vendimia, eran pertinentes una serie de trabajos en la viña, en los que mi abuelo colaboraba como el que más. Sobre todo desde que las uvas maduraban y se hacía imprescindible la colocación entre las cepas repletas de frutos de aquellos graciosos espantapájaros semejando una figura humana; tratando de ahuyentar la presencia de unos devoradores pajarracos considerados de un cierto mal agüero: los negros y escurridizos tordos.
Entonces, durante unas cuantas jornadas, allí estaba cada día el abuelo Mariano apenas amanecía hasta que la luz de la tarde comenzaba a declinar, en su labor de guardián de la viña. La pequeña caseta que se levantaba en un extremo del terreno, le servía para guarecerse en caso de lluvia o de frío extremo, y también en el momento de tomar al mediodía las viandas llevadas desde casa.
Algunos de los días, era yo quien, al salir de la escuela, me acercaba hasta la viña y allí, tras una  frugal merienda, compartíamos juntos la misión de guardianes de los frutos ya maduros de las cepas.
Y era en esos instantes, cuando mi abuelo me hacía partícipe de un montón de anécdotas de su adolescencia, relacionadas justo con la viña, las uvas, el primer mosto, y el vino posterior en el que se convertiría aquél.

Pero el mejor momento de todo este ciclo coincidía con los días de la vendimia. Y es que, incluso nada más conocer el día que en la casa se había dispuesto para ello, ya comenzaba a estar inquieto. Y mi abuelo, también, a pesar de que continuaba con su labor de vigilancia de la viña; empleándose quizás más a fondo. De ahí, que reclamase mi presencia algunas de las tardes, para así poder guardar mejor la viña. Y yo acudía feliz.

El día programado para la vendimia – a últimos de septiembre o en los primeros días de octubre, porque como muy tarde, “por el Pilar, todos ya a vendimiar”-, no me importaba madrugar y, como prueba, era yo quien se subía el primero al carro tirado por aquel par de mulas tordas que diríase que conocían también el camino hasta la viña. Mi abuelo se subía también al carro y allí, entre los grandes cestos de mimbre dispuestos para recibir los racimos de uvas, me daba los últimos consejos; mientras pasaban las horas y observaba cómo se iban llenando aquellos grandes cestos, adivinándose ya el lagar colmado de uvas.
Un verdadero pozo de sabiduría era mi abuelo Mariano; como cuando me reconocía una verdad que él decía tener por buena y que había visto con sus propios ojos, que resolvía con este refrán: “Come niño y crecerás, bebe viejo y vivirás”.

Y es que, aún más, en este cariño de mi abuelo hacia la viña se cumplía también otro refrán castellano que recuerda aquello de “casa de padre, viña de abuelo y olivar de bisabuelo”.
Y cuando al atardecer, con el lagar repleto de uvas y tras el pisado de las mismas, el mosto comenzaba a salir a chorro por el caño del mismo, y todos nosotros tomábamos un vaso de aquel líquido tan dulzón y brindábamos por toda la familia y por un año más, mi abuelo siempre remataba con algún refrán de su particular gusto: “con pan y con vino, se anda el camino”, o “al pan pan, y al vino vino”.

Pero al clarear del día siguiente, me tomaba del brazo y partíamos juntos camino de la viña para rematar el ciclo, en la conocida como “rebusca”, por si, con las prisas hubiesen quedado algunos racimos en las cepas. Y sobre todo, para que no se diesen un festín aquellos negros y panzudos tordos. Porque, según asegurada mi abuelo Mariano, “de todo hay en la viña del Señor”…

                                                         José Javier Terán Díez



martes, 20 de agosto de 2019

ESPERANDO y Te escribo desde el aeropuerto que un día fue nuestro

ESPERANDO

Esperando la salida de la noche, escondido entre los árboles, temeroso de los truenos, estaba ensimismado y pretendía que me oían mis temores, mis olores, mis silencios..., mis lamentos, mis pesares, mis andares. Mas la gente pasaba sin mirarme, sin oírme, sin hablarme..., ellos iban escondidos en sus mundos, en su tiempo, en sus mentes. Esperando la llegada de los sueños, yo respiraba quedamente, largamente, retenía los recuerdos, imaginaba momentos delirantes, fascinantes, y a su reclamo acudían en tropel los sueños a ofrecerme instantes vacilantes, rutilantes, regalándome mundos apenas imaginados. Esperando los fríos del invierno, recogía los calores del verano y los repartía por mi fiel anatomía, para que en su encuentro se contaran sus cuitas, sus emociones, sus vivencias, sus andanzas. Esperando soluciones imposibles, ellas aparecían y me contaban que estaban hartas de la incredulidad de las personas. Esperando a la sonrisa. Aparecía, se escondía, se burlaba, se reía, se reía, se reía... Esperando a la sorpresa, no llegaba, se marchaba sin llegar, se mofaba, te miraba, calculaba, y cuando menos lo esperabas, te asaltaba y te asustaba. Esperando la mirada de los niños, su sonrisa, su ternura, yo entraba como en sueño y despertaba con su asombro y su delirio me encantaba y me animaba.

                                                                         Agustín Relea Bores




Te escribo desde el aeropuerto que un día fue nuestro

Escribo mi despedida minutos antes de coger el primer vuelo que salía hoy destino a algún lugar al que se tardan más de 8 horas en llegar.
 He comprado el billete sin escala por eso de que ya bastantes subidas y bajadas he tenido estos días.
Me despido de la manera más agridulce que jamás he experimentado. Hemos sido cosas tan bonitas que aún no me explico como hemos llegado a este momento, que repito, me sabe agridulce.

Juntos hemos vencido barreras que nunca habíamos imaginado poder saltar, hemos disfrutado de una decena de conciertos de Edd Sheeran y unos pocos más de alguna banda de rock que nos encontrábamos cada Viernes de aquel año viviendo en Irlanda.
 Compartir hemos compartido cama, sábanas, desayunos a las 6 de la mañana, noches de estrellas y vodka, cometas en el cielo, revistas de moda y asientos de autobús. A parte de compartir en cada viaje la misma mochila, que por cierto me he traído como único recuerdo tuyo.

 Siempre he sido una persona cerrada a las segundas oportunidades.
Considero que si algo no sale bien a la primera, muy difícilmente, llegue a buen puerto en un segundo tiro a puerta. Pero tengo la sensación de que contigo es diferente. Creo que todavía nos queda la vida número siete de los gatos, el comodín de la llamada y el último dardo que ojalá se clave en el centro de la diana.

 Solo por si llegas antes de que la puerta de embarque cierre,
no lo llamemos segunda oportunidad,
mejor,
 nuevo intento.

                                                     Adrián Rodríguez Crespo



lunes, 19 de agosto de 2019

LA AVENTURA DE BAXTER SALVANDO EL MUNDO



 Era una bonita mañana en la que una tortuga llamada Baxter salió de su cueva. A Baxter le gustaba salir a tomar la cálida brisa que el mar le traía. Todas las mañanas, Baxter salía a buscar a sus amigos. Primero a Bob el Caracol, luego a Carlota la langosta y luego al cangrejo Pincitas. Pero ese día todos los animales se encontraron a su amigo Pincitas muerto entre unas redes de plástico. Baxter se puso de los nervios pensando en el poco cuidado que tenemos los humanos. Cuando todos miraron hacia su cueva viendo cuanta basura había alrededor de donde vivían, era como una isla de plástico. Ese día Baxter pensó en ir a las costas humanas nadando en su caparazón. Y así fue, al día siguiente todos estaban navegando en el Caparazón de Baxter. Cuando llegaron a las costas humanas había muchísima más basura que en su bonita isla . Hicieron pancartas y carteles para hacer manifestaciones. Reclutaron muchos humanos ecologistas y algunos voluntarios para limpiar las costas, el ayuntamiento donó mucho dinero para limpiar las costas e islas. Baxter tenía que trabajar mucho para conseguir del mundo un lugar mejor y al final lo logró. Baxter y sus amigos lloraban de alegría porque sabían que su amigo descansaría en paz. Toda esta historia es el sueño de una niña que quiere hacer del mundo un lugar mejor.


Categoría juvenil


                                         Nicolás Fernández Calle

domingo, 18 de agosto de 2019

CRISANTEMOS


Acababa de llegar a Madrid desde Frankfurt donde residía. Como todos los primeros de
Noviembre, viajaba para depositar flores en la tumba de su madre. Aquella tarde compró un
ramo de crisantemos y lo colocó en un jarrón del hotel donde se hospedaba; se quedó
mirando largo rato las flores malva, de color pálido algunas, de un color más intenso otras.
Observaba las hojas como leves plumas y le invadió la nostalgia de otros tiempos felices.

- Iré mañana al cementerio, pero a la caída de la tarde; entonces habrá menos gente, pensó.

Estaba cansado del viaje y se sentía triste, así que se acostó pronto y no le costó dormirse
gracias en parte al Gin Tonic que se tomó en el bar para relajarse un poco.

Al día siguiente cuando las luces de la ciudad empezaban a encenderse, tomó un taxi y se
dirigió al cementerio. Quedaba poca gente dentro, observó complacido, y se adentró con paso
rápido en el laberinto de tumbas. Casi todas estaban llenas de flores. Buscó la de su madre
entre las hileras interminables de lápidas blancas o grises, con cruces, con estatuas que en la
oscuridad parecían figuras fantasmagóricas.

Llegó hasta la tumba que buscaba y vio con sorpresa que figuraba otro nombre. No era su
madre. A la sorpresa le siguió un estado de confusión y luego de angustia.

-Era aquí, era esta-se decía. Se sentía aturdido. Miró a su alrededor, sombras deslizándose,
voces tenues casi susurrantes. La luna pálida empezó a perfilarse en el cielo.

-Tengo que estar equivocado, esto no puede ser. Mi madre estaba aquí.

Buscó con la mirada alguien que pudiera ser un vigilante, alguien que pudiera ayudarle. No se
veía a nadie y en aquel momento, un aviso por megafonía instó a la gente a desalojar el
recinto. Iban a cerrar ya.

Se dirigió temblando a la puerta de salida; una gran verja negra de aspecto carcelario.
Apretó con fuerza el ramo de crisantemos.

-Madre, eran para ti, murmuró. Mañana salgo de madrugada para Frankfurt. No tendrás flores
este Noviembre, madre.

                                            Margarita Alonso García Amilivia

sábado, 10 de agosto de 2019

FIESTAS VERANO SÁBADO (noche)

Cena de disfraces,Rifa y a bailar, bailar, bailar...

























FIESTAS VERANO 2019 sábado (tarde)

La tarde comienza con el recital de poesía a cargo de Consuelo Relea.Parte de sus poemas están basados en sus recuerdos del pueblo.


El circo llega en Biciclo














Hinchables  para pequeños y ....grandes.









y la tradicional sogatira se convirtió en saltar a la comba 













FIESTA VERANO 2019 sábado

Comenzamos sobre ruedas,grandes y pequeños en la marcha ciclo turista.










a la vuelta avituallamiento y guerra   de agua









y a comerrrrrrr



En los postres entrega de los premios del 1º concurso e microrrelatos.

campeón juvenil
semifinalista infantil.


Primer premio adultos
tercer clasificada