EN-CLAVE DE SOL
Y allí, en lo más alto de una roca frente al mar, lo comprendió todo:
Allegro amanece, los rayos de sol iluminan el horizonte, comienza un nuevo día, pájaros
piando efusivamente, olas bañando la playa, silenciosas pisadas sobre la arena. En
tempo andante, sol cenital, cálido mediodía, alboroto de niños jugando en la arena,
gaviotas sobrevolando el mar. Adagio al atardecer, empieza a refrescar, suave brisa,
comienza el cansancio. Ya de noche, frío, cierra los ojos, descansa… escucha el
silencio. Oscuridad eterna. Así es la vida.
Lía Fernández Sangrador
HASTA EL FINAL
La primera vez que le preguntaron qué quería ser de mayor, respondió muy seria:
«investigadora». Y eso que en esa época una palabra tan larga apenas le cabía
en la boca.
Cuando empezó el colegio, la castigaban con frecuencia; si no era porque le
había quitado las gafas a Cándido para observar ampliadas las partículas de tiza
que caían al suelo al borrar la pizarra, era porque había echado en el zumo del
almuerzo de Belén un renacuajo que había cogido en un charco «para
comprobar si a los animales pequeños les gusta beber lo mismo que a los niños
y corroborar así la teoría de la evolución», explicaba muy seria en el despacho
de la directora. A Jesús, el más bajito de la clase, le medía las piernas y su
contorno de pecho todas las semanas en la hora de gimnasia, y después llenaba
una hoja entera con cálculos estimativos y se la mostraba muy seria mientras le
contaba que su altura era debida a que tenía un corazón tan grande que su peso
no le dejaba crecer como a los demás.
En casa, sus padres no tenían respuestas suficientes para tantas preguntas y se
turnaban para salir a buscarlas hasta que pudo hacerlo por sí misma. Fue un
descanso para ellos. En cambio su hermano nunca se cansaba de prestarle
partes de su anatomía siempre que se las pedía: uñas, pelo, piel, y también se
dejaba pinchar en la yema de los dedos para obtener gotas de sangre que ella
analizaba muy seria con el microscopio que le trajeron los Reyes Magos cuando
cumplió siete años.
Intenta esbozar una sonrisa al recordar todos estos episodios de su vida, pero
no lo consigue. Su hermano, sentado a su lado, le presta la suya. En medio del
silencio aséptico del hospital, celebran los resultados obtenidos con el nuevo
fármaco para el cáncer de mama que se ha elaborado en el laboratorio que ella
dirige. Es feliz, muy feliz, aunque casi no le quedan fuerzas para demostrarlo.
Para ella llega demasiado tarde.
Margarita del Brezo Gómez Cubillo
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