jueves, 22 de agosto de 2019

LA PRUEBA Y UNA NUEVA OPORTUNIDAD

LA PRUEBA 

Habían decidido que sería este verano. A sus trece años Javi, María y Lolo se sentían con ánimo de superar la prueba y así pertenecer de pleno derecho a la pandilla de los mayores. Al fin y al cabo, no era para tanto darle tres vueltas al cementerio, aunque fuese de noche, sin luna y aunque los cuatro mayores de la pandilla que iban a supervisar la prueba les hubieran llenado la cabeza de historias de espíritus. Habían comprometido su palabra y no contemplaban pasar por cobardes anulando la cita, así que los siete se disponen a ello.

Han dejado atrás la última farola del pueblo y a medida que se adentran en la oscuridad van notando más intenso el cierzo de esa noche que unido a los nervios propios se transforman en escalofríos que a Javi le bajan hasta las tripas. Han llegado los siete a la tapia del cementerio y los tres aspirantes comienzan la primera vuelta. En la negrura de la noche casi tienen que ir tentando las paredes y las tripas de Javi no se han calmado, todo lo contrario. Completan la primera vuelta llegando donde los mayores han establecido su control y éstos les animan recordándoles el escenario en el que se están moviendo. En la segunda vuelta el estado intestinal de Javi va empeorando, pero hay que seguir. Ya han iniciado la última vuelta y el apretón de Javi no puede esperar más. Mentalmente evalúa la situación: o para un momento y se alivia o volverá a casa con un desagradable olor entre las piernas. No le parece buena idea los motes y risas de sus amigos si llegara a hacérselo en los pantalones por lo que decide la primera opción y ruega a María y a Lolo que le esperen. Sólo será un momento, pero ¡en qué momento!, acceden a ello ya que juntos han venido y juntos regresarán con lo que se detienen y esperan a que Javi se alivie y por abreviar al máximo Javi descarta lo de limpiarse al terminar, ya se le ocurrirá alguna excusa cuando su madre descubra la mancha con forma de anchoa que le va a quedar grabada en su ropa interior, para ella será motivo de reproche y para él será como una herida de guerra que con el paso del tiempo recordará con cierto orgullo.

Cuando han terminado la última vuelta al cementerio se dan cuenta que los mayores ya han emprendido el regreso hace tiempo y entonces comprenden que parte de la prueba también era hacer el camino de vuelta solos, así es que no quedaba otra que correr para alejarse cuanto antes del lugar y ponerse a salvo. En esto Javi nota una pequeña tensión en su espalda, como si algo surgido de las tinieblas le invitara a quedarse en su mundo de oscuridad y por más que espera que con la carrera emprendida desaparecerá, esto no es así. Entre el apretón y la tensión del momento, en plena carrera de vuelta a Javi le flojean las piernas, no puede seguir el ritmo de sus compañeros, se va retrasando, se va quedando sólo, sólo con un inesperado acompañante y esa aparente soledad hace que pensamientos de todo tipo le vengan a la cabeza, su imaginación hace lo propio y Javi está al borde de entrar en pánico. El corazón le golpea con fuerza en el pecho, la garganta y los pulmones le queman con cada bocanada de aire y por más que corre y corre sigue sintiendo en su espalda una extraña compañía. Piensa que cuando llegue a la primera farola del pueblo, el supuesto espíritu que ha surgido de la oscuridad y le acompaña, al quedar expuesto a la luz se desvanecerá, desaparecerá y él quedará liberado.

María y Lolo ya han llegado al pueblo y le esperan en la primera calle iluminada, allí se sienten seguros, y cuando Javi llega y les cuenta los detalles de su camino de vuelta, sus compañeros, tras echarle un vistazo a su espalda, no pueden reprimir una carcajada a pesar de la tensión. El espíritu que acompañaba a Javi en el camino de vuelta no era más que un cardo, un simple cardo que se le había quedado enganchado al subirse el pantalón.

                                                          Carmelo J. Calle Montes




UNA NUEVA OPORTUNIDAD 

Suena el despertador, son la siete de la mañana y la luz de la mañana entra por la ventana. No quiero levantarme, pero he quedado con unos amigos. Salgo al patio de la casa de mi abuela, siento la caricia de los rayos del sol, esa sensación suave que anticipa el calor del resto del día; pero a la vez siento el frescor de la mañana, el olor de la hierba fresca; el día está naciendo.

Sólo escucho el sonido de los pájaros y del agua que fluye de la fuente, una tranquilidad que inunda la mañana, no hay coches, ni personas hablando, reina la paz. Salgo con mi café al patio y me siento en la mesa de mimbre, la que se coloca en el porche cuando empieza hacer bueno. Esa mesa que respira un montón de historias del siglo pasado y de este. En ella se han sentado cuatro generaciones, han compartido ideas, sentimientos, alegrías y tristezas, en torno a una mesa pasan muchas cosas. Mi abuela nació hace algo más de 90 años, muchas veces me pregunto cómo es posible que alguien que ha vivido sin agua, sin luz, que ha recorrido kilómetros andando o en carro sea capaz de entender cómo funciona un avión, un teléfono móvil, internet, y de vivir en esta vida frenética que a veces nos arrastra; esta vida llena de ruidos, de contaminación, de tensión y a veces agresividad, … de “antinaturaleza”. Sinceramente, creo que es imposible que lo entienda, simplemente se deja llevar, se adapta como siempre lo ha hecho, es una superviviente.

Acabo de tomarme mi desayuno, me visto y mientras termino llaman a la puerta con la aldaba, suena el hierro contra el hierro, qué sonido más simple, y a la vez mágico. Bajo las escaleras y abro la puerta. Esa voz que me cautiva, por su dulzura, por su calidez, me dice que nuestros amigos nos esperan en el puente para caminar un buen rato por la orilla de río. Salimos de las calles estrechas y curvas del pueblo, llegamos a la chopera. El frescor de la humedad del río me recorre los brazos y pienso que quizás tenía que haber cogido una chaqueta. Alex se da cuenta de mi piel de gallina y me abraza. La verdad es que hasta los abrazos saben mejor en la tranquilidad del pueblo, o quizás es que aquí tengo tiempo para sentir.

Ana y Juan, nos esperan con su perro que aquí es incluso más feliz que nosotros, aquí es libre, tiene espacio, corre, ladra, juega, algo genial comparado con las horas en un piso de 80 metros cuadrados de la ciudad. Empezamos a caminar deprisa entre los chopos y los juncos de la orilla, hay poca corriente pero se oye el discurrir del agua y el croar de las ranas, esa maravillosa tranquilidad… Empezamos a hablar del proyecto que tenemos en mente, llevamos varios años con él y ha llegado el momento de ponerlo en marcha, queremos dinamizar el pueblo. Montaremos una pequeña empresa cultural y dos casas de turismo rural, que darán trabajo a varias familias. Queremos atraer a artistas del mundo de la música, del teatro y la danza. Hemos rehabilitado una nave, tiene una claraboya en la parte de arriba que ilumina toda la parte central como si fuera un escenario, hemos forrado el techo y las paredes con madera, la resonancia es magnífica y una pared es un espejo gigante. Entrar en ese espacio es como contactar directamente con la naturaleza: el olor de la madera, la luz del sol, el sonido puro..., pretendemos unir lo natural con el arte. Hemos dedicado mucho tiempo y esfuerzo a este proyecto, en un mes empezaremos con el Primer festival de artistas en la naturaleza.

 Suena el despertador, son las 7:00 am, abro los ojos, Alex me abraza dormido aún, por la ventana entra la luz del sol y se oye el tráfico en la calle, la ciudad está despierta. Le digo Alex que ya sé dónde podemos desarrollar nuestro proyecto, he tenido un sueño y vamos trabajar en él, es una nueva oportunidad para todos.

                                               Susana Redondo Martín





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