miércoles, 21 de agosto de 2019

EL VIEJO PALOMAR y En el corazón de mi abuelo Mariano

A Quintanilla de Onsoña, la Ciudad del Diablo, donde entra la niña cantando y sale llorando.
(Dicho Popular)

EL VIEJO PALOMAR
Hace tiempo a que esta historia la quería yo relatar. Lo primero me gustaría presentarme, yo soy el viejo palomar De la Era. ¿Cómo he podido por fin hablar? Sentid queridas amigas esta corta verdad. A las brujas gusta, a nosotros los muertos, de vez en cuando, ponernos a desembuchar.
Muchos son los secretos que las palomas a mí me llegaron a arrullar y la siguiente advertencia pienso que es menester dar antes de comenzar. Pues no es más cierta que la más temible y terrible de las leyendas, vosotras memorizarla y así estaréis a salvo, de lo que algunos llaman El Don Diablo. Y si no lo creéis, cierta tranquila medianoche de invierno, las palomas dijeron esto, “incluso en el pueblo más pequeño, a las brujas con los dedos de los pies y los dedos de las manos, no das a contar”. Y vosotras que pensabais que hoy iba a ser un día normal y mira por donde, por primera vez en la historia, a un palomar le hechan a hablar. Por ser esto cierto, me dijeron que tenía toda la libertad; y si algo entendía de censura pues que me la podía ahorrar. Total, ya nunca más voy a volver a hablar. Comienzo. Cada vez yo iba comprendiendo más y más las leyes de la muerte pero el último alboroto, del que ya no quiero callar, vueltas y vueltas me hacia dar. Ya no se si es de noche o de día, pues a partir de ese momento no recuerdo más a mis palomas y sin sus maneras y costumbres todas las horas eran para mí ya iguales. Desde entonces, lo único que pasó en mi redonda panza fue el tiempo. ¿Fue un asesinato o un suicidio? Fue inevitable. Supongo que tendrán ganas ya de saber lo que la suerte vino en mi a deshacer. Pues como no podía ser de otra forma, todo por su propio peso ha de caer y siendo sinceros, descubrir después de muerto que yo era un palomar fue un gran descontento. ¿No tenías otras cosas que hacer? Símbolo de riqueza he sido, costumbres de la Tierra. Pero yo digo, que allí donde hay riqueza agora siempre hay aun más pobreza. Vez la ruina de vuestra tierra, que no es más que la ley del clero como la de la política, la ley de la fuerza armada ¡Y sorpresa! También la de la empresa. Sabedes que para todas vosotras es la misma miseria. Perdona mi rabia y mi rima, que es como yo, una ruina, pero es mi antojo y dicha.
Perdona mi lenguaje que ya sabéis que yo soy de campo, además de otros siglos aunque perdure en este, aquí apartado, solo, triste, desaborido y estancado. ¿Por qué estrellas volaran mis viejas palomas ahora siguiendo a viejos palomos ladrones? Y a vosotras mis nuevas palomas de la paz, recordad que nadie os puede subyugar ni dominar. Ciertos literatos escribieron de nosotros, los palomares, con sumo amor y cariño; si supieran lo que realmente pensamos de ellos, nos hubieran hecho el lio. Sé por ejemplo, que unos cuantos nos hubieran apedreado. Y para despedirme, no creo que pueda hacerlo mejor que con un vago consejo que me dio un conejo “para escribir lo que ya esta escrito es mejor no abrir el pico”.
                                                       Ira Pinto García


En el corazón de mi abuelo Mariano

Todo un amplio y complejo ritual, era el que seguía mi abuelo Mariano a la hora de la vendimia en el pueblo. Y sería él, con su bonhomía y su capacidad de comunicación, el que me transmitiría aquellas tradiciones –incluso sus pequeños secretos-, en aquellos felices años 60 de mi adolescencia en el pequeño pueblo de Velillas del Duque; donde, como en otros más de la Comarca saldañesa, transcurría tranquila la vida.

Pero claro, antes de que llegasen los días dulces para ambos de la vendimia, eran pertinentes una serie de trabajos en la viña, en los que mi abuelo colaboraba como el que más. Sobre todo desde que las uvas maduraban y se hacía imprescindible la colocación entre las cepas repletas de frutos de aquellos graciosos espantapájaros semejando una figura humana; tratando de ahuyentar la presencia de unos devoradores pajarracos considerados de un cierto mal agüero: los negros y escurridizos tordos.
Entonces, durante unas cuantas jornadas, allí estaba cada día el abuelo Mariano apenas amanecía hasta que la luz de la tarde comenzaba a declinar, en su labor de guardián de la viña. La pequeña caseta que se levantaba en un extremo del terreno, le servía para guarecerse en caso de lluvia o de frío extremo, y también en el momento de tomar al mediodía las viandas llevadas desde casa.
Algunos de los días, era yo quien, al salir de la escuela, me acercaba hasta la viña y allí, tras una  frugal merienda, compartíamos juntos la misión de guardianes de los frutos ya maduros de las cepas.
Y era en esos instantes, cuando mi abuelo me hacía partícipe de un montón de anécdotas de su adolescencia, relacionadas justo con la viña, las uvas, el primer mosto, y el vino posterior en el que se convertiría aquél.

Pero el mejor momento de todo este ciclo coincidía con los días de la vendimia. Y es que, incluso nada más conocer el día que en la casa se había dispuesto para ello, ya comenzaba a estar inquieto. Y mi abuelo, también, a pesar de que continuaba con su labor de vigilancia de la viña; empleándose quizás más a fondo. De ahí, que reclamase mi presencia algunas de las tardes, para así poder guardar mejor la viña. Y yo acudía feliz.

El día programado para la vendimia – a últimos de septiembre o en los primeros días de octubre, porque como muy tarde, “por el Pilar, todos ya a vendimiar”-, no me importaba madrugar y, como prueba, era yo quien se subía el primero al carro tirado por aquel par de mulas tordas que diríase que conocían también el camino hasta la viña. Mi abuelo se subía también al carro y allí, entre los grandes cestos de mimbre dispuestos para recibir los racimos de uvas, me daba los últimos consejos; mientras pasaban las horas y observaba cómo se iban llenando aquellos grandes cestos, adivinándose ya el lagar colmado de uvas.
Un verdadero pozo de sabiduría era mi abuelo Mariano; como cuando me reconocía una verdad que él decía tener por buena y que había visto con sus propios ojos, que resolvía con este refrán: “Come niño y crecerás, bebe viejo y vivirás”.

Y es que, aún más, en este cariño de mi abuelo hacia la viña se cumplía también otro refrán castellano que recuerda aquello de “casa de padre, viña de abuelo y olivar de bisabuelo”.
Y cuando al atardecer, con el lagar repleto de uvas y tras el pisado de las mismas, el mosto comenzaba a salir a chorro por el caño del mismo, y todos nosotros tomábamos un vaso de aquel líquido tan dulzón y brindábamos por toda la familia y por un año más, mi abuelo siempre remataba con algún refrán de su particular gusto: “con pan y con vino, se anda el camino”, o “al pan pan, y al vino vino”.

Pero al clarear del día siguiente, me tomaba del brazo y partíamos juntos camino de la viña para rematar el ciclo, en la conocida como “rebusca”, por si, con las prisas hubiesen quedado algunos racimos en las cepas. Y sobre todo, para que no se diesen un festín aquellos negros y panzudos tordos. Porque, según asegurada mi abuelo Mariano, “de todo hay en la viña del Señor”…

                                                         José Javier Terán Díez



1 comentario:

J. Javier Terán dijo...

Primero, agradecer al jurado del Concurso el que me haya distinguido con este premio en este Primer Certamen Literario de Microrrelatos de Quintanilla de Onsoña, que me ha agradado sobremanera.
Y luego, deciros que el relato está, de alguna manera, inspirado en algún momento del pasado cuando adolescente en el pueblo de Velillas del Duque, como en el mismo se dice. Y que, además, el abuelo Mariano existió en realidad, porque era mi abuelo. E igual, algunos de vosotros le pudisteis llegar a conocer.
Reitero las gracias al jurado y a todos los que, de una u otra manera, han participado en la puesta en marcha y desarrollo del concurso. Y a por la siguiente edición.
Saludos para el pueblo de Quintanilla de Onsoña; y también para su vecino tan limítrofe, Velillas del Duque, siempre tan unidos y tan necesitados el uno del otro.
Javier Terán.