En esta Semana Santa de este año 2020 que nos ha tocado vivir de esta manera tan particular y tan inesperada a la vez –confinados en nuestras casas-, por culpa de este -maldito mil veces seas, coronavirus impropio de estos tiempos-; me ha venido a la memoria aquellas otras Semanas Santas del pueblo cuando chavales, que vivíamos de una forma muy particular y ricas en experiencias.
Porque llegaba la Semana Santa y, aparte de que nos daban vacaciones en la escuela por unos días, todos nosotros estábamos deseando participar en los actos religiosos de la iglesia de una forma directa y activa.
Y es que colaborábamos, y de buen grado, además, en el momento de recoger en el campo las pequeñas ramas de árbol que, una vez portadas hasta el pórtico de la iglesia, todos los vecinos recogerían el día del Domingo de Ramos y luego se llevarían a sus casas para que les protegiesen durante todo el año.
Y misión nuestra en exclusiva, era recorrer el pueblo con aquellas viejas carracas, que hacíamos sonar con toda la fuerza de la que éramos capaces anunciando a todos que estaban próximos a comenzar los actos religiosos de aquel día; puesto que las campanas de la torre se habían silenciado en señal de luto.
Como también ayudábamos con interés en el momento de proceder en la iglesia, por este mismo motivo del luto, al tapado con grandes telas de todas las figuras de santos que decoraban el frente del altar y las capillas laterales, ayudando en lo que se nos pedía tanto por parte del sacerdote, como por parte de los mozos y personas mayores del pueblo. Que para esta misión, se tenían que proveer de escaleras y grandes varas de madera para llegar con las telas hasta la altura donde se encontraban estas esculturas. Toda una obra de ingeniería la que tenían que desarrollar para llevar a buen término esta misión; que a mí siempre me llamó la atención.
Y claro, al llegar la mañana del Domingo de Resurrección, en la propia misa, nuestra era también la misión de ayudar en el momento de destapar a los Santos, quitándoles aquellas grandes telas que les cubrieron durante algunos días.
Otra circunstancia que me llamaba la atención en aquellas Semanas Santas de aquellos años de chaval en el pueblo, era el momento del Jueves Santo en la noche, cuando el cura procedía al rito de lavar los pies a algunos vecinos; siempre me pareció algo excepcional. Y acto que nosotros habíamos anunciado previamente por todo el pueblo, recorriendo todas sus calles con nuestras carracas en ristre sonando sin cesar, como en una competición a ver quién era capaz de hacerla sonar durante más tiempo.
Claro que tampoco podemos olvidar el gran momento del Vía Crucis del Viernes Santo en el interior del templo, del que participábamos los chavales con el mayor de los respetos, recorriendo con la demás gente del pueblo cada una de las estaciones penitenciales que se mostraban en las paredes de la iglesia mediante cuadros pintados y con figuras alusivas a la Pasión.
Unos días de Semana Santa, en fin, que los chavales del pueblo vivíamos con una cierta intensidad religiosa y familiar; pero encontrando también tiempo para nuestros juegos en la calle y en las eras; extendiéndolos en ocasiones hasta algún cobertizo cercano.
Javier Terán.
2 comentarios:
¡¡¡Que recuerdos!!! y eso que las chicas ,entonces, no podíamos ser monaguillos.Gracias por tu colaboración con el blog.
Cierto lo que dices, Lourdes. Qué curiosa realidad es la que vivíamos entonces. Y luego, con el paso del tiempo, lo que hemos avanzado....Claro, que luego viene un bichito como este de ahora y nos paraliza todo hasta unos límites increíbles. Pero bueno, pronto todo volverá a brillar tal cual era antes....
Y, de otra parte, encantado por poder aportar mis relatos al Blog. Gracias. Saludos.
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