Ser monaguillo de la iglesia del pueblo tenía su importancia
cara al resto de los chavales y resto de los convecinos, y también su
responsabilidad en aquellos años, qué duda cabe; vamos, que tenía su aquél.
Porque, aunque en esencia pasábamos casi todos los chavales
del pueblo por aquel momento de ayudar al cura en misa, que esa era la razón de
ser y misión principal del monaguillo, no a todos les era dado el privilegio de
aparecer allí en primera fila, junto al altar de la iglesia, al lado del cura,
en todos los oficios religiosos. Por lo que,
a estos últimos, se les relegaba a otras misiones menores en el conjunto de
ocupaciones dentro del templo.
Y es que, además, la misión de ser monaguillo tenía también
su intríngulis más o menos enrevesado, su ritual y su ensayo previo hasta
lograr cumplir la misión con absoluta fiabilidad. Porque el pasar el atril con el misal de un
lado al otro del altar llegado el momento concreto de la misa, sin olvidarse de
la genuflexión de rigor, ni caerlo en medio del ritual; o tocar la campanilla
de mano de manera correcta y el tiempo exacto en el momento de la consagración;
o verter con la vinajeras sobre el cáliz del celebrante la medida exacta de vino
y las gotas justas de agua; o colocar la pequeña bandeja debajo de la barbilla
del comulgante en el momento justo en el que el cura repartía la comunión; o
mover el incensario en uno y otro sentido y alimentarlo oportunamente para
evitar que se apagase, tenía su vital importancia y requería una cierta
capacitación que sólo los más avispados conseguíamos con el tiempo.
Claro que, además, había otras misiones dentro de la iglesia
que también requerían el concurso del monaguillo de turno a la hora de ayudar al
cura. Y eran, por ejemplo, en el momento
en el que el sacerdote se revestía con los hábitos para la misa, que debíamos
de conocer el nombre exacto de cada uno de sus adminículos y el orden que
llevaban para facilitar su labor al celebrante mientras se le iban
proporcionando uno a uno.
Y también, algo que
nos gustaba especialmente, que era el momento en el que llenábamos de vino las
vinajeras para la posterior celebración de la misa. Aquí, sí que había peleas, mitad soterradas,
mitad a viva voz entre el grupo de monaguillos por querer llevarlo a cabo. Y es que siempre que el cura se despistaba
dentro de la sacristía en los momentos previos a la misa, al que manejaba este
elemento casi siempre se le escapaba un pequeño sorbo de ese vinillo tan dulce,
mientras el resto de monaguillos se quedaba con las ganas a la espera de otro
momento más oportuno.
Javier Terán.
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