jueves, 9 de abril de 2020

Monaguillos de pueblo




Ser monaguillo de la iglesia del pueblo tenía su importancia cara al resto de los chavales y resto de los convecinos, y también su responsabilidad en aquellos años, qué duda cabe; vamos, que tenía su aquél.

Porque, aunque en esencia pasábamos casi todos los chavales del pueblo por aquel momento de ayudar al cura en misa, que esa era la razón de ser y misión principal del monaguillo, no a todos les era dado el privilegio de aparecer allí en primera fila, junto al altar de la iglesia, al lado del cura, en todos los oficios religiosos.  Por lo que, a estos últimos, se les relegaba a otras misiones menores en el conjunto de ocupaciones dentro del templo.

Y es que, además, la misión de ser monaguillo tenía también su intríngulis más o menos enrevesado, su ritual y su ensayo previo hasta lograr cumplir la misión con absoluta fiabilidad.  Porque el pasar el atril con el misal de un lado al otro del altar llegado el momento concreto de la misa, sin olvidarse de la genuflexión de rigor, ni caerlo en medio del ritual; o tocar la campanilla de mano de manera correcta y el tiempo exacto en el momento de la consagración; o verter con la vinajeras sobre el cáliz del celebrante la medida exacta de vino y las gotas justas de agua; o colocar la pequeña bandeja debajo de la barbilla del comulgante en el momento justo en el que el cura repartía la comunión; o mover el incensario en uno y otro sentido y alimentarlo oportunamente para evitar que se apagase, tenía su vital importancia y requería una cierta capacitación que sólo los más avispados conseguíamos con el tiempo.

Claro que, además, había otras misiones dentro de la iglesia que también requerían el concurso del monaguillo de turno a la hora de ayudar al cura.  Y eran, por ejemplo, en el momento en el que el sacerdote se revestía con los hábitos para la misa, que debíamos de conocer el nombre exacto de cada uno de sus adminículos y el orden que llevaban para facilitar su labor al celebrante mientras se le iban proporcionando uno a uno.

 Y también, algo que nos gustaba especialmente, que era el momento en el que llenábamos de vino las vinajeras para la posterior celebración de la misa.  Aquí, sí que había peleas, mitad soterradas, mitad a viva voz entre el grupo de monaguillos por querer llevarlo a cabo.  Y es que siempre que el cura se despistaba dentro de la sacristía en los momentos previos a la misa, al que manejaba este elemento casi siempre se le escapaba un pequeño sorbo de ese vinillo tan dulce, mientras el resto de monaguillos se quedaba con las ganas a la espera de otro momento más oportuno.



                                            Javier Terán.











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