martes, 25 de agosto de 2020
sábado, 1 de agosto de 2020
Cumpleaños Agosto 2020
FELICIDADES PARA
MIGUEL (Vicky), PILI (Nieta Ángeles), JOSÉ (Leoncio)
MARINA (Maribel), DANI (Felisa) y ASIER (Hijo Dani),
PATRICIA (Isa), CARMEN Mª (Fino), ANABEL (Upe),
JAIME (Isidoro), RAQUEL (Toño), JULIAN (Nea).
NEREA E IRATI (nietas Luisa), DIEGO (Luis Miguel) XABI (Caseta),
FLAVIO (nieto Nisia), MARIA (nieta Augusta), DANI (Anarosa),
RAUL (Tali), TOMÁS BRAVO (Gozón), ADELA (Teofila),
MARISOL (LUZ), JOSE LUIS (DESIDERIO),FLORI (ALFREDO).
FLAVIO (nieto Nisia), MARIA (nieta Augusta), DANI (Anarosa),
RAUL (Tali), TOMÁS BRAVO (Gozón), ADELA (Teofila),
Y PARA TODOS LOS QUE CUMPLAN AÑOS ESTE MES.
Si conocéis a alguien que cumpla años este mes podéis felicitarlo dejando un comentario, decid su nombre y lo pondremos aquí. Entre todos podremos completar la lista.
sábado, 11 de julio de 2020
Nuestras artes de pesca (y 2)
Otra de las artes de
pesca, que también seguíamos al pie de la letra en cuanto a preparación de
aparejos y ritual en general en aquellos años cuando chavales en Velillas,
era la pesca de cangrejos.
Aunque en esta ocasión,
contando con la ayuda de los mayores de la casa, los abuelos generalmente, en
el momento de la confección de las redes para los reteles que empleábamos en la
captura de los cangrejos.
Porque, aunque los
reteles los habíamos adquirido también en Saldaña, si queríamos disponer de
alguno más de manera rápida, o si se trataba de reparar la red de alguno de
ellos, entonces teníamos que recurrir a nuestros mayores, que ellos sí sabían
repararla o tejer la red de manera adecuada para adherirla luego al aro de
hierro que hacía que el retel bajase hasta el fondo del arroyo o del río, una
vez depositado sobre el agua.
Así que, una vez
preparados todos los reteles y buscado el cebo más adecuado, partíamos, con la
alegría reflejada en el rostro, hacia las inmediaciones del arroyo que ya
conocíamos como más cangrejero de todos los que rodeaban al pueblo.
Llegados al lugar y sin
perder ni un solo minuto, porque las ganas de ver nuestros reteles llenos de
cangrejos iban en aumento, echábamos todos los artilugios al agua dejando bien
visibles las cuerdas que los sostenía; esperábamos, nerviosos eso sí, algunos
minutos y comenzábamos a levantarlos uno por uno ayudándonos de un palo de una
cierta longitud, que en su punta terminaba en una especie de horquilla que
permitía que la cuerda del retel se deslizase a su través.
Y era entonces el
momento por antonomasia de la alegría o de la decepción, dependiendo de si el
retel contenía algún cangrejo o no; y si, aun teniendo alguno, el tamaño del
mismo era el buscado.
Y la tarea se repetía
de esta misma guisa una y otra vez durante la tarde, y siempre con la esperanza
de que esta vez sí, varios de los reteles se mostrasen a rebosar de cangrejos,
que era cuando mayor alegría reflejaban nuestros rostros.
Y es que ya nos
imaginábamos llegando a casa con nuestro abultado cargamento de cangrejos
depositados en aquellos particulares fardeles tan a propósito elaborados, y
mostrándoselos a nuestras madres, que serían al final las que se encargarían de
cocinar tan exquisito manjar.
Así que, cuando la
tarde ya se vencía y comenzaban a aparecer en el horizonte los primeros signos
de oscuridad, nuestra aventura de pesca de aquella tarde se daba por
concluida. Y regresábamos a casa
contentos y con un doble regusto ciertamente agradable, el de haber conseguido
un buen número de ejemplares, y el que comenzábamos a sentir en la boca
imaginándonos sentados en la mesa degustando una gran cazuela de cangrejos
especialmente aderezados culinariamente por nuestras madres.
Y claro, luego quedaba
contar nuestra andanza de la tarde de pesca al grupo de chavales del pueblo que
no se habían embarcado aquel día en aquella apasionante aventura. Y ahí sí que la gozábamos también.
Javier Terán.
miércoles, 8 de julio de 2020
Nuestras artes de pesca (1)
Las artes de pesca en nuestra etapa de
chavales en Velillas en aquellos años eran bastante rudimentarias y caseras
por encima de todo; si bien, lo suficientemente útiles para que prestasen la
misión a ellas encomendada para que nos proporcionasen con cierta facilidad la
captura de los elementos pretendidos; es decir, peces y cangrejos,
generalmente, dependiendo del arte de pesca empleado y de la época del año de
que se tratase.
En cuanto a
la caña de pescar, una vez adquiridos sus aparejos en Saldaña, era montada por
nosotros mismos, con una técnica que nos íbamos pasando de unos a otros con
absoluta fiabilidad: desde localizar el palo de la longitud, grosor y
manejabilidad adecuadas, que nos serviría de base para la caña, hasta montar
sobre él el hilo de nylon, el corcho, los plomos y el anzuelo; y luego buscar el
cebo que colocábamos en el anzuelo con especial destreza.
Y así montada
ya con todos los útiles que la misma precisaba para poder iniciarnos en el
noble arte de la pesca, nos urgía el estrenarla. Así que aprovechábamos el primer rato libre
para escaparnos hasta alguno de los arroyos cercanos al pueblo que disponían
del suficiente caudal de agua, para dar rienda suelta a tan noble arte, con
nuestra técnica de pesca aprendida con el paso de los años.
Eso sí, ya
sabíamos que teníamos que armarnos de un cierto grado de paciencia, porque no
todos los días que echábamos la caña los peces querían picar nuestro cebo. O tampoco siempre que picaban conseguíamos la
pieza, porque a veces tirábamos de la caña hacia arriba y el pez se nos
escapaba, o se había comido el cebo y había desaparecido sin más. Así que vuelta al principio, a colocar el
cebo sobre el anzuelo y a lanzar la caña al agua en busca de la presa.
Y esta vez
sí, para nuestra satisfacción, al poco rato la pieza que conseguíamos nos
sorprendía por su tamaño; y nos animaba a echar una y otra vez la caña en el
mismo lugar.
Hasta que
vencida la tarde, y con el sol ocultándose ya por detrás de la torre de la
iglesia, regresábamos felices a casa con nuestro cargamento de peces
depositados en hilera sobre la estructura de un junco de un cierto grosor, con
el que previamente nos habíamos aprovisionado, con la perspectiva de que la
tarde de pesca nos fuese propicia.
Al pasar
junto a la iglesia camino de nuestras casas, veíamos de reojo cómo los vencejos
se mostraban aquel atardecer especialmente ruidosos en aquellos entornos;
aunque nuestro máximo interés era llegar cuanto antes a casa para mostrar a los
nuestros nuestro gran resultado de pesca de aquella tarde.
Y una vez en
casa, depositábamos nuestra caña con especial cuidado en el rincón que
acostumbrábamos, hasta que llegase una nueva ocasión que, a juzgar por los
excelentes resultados de aquella jornada, muy posiblemente sería al día
siguiente apenas finalizase la comida.
Javier
Terán.
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