En mi pueblo las piedras eran muy importantes. Las usábamos para casi todo. Hasta que lasprohibieron.Teníamos una piedra en la puerta de la panera para mantenerla abierta y que entrase el aire.Otra metida en la gatera desde que mi abuela vio al gato de la Dominica salir con una sardinaentre sus fauces. Mi abuelo había puesto piedras también en varios puntos del tejado, porquecuando pegaba el Cierzo se movían hasta las campanas de la iglesia. Las piedras calzabanmesas y hacían las veces de martillo improvisado. En las eras sujetaban lonas y cortaban lamies con los trillos.Los chicos las usábamos para dibujar la rayuela y para nuestros tirachinas. Lascoleccionábamos, las pintábamos y hacíamos concursos de ranas en el río.Mi bisabuelo Rodrigo, sin embargo, odiaba las piedras. Él bien sabía que avanzar con el aradoera una tarea ardua para la mula en aquellos campos sembrados de guijarros. Había tierrasyermas porque casi solo había cantos. Las semillas buscaban su camino a la luz pero perecíanen el pedregal.Luego pasó lo de Calista.Decían las malas lenguas que se había quedado embarazada de un pastor que pasó un día porel pueblo. No se hablaba de otra cosa. Ella se afanaba en ponerse ropa holgada para que no senotase nada, pero las mujeres del pueblo lo sabían. El cura no paraba de hablar en sussermones de virtud y de pureza. Todos miraban a Calista. Sus padres ya no iban a misa.Un día se cargó el vestido de piedras y se echó al río para ahogarse. Nadie la volvió a ver jamás.El alcalde Eutimio prohibió las piedras en el pueblo por la conmoción en que quedó laparroquia.Ahora, el gato entraba en el patio como Pedro por su casa y la puerta de la panera estabasiempre cerrada. El calor dentro era sofocante. Las tejas volaban cuando arreciaba el aire yhasta los chiquillos tuvimos que cambiar de juegos y jugábamos al escondite y a pillar, oandábamos en bici.Pero las piedras de los campos eran tozudas y no sabían leer edictos. Trabajar la tierra seguíarompiendo la espalda a nuestros padres y madres. Además Calista todavía no ha aparecido.Dicen que en la zona donde desapareció salió una montañita de piedras. Bueno, en realidaddos.Su padre las retiró enseguida.Las piedras no estaban permitidas en el pueblo.
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2º PREMIO
LA ORILLA
Una mujer pasea por la orilla del mar; la mirada fija en la arena húmeda. Sus ojos
han tomado el mando y escrutan minuciosamente todo aquello que encuentran a su paso. A
ella le asombra ese extraño poder de observación del que nunca antes gozó.
Algas solitarias, que vivieron siempre desarraigadas, acabando su existencia en una
playa cualquiera.
Bolas de Neptuno que su pie descalzo empuja suavemente para hacerlas rodar; son
restos de posidonias que antaño, mecidas por la corriente, danzaban hermosas en las verdes
praderas del fondo mediterráneo y que, el paso del tiempo y la erosión, han convertido en
humildes formas redondeadas, de un marón mortecino.
Las pulgas de mar saltan a su paso, huyendo precipitadamente del daño que ella
puede infligirles. Son demasiado frágiles e insignificantes.
Fragmentos de conchas de filos cortantes; pequeños corazones nacarados, rotos en
pedazos, que esperan pacientes a que el tiempo los trasforme en brillante polvo.
La espuma acaricia sus tobillos. La arena parece tener vida: respira a través de
diminutos agujeros por los que se escapan fugaces burbujas de aire; se mueve con
delicadeza bajo sus pies y, de pronto, escapa rauda, tirando de ellos, empeñada en
arrastrarla consigo hacia el azul.
Multitud de huellas van y vienen; efímeros tatuajes de seres que por allí transitaron:
huellas de gaviotas, pequeñas flechas que parecen indicarle que vuelva atrás; huellas
profundas de pies grandes y fuertes que marchan seguros por la vida; diminutas huellas de
niños que apenas empiezan su incierto camino; huellas de pies rectos, bellos; otras de pies
deformados y dolientes.
Hoy el mar le ha hablado a través de sutiles señales. Esta noche él habrá devorado
todas esas marcas de la orilla. Y también habrá lamido las huellas que la mujer dejó en un
recorrido, sólo de ida, hacia la ansiada paz de las profundidades.
Esther García García
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3º PREMIO
PENSAR
Yo lo veo de esta manera. No hay nada de malo en ello. Me he acostumbrado a hacerlo así.
Hasta ahora nadie se ha quejado, aunque eso, la verdad, tampoco es que me importe demasiado.
Pienso tres veces a la semana, solamente tres, tres en siete días. El resto del tiempo soy como
un poste de luz o una piedra. En esos holgados momentos, minutos, horas, días, procuro no
moverme si no es del todo necesario. Comer, como, y beber también. Como cuando tengo
hambre y bebo cuando tengo sed. Duermo mucho. Guardo todas las fuerzas que puedo. Ya lo
decía mi madre, se me da bien estar en el mundo por estar. No tengo ninguna ambición, nunca
sueño y tampoco me preocupan los demás. Bastante nervioso estoy a la espera de que llegue
uno de esos tres momentos en los que fuera de mí, me detengo de pronto, ya sea en casa, en la
calle o en cualquier otro lugar, y entonces sucede, ya está, me pongo a pensar. Por suerte no
dura mucho, apenas un instante, pero a pesar de ello, el esfuerzo es inmenso, tanto que, a veces,
me digo que tal vez debiera de reducir a dos o incluso a un día esos ajetreados y febriles
episodios. Pensar no es tan fácil como parece. No basta con decir voy a pensar ahora mismo, o
me apetece pensar un poquito. Pensar lleva su tiempo. Yo suelo tardar de unos veinte a treinta
minutos en decidirme. Siempre antes de pensar tengo que pensar en lo que voy a pensar. Al
final pienso, no sé, en cosas normales, lo que todo el mundo, que si mira qué bonita falda lleva
esa chica, que si hoy parece que va a llover, que si hay que ver lo cara que se ha puesto la
comida… pensar es, sin duda, de las cosas más estresantes que he hecho en mi vida. Es tan
cansado que me veo obligado a espaciarlo en el tiempo. Imposible pensar dos días seguidos y
aún menos hacerlo el mismo día dos veces. La fuerza de la costumbre me ha otorgado una
rutina adecuada. Lo mejor es pensar el lunes, el miércoles y el viernes. Siempre he sabido que
el hecho de que yo posea la capacidad de pensar no me hace más humano que aquellos que no
la tienen. Pensar es definitivamente un fastidio, me indigna, me molesta, me deforma el
rostro…
David Argüelles Redondo
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