miércoles, 8 de julio de 2020

Nuestras artes de pesca (1)







Las artes de pesca en nuestra etapa de chavales en Velillas en aquellos años eran bastante rudimentarias y caseras por encima de todo; si bien, lo suficientemente útiles para que prestasen la misión a ellas encomendada para que nos proporcionasen con cierta facilidad la captura de los elementos pretendidos; es decir, peces y cangrejos, generalmente, dependiendo del arte de pesca empleado y de la época del año de que se tratase.

En cuanto a la caña de pescar, una vez adquiridos sus aparejos en Saldaña, era montada por nosotros mismos, con una técnica que nos íbamos pasando de unos a otros con absoluta fiabilidad: desde localizar el palo de la longitud, grosor y manejabilidad adecuadas, que nos serviría de base para la caña, hasta montar sobre él el hilo de nylon, el corcho, los plomos y el anzuelo; y luego buscar el cebo que colocábamos en el anzuelo con especial destreza.

Y así montada ya con todos los útiles que la misma precisaba para poder iniciarnos en el noble arte de la pesca, nos urgía el estrenarla.  Así que aprovechábamos el primer rato libre para escaparnos hasta alguno de los arroyos cercanos al pueblo que disponían del suficiente caudal de agua, para dar rienda suelta a tan noble arte, con nuestra técnica de pesca aprendida con el paso de los años.

Eso sí, ya sabíamos que teníamos que armarnos de un cierto grado de paciencia, porque no todos los días que echábamos la caña los peces querían picar nuestro cebo.  O tampoco siempre que picaban conseguíamos la pieza, porque a veces tirábamos de la caña hacia arriba y el pez se nos escapaba, o se había comido el cebo y había desaparecido sin más.  Así que vuelta al principio, a colocar el cebo sobre el anzuelo y a lanzar la caña al agua en busca de la presa.

Y esta vez sí, para nuestra satisfacción, al poco rato la pieza que conseguíamos nos sorprendía por su tamaño; y nos animaba a echar una y otra vez la caña en el mismo lugar.

Hasta que vencida la tarde, y con el sol ocultándose ya por detrás de la torre de la iglesia, regresábamos felices a casa con nuestro cargamento de peces depositados en hilera sobre la estructura de un junco de un cierto grosor, con el que previamente nos habíamos aprovisionado, con la perspectiva de que la tarde de pesca nos fuese propicia.

Al pasar junto a la iglesia camino de nuestras casas, veíamos de reojo cómo los vencejos se mostraban aquel atardecer especialmente ruidosos en aquellos entornos; aunque nuestro máximo interés era llegar cuanto antes a casa para mostrar a los nuestros nuestro gran resultado de pesca de aquella tarde.

Y una vez en casa, depositábamos nuestra caña con especial cuidado en el rincón que acostumbrábamos, hasta que llegase una nueva ocasión que, a juzgar por los excelentes resultados de aquella jornada, muy posiblemente sería al día siguiente apenas finalizase la comida.



                              Javier Terán.








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