martes, 3 de noviembre de 2020

Saldaña y los martes


 Lo que significaba en aquellos años de nuestra niñez y adolescencia en Velillas, el mercado de los martes de Saldaña, quedará grabado en nuestra memoria para siempre.  Llegando hasta tal punto que, muchos de nosotros, a pesar del tiempo transcurrido, los martes los seguimos asimilando con el mercado semanal de Saldaña.  Porque Saldaña y los martes siempre irán unidos.


Y es que, en aquellos años, en Saldaña encontrábamos prácticamente todo lo que necesitábamos en nuestro día a día.  Y los martes, como si de un cuento mágico se tratase, se hacían realidad, al quedar cubiertas, muchas de las necesidades perentorias surgidas. Porque el mecanismo se repetía una y otra vez y casi siempre ocurría que se cumplía el deseo.


 


Que un día se precisaba algún útil de la casa, tipo electrodoméstico menor o el propio menaje de la misma, se esperaba al mercado del martes en Saldaña para adquirirlo.  Que se necesitaba la reposición de alguna herramienta de las de uso en las labores agrícolas, se adquiría el martes en Saldaña.  Que los escolares necesitábamos algún libro o algún útil para la escuela, tipo bolígrafo, lapicero, libreta…, se lo encargábamos el martes a aquel miembro de la familia que se desplazase a Saldaña a estos y otros menesteres.

 

Y así, muchas circunstancias de la vida y necesidades de los vecinos de Velillas giraban en torno al martes y el mercado de Saldaña.  Desde estar pendiente de la hora en la que pasaba el coche de línea que nos acercaba hasta él, hasta priorizar las necesidades familiares en función de poder adquirirlas el martes siguiente en el mercado.  Pasando por utilizar el día de mercado para permitirse un pequeño descanso o relax respecto a las faenas agrícolas diarias y, de paso, tomar contacto y cambiar impresiones sobre los devenires del campo con otras personas de la comarca. 

 

Y con qué ilusión y ganas esperábamos los chavales el regreso a casa, una vez finalizada la mañana, del miembro de la familia que aquel martes se había trasladado a Saldaña y llevaba nuestra particular lista de  encargos: adquirir el nylon, los plomos, los anzuelos y el corcho para la caña de pescar; o los reteles para poder salir a pescar cangrejos con los amigos en breve; las libretas y el bolígrafo que nos había ordenado llevar la maestra a la escuela al día siguiente –consciente también ella de que el martes nos lo adquirirían en Saldaña-; la peonza nueva o la cuerda necesaria para hacerla bailar y que sustituiría a otra ya vieja y deshilachada; los cordones nuevos para los zapatos que volveríamos a vestir en las próximas fiestas, y los caramelos y dulces de rigor que siempre sabíamos llegaban cada martes que alguien de la familia acudía al mercado de Saldaña.

 

Esos sí que eran los Reyes Magos de verdad para nosotros.

 

Javier Terán.




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