viernes, 20 de noviembre de 2020

Un día de excursión desde la escuela



Cuando chavales en la escuela de Velillas, si bien es cierto que nos habían hablado de la provincia de Palencia en términos generales; y por ello, de nuestro Norte montañoso y de localidades como Guardo y Cervera de Pisuerga, en esencia; a aquella temprana edad no conocíamos mucho más que su existencia real en el norte provincial.


Fue cuando un buen día, nuestra maestra nos anunció que, próximamente y antes de que acabasen las clases, nos llevaría de excursión al norte de la provincia para visitar, entre otros lugares, la localidad de Guardo y los enclaves de los dos pantanos que en sus proximidades se encuentran: Camporredondo y Compuerto, cuando realmente supimos y experimentamos la grandeza de aquel paisaje y aquella comarca.

 


Acostumbrados como estábamos a no salir de nuestro entorno tan llano y casi rectilíneo de las tierras de labor que nos rodeaban, donde las mayores alturas del terreno las habíamos visto en torno a las “cuestas” de Saldaña, encontrarnos de golpe al llegar al destino de nuestra excursión, con aquellas elevaciones montañosas tan pronunciadas y aquellos desniveles tan profundos junto a la carretera, supuso para nosotros estar en medio de otro mundo totalmente distinto al que conocíamos.


Incluso el viaje en autobús hasta allí, con aquellas pendientes tan pronunciadas del terreno junto a la propia carretera, nos produjo en algún momento una cierta sensación de miedo.


Luego, ver aquellas grandes extensiones de agua, prácticamente inabarcables con la vista, que componían la grandeza de aquellos dos pantanos, nos impactó fuertemente nuestra retina; hasta el punto de estar hablando de ello varios días, tanto en la escuela como luego con el grupo de amigos.


Y como nuestra excursión coincidió en el tiempo con las fiestas de la localidad de Guardo, aparte de visitar su casco urbano, fuimos testigos del desfile por las calles del pueblo que protagonizaban en aquellos momentos los gigantes y los cabezudos. Y aquí, a fuer de ser sinceros, hay que reconocer que muchos de nosotros volvimos a sentir el miedo en nuestros cuerpos cuando alguno de estos cabezudos se acercaba demasiado a nosotros e incluso intentaba tocarnos y acariciarnos con aquella pequeña escoba que portaba en sus manos.


Y rememorábamos por algunos minutos aquel otro miedo que sentíamos también con aquel “toro de fuego” que en Saldaña protagonizaba aquella serie de carreras casi infinitas del personal en torno a la plaza y sus aledaños para evitar ser alcanzados por el mismo en algún momento, en la noche del ocho de septiembre, festividad de la Virgen del Valle.


Al final, de regreso en casa, la excursión resultaría ser una mezcla de espectacularidad y asombro por los paisajes tan extraordinarios visitados y las inmensas masas de agua de los pantanos; junto a algunos momentos donde el miedo se nos instaló en el cuerpo, al contemplar desde el autobús que nos trasladaba, aquellas profundas depresiones del terreno junto a la misma carretera; y por aquellos cabezudos tan cercanos y sus actitudes un tanto aviesas del desfile de las fiestas de Guardo, que hay que reconocerlo abiertamente, nos asustaron un tanto al pensar que iban directamente a por nosotros.  Y es que, ¡éramos tan chiquillos todavía, en todos los sentidos…!


Pero aquella excursión resultaría una experiencia en toda regla, que tardaríamos un tanto en olvidar, aunque la llegada de las vacaciones de verano de aquel año marcaría a continuación un nuevo punto de inflexión en nuestras vidas.



                                     Javier Terán.





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