jueves, 27 de septiembre de 2012

Pescando a caña


Así como queda dicho más abajo que, llegada su época, pescábamos cangrejos a retel, también hay que decir que, llegado su momento, los chavales pescábamos peces a caña.  Y lo hacíamos mayoritariamente en los arroyos cercanos al pueblo, porque para pescar en el río, teníamos que disponer de una caña adecuada, y con la que pescábamos de manera inmediata y directa en los arroyos era fabricada por nosotros mismos con los útiles que teníamos más a mano.
La mecánica y la técnica, a la vez, podían ser, con pequeñas variantes,  como sigue: Cogíamos un palo más o menos recto y de una largura y grosor adecuados y sobre él acoplábamos el hilo de sedal, los trozos de plomo, el corcho y el anzuelo (todo esto comprado en Saldaña algún martes anterior).  Previamente a salir a pescar, cogíamos el cargamento de morugas que guardábamos en un bote con algo de tierra.  Y así, al día siguiente, pertrechados con todo el material, partíamos en dirección al primero de los arroyos que más agua llevase para practicar el arte de la pesca en toda regla y con absoluta intensidad. 
Nos alegrábamos cuando los peces “picaban” –cosa que no ocurría todos los días, claro- porque, tras ensayar alguna que otra vez, al final conseguíamos sacar del agua algunos de ellos de tamaño variado, incluso destacando unos cuantos de un tamaño mayor, que hacían nuestra delicia.
Pero cuando pasaba el tiempo y no veíamos que el corcho se moviera ni que se sumergiera parte de él bajo la superficie del agua, el aburrimiento aparecía en nuestros rostros y, al cabo de algunos minutos más, era obligado abandonar el lugar; que ya vendrían días mejores… 
Porque si de algo disponíamos los chavales en aquel entonces, era de tiempo para una y otra cosa…

                                                                                          Javier

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