domingo, 22 de diciembre de 2024
miércoles, 11 de diciembre de 2024
martes, 10 de diciembre de 2024
viernes, 29 de noviembre de 2024
jueves, 31 de octubre de 2024
sábado, 12 de octubre de 2024
Las marcas del tiempo
En aquellos años de cuando chaval en el pueblo, no había momento del día casi –salvo
cuando estábamos en la escuela- en el que las calles no estuviesen ocupadas por algunos
de nosotros, concentrados en el desarrollo efectivo de nuestros juegos, y alegres y
risueños por demás; como expresando a todas luces que en aquel entonces éramos
completamente felices.
Y, en efecto, lo éramos ejecutando los distintos juegos que, por la edad, nos
correspondía; dependiendo un poco del tiempo del calendario y otro poco de la moda del
momento o de la ocurrencia de alguien del grupo. Eso sí, si el grupo se decidía por un
determinado juego, cada día íbamos apareciendo cada uno de nosotros con el instrumento
o el útil necesario para el juego: la peonza, el pincho de madera, la cuerda, la chapa o el
platillo, los cromos, etc., etc.
Y claro, en todos nuestros juegos tenía una importancia primordial el fútbol. Por lo que
dedicar un tiempo razonable cada día a la práctica de este deporte era algo de obligado
cumplimiento para todos nosotros. Dependiendo en ocasiones, eso sí, de la buena
disposición que tuviese en un determinado momento el que era el propietario del balón,
de si le soltaba o no cuando al resto nos apetecía jugar un partido de fútbol.
Los días se nos hacían siempre excesivamente cortos para tantas actividades como
queríamos realizar a lo largo de sus horas. Y andar siempre de acá para allá, ocupados en
decenas de juegos era nuestra máxima diaria; por lo que tan pronto se nos podía ver en
una zona del pueblo, como al minuto siguiente haber desaparecido de ella para poder
desarrollar nuestro siguiente juego en la parte opuesta del mismo.
Aunque no por ello, ocurría que no estuviésemos atentos también a lo que de novedad
ocurría en sus calles. Por ejemplo, de si llegaba algún vehículo – tipo coche, camión,
motocicleta- que no fuese de allí; por lo que, de inmediato, nos picaba la curiosidad y
corríamos detrás de él para saber dónde se detenía y cuál era el motivo que le traía
hasta allí.
Igual que pasaba con los vehículos ya habituales, los que suministraban al pueblo el pan, la
carne, el pescado o la fruta. Convirtiéndonos a veces, ya que pasábamos por allí, en
verdaderos pregoneros de la mercancía para el resto de los vecinos.
En este aspecto, siempre nos sorprendía a los chavales la llegada al pueblo con una cierta
regularidad de una furgoneta repleta de productos de alimentación que podían formar la
cesta de la compra de aquel entonces; siendo, además, portadora de otra serie de
utensilios o útiles para la casa de utilidad también necesaria. Y que, al comprobar cómo
la furgoneta llevaba siempre en su interior todo lo más imprescindible que las familias
pudiesen necesitar para el día a día, convinimos en bautizar al propietario de la misma
con este cariñoso apelativo: “el Arca de Noé”.
Y es que, lo mirases por donde lo mirases, llevaba consigo siempre un poco de todo lo que
en aquel entonces te pudieses imaginar. Porque cualquier cosa que se le pidiese, allí
aparecía con ella frente a la gente después de revolver algunos instantes en el interior
de la furgoneta. Por lo que con ese cariñoso apodo se quedaría para el resto del tiempo.
Otra de las personas que habitualmente llegaba al pueblo con una cierta asiduidad y un
tanto curiosa también, era “el afilador”. Y la verdad que, en este caso, los chavales no le
profesábamos especial cariño; e incluso nos podía llegar a producir un cierto miedo por
momentos. Porque su aspecto físico era ya un tanto extravagante; mostrándonos
también por su parte muy poca empatía para con nosotros; y hasta un acusado mal genio,
unido a su potente voz, que nos asustaba a veces.
Si a todo ello le unimos que el artilugio con el que se hacía acompañar para ejercer su
profesión de afilador resultaba ya un tanto extraño de entrada, y que cuando lo ponía en
funcionamiento saltaban al exterior un montón de chispas debido a la fricción del
utensilio a afilar con la piedra, el rechazo a su figura alcanzaba su grado máximo.
Momento en el que su voz retumbaba con más fuerza si cabe al indicarnos, enfadado, que
nos alejásemos de allí para que las chispas no nos alcanzasen.
Y claro, el hecho de que siempre apareciese pertrechado de un gran paraguas negro
entre sus pertenencias, no importaba la época del año que fuese, nos inclinaba mucho más
a seguir mostrándole nuestro rechazo de manera casi general.
Y es que nuestras dotes de observación, para luego hacer nuestras propias componendas,
no parecían tener límite en aquellos años cuando chavales en el pueblo.
José Javier Terán.
jueves, 10 de octubre de 2024
Más de Uno Palencia 10/10/2024 "Especial ADRI Páramos y Valles"
Más de Uno Palencia 10/10/2024 "Especial ADRI Páramos y Valles"
En este enlace podéis escuchar el programa completo sobre ADRI Páramos y Valles desde el Ayuntamiento de La Serna.
sábado, 5 de octubre de 2024
BODA CIVIL
martes, 24 de septiembre de 2024
La Junta licita las obras de modernización del Bajo Carrión por 30 millones
La Junta licita las obras de modernización del Bajo Carrión por 30 millones
…Las obras que se integran dentro de este contrato, y que se realizarán en terrenos ubicados aguas arriba de la zona regable, más en concreto, dentro de los términos municipales de Pedrosa de la Vega, Renedo de la Vega, Quintanilla de Onsoña y La Serna, consisten en la construcción de una toma de captación de agua en el cauce, la instalación de una tubería de abastecimiento, la creación de una balsa de regulación y la colocación de una arqueta de filtro en carga y válvula de sobrevelocidad. (Palencia en la red)
martes, 20 de agosto de 2024
NECROLÓGICA
Ha fallecido Sinesio Calle Cuesta (Sine), en su casa,
en su pueblo, tranquilo, descansando.
Muchas casas de la zona tienen rejas, verjas, puertas que hizo con sus manos en la fragua. No había maquinaria agrícola que no hubiera pasado por su taller . Pero no todo era trabajo, le encantaba su huerta donde pasaba mucho tiempo desde que se jubiló junto a Ana.
Él fue durante muchos años quien anunciaba el
fallecimiento de algún vecino del pueblo con el toque de las campanas, y con el
toque de las de las campanas les despedía durante el camino al cementerio. Él
decía que sería el único para el que no sonarían las campanas. No fue así
porque su estado de salud le impidió seguir haciéndolo pero hoy todos nos
acordaremos de cómo hacía sonar las campanas en su despedida.
Un abrazo especial para Ana, su mujer y sus
hijos Maribel, Carmelo, Sara, Abel y Anarosa.
miércoles, 14 de agosto de 2024
Microrrelatos raposos 2024 (1)
PRIMER PREMIO
EL SOBRE
Me dirigía al baño tras pedir mi habitual café con leche cuando lo vi en el suelo. Un sobre marrón bastante abultado. Lo recogí y me metí en el lavabo. Mis presentimientos se confirmaron y el susodicho sobre estaba lleno de billetes de 50 euros. Lo deslicé en mi bolsillo, tiré de la bomba y hecho un manojo de nervios, me dirigí de nuevo a mi mesita donde me esperaban el café y El Diario Palentino.
Mi primera
reacción fue de euforia y alegría. Había unos 800 euros y con ellos
pensé en irme unos días al mar, o quizás
visitar o mi amigo
Juan que vivía desde
hoce años en Burdeos
y me insistía en que posase una semana con él por aquellos lares. De repente se me ocurrió que
igual lo correcto sería
levantarme e ir hacia la barra,
donde Manolo se afanaba
limpiando unos vasos, y entregárselo. Al fin y al cabo el dinero no era mío y su dueño posiblemente vendría a preguntar por él. Pero... ¿Y si nadie lo reclamaba y Manolo se lo terminaba quedando? No era un tipo de fiar. A veces le había observado
metiendo mano a la caja y en el bote de las propinas
cuando nadie miraba...
Apenas podía concentrarme, así que apuré
el café medio hirviendo, cerré el periódico y tras abonar la consumición y comentar
con Manolo el aspecto
del cielo u otro tema irrelevante, me dispuse a volver a casa. La decisión estaba tomada. De pronto entró aquella mujer, llorando, desesperada, sudando y con los ojos desorbitados. No la había visto
nunca en el bar.
Creo que solía andar vendiendo
ajos fuera del mercado, o barriendo,
no lo recuerdo... Miró al suelo como quien busca oro,
levantó sillas, mesas y taburetes
y se dirigió a la barra.
Todos los clientes, incluidos Manolo
y yo, dejamos de hacer lo que estábamos haciendo y seguimos
con la mirada a aquella criatura que se aventuraba hacía
los urinarios a toda prisa.
No podía marcharme así de repente. Sería
quizás sospechoso o eso creía
yo... "¿Y a esta
qué le ha picado?" Espetó
Zacarías, el zapatero jubilado que jugaba
a las tragaperras. Yo me encogí
de hombros y miré a Manolo, que estaba
a punto de abrir el pico cuando
salió de los aseos la mujer, toda ella un mar de lágrimas
y se acerco a donde estábamos. Entre
sollozos nos contó que había perdido un sobre
con el dinero
del alquiler, que yo llevaba dos meses de retraso
y que el casero le había dado un ultimátum:
o pagaba hoy o la desahuciaba. Nadie en el bar había visto el maldito sobre. Todos, incluido yo cloro está, mirábamos por todos lados buscando
y rebuscando. A mí me temblaban las piernas. Confesar y decir
que lo había encontrado yo era una posibilidad honrada pero embarazosa porque yo ya me iba y además había dicho
que no había visto
nada. Fingir aflicción y salir del bar era otra
opción más honrosa
pero algo cruel dada la situación de la pobre chica.
Uno voz dentro de mi dijo en voz alto "Bueno, vamos o ver, vamos o tranquilizarnos" "Vamos o buscar bien en el bar y en los aledaños
y si no aparece el maldito
dinero yo mismo me encargo
de pagar ese alquiler, pero cálmese por amor de Dios que se la va a llevar el diablo" Así que busque por todos los lados lo que yo mismo tenía en el bolsillo
para finalmente acercarme a un cajero, sacar los 800 euros y dárselo
o lo pobre mujer que me abrazaba como o un hijo que vuelve de la guerra.
No hay día en que Manolo no me lo recuerde cuando
me pone el café con leche. Normalmente hasta me invito el
granujo. Todavía
no tengo cloro si soy un
héroe o un villano. Quizás todos seamos ambas cosas.
Aitor Salazar Calleja
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SEGUNDO PREMIO EX AEQUO
Tormenta de Julio
Cuando la maraña de sus pensamientos se hacía infranqueable y el malestar se alojaba
en cada rincón de su cuerpo, no tenía más remedio
que salir a correr
para deshacerse del indeseable abrazo de la ansiedad. Había leído en alguna parte que, gracias
al ejercicio físico,
su torrente sanguíneo se inundaba
de endorfinas capaces de desmenuzar el torbellino de ideas negativas, miedos e incertidumbres que le abrumaban. Corría al atardecer, cuando el sol, exhausto
tras una calurosa jornada, daba una tregua y concedía al cereal un color tostado
que, de alguna manera, lo conmovía,
conectando una parte de su corazón con la candidez de su infancia. Sin detener su carrera, observó
durante un nostálgico instante el seco oleaje de las espigas empujadas por el viento.
Majestuosos y a la vez amenazantes cúmulos de tormenta se alzaban
en el cielo, completando la estampa
estival. Era como si la naturaleza misma se compadeciera
de su desasosiego y quisiera
regalarle toda aquella
melancólica belleza.
Ignorando los ominosos presagios que las nubes garabateaban en el cielo, inició decidido el suave descenso por la ribera hasta alcanzar el famélico río, cuyo escaso caudal se debía a los rigores del estío castellano. Fue allí donde sus oídos comenzaron a llenarse de una cautivadora música cuya melodía le resultaba muy familiar. Pocos instantes después, se detuvo para contemplar a una etérea mujer que lo dejó fascinado. No sabía bien si era por el verde de sus ojos, el dorado de sus cabellos o aquel vestido que parecía confeccionado con hojas y flores recogidas en lo más profundo de algún lejano bosque. La mujer, al notar su presencia, lo saludó con una sonrisa triste que ahondaba en su misterio.
—Supongo que has venido buscando paz, huyendo de la tormenta de tu interior.
No supo qué contestar, aturdido por la sorpresa, el asombro y sobre todo el desconcierto que le producía la tenue luz de aquellos ojos en armonía con la voz que parecía acariciar sus oídos.
—Parece que nunca hayas visto una anjana.
Del asombro pasó a la preocupación por el deterioro
de su salud mental. Delirar con seres mitológicos no auguraba nada bueno. Tenía que ignorar aquella visión, pero su mirada estaba atrapada
y no era capaz de seguir corriendo.
—De tanto correr
por la vida sin freno has olvidado
que la vida se vive en un momento —la mujer hizo una breve pausa—.
De tanto querer
ser en todo el primero, te olvidaste de los detalles pequeños.
— ¿En serio? Ya que te pones mística, al menos busca a alguien más trascendental que Julio Iglesias —contestó con una media
sonrisa y la respiración aún sofocada.
Fue entonces cuando reconoció aquella popular melodía de seis acordes que reinaba entre los éxitos de la canción ligera de su ya lejana infancia.
—Puedes seguir ocultando la verdad con mentiras...
De repente, la luz fría de un pasillo de hospital inundó sus ojos. Fragmentos de frases nerviosas llegaron a sus oídos:
—Varón de 54 años…, impacto de rayo... Inconsciente, bradicardia severa... Quemaduras de
segundo grado... Midriasis arreactiva... Soporte vital avanzado...
—Doctor, parece que el paciente recupera la conciencia.
Desde la camilla en la que le transportaban, haciendo un esfuerzo pero sin lograr incorporarse, dijo con un esbozo de sonrisa:
—Parece que esta vez no me olvidé de vivir.
Luis
Rodríguez Sanz
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SEGUNDO PREMIO EX AEQUO
UN DESEO
El cielo estrellado parece reflejarse en la playa, salpicada
de pequeñas hogueras que brillan en esta mágica noche. Alrededor
de una de ellas, un grupo de adolescentes ríe contemplando como arden los apuntes que arrojan a las llamas, celebrando que dejan atrás
su etapa de enseñanza secundaria. Uno de ellos
no participa del ritual. Dice haber olvidado
en casa sus apuntes.
Sólo él permanece serio, como hipnotizado por el fuego. El embrujo de las llamas le atrapa arrastrándole en
un delirante viaje por su pasado.
Aquella noche fue muy distinta a ésta. También
brillaban miles de estrellas en el cielo pero no había antorchas en el mar para iluminar tanta negrura.
Aunque era muy pequeño cuando viajó en aquella patera no puede olvidar el horror de lo vivido. El mar golpeándolos como un gigantesco monstruo enajenado. La desesperación de toda aquella gente que los acompañaba en la travesía. El miedo en los ojos de su madre mientras sujetaba con fuerza el cuerpecito de su hermana. El llanto hiriente
de la niña. La tensión en el rostro de su
padre, ese hombre fuerte y
protector que se sentía responsable de
todos ellos.
Su hermano tenía la edad que él tiene ahora cuando aquella gigantesca ola lo engullo
en su terrible abrazo. Recuerda el angustioso grito de su padre justo antes de lanzarse irracionalmente al agua
para intentar salvarle.
A pesar de la dureza de la
vida que dejaban
atrás, esa fue la primera vez que vio llorar a su madre. Lloraba mansamente, como queriendo guardar energía para aferrarse a su bebé y a su niño, lo único que
le quedaba
en medio de aquel infierno.
Su madre es la persona
a la que más admira.
Ella consiguió traerles
hasta aquí y, a base de tenacidad y sacrificios, sacarles adelante, darles educación y una niñez feliz. Atrás dejó los prejuicios, rechazos y episodios
de racismo a los que tuvo que enfrentarse. Todo lo soportó
sin perder jamás su dignidad. Ahora es una mujer respetada
y querida por sus vecinos
y amigos, orgullosa de las buenas notas de su hijo, de la simpatía de su niña y, sobre todo, de su lucha por darles el futuro que su padre soñaba para ellos. Ese sueño no murió en el mar aquella
noche. Ella lo haría
realidad.
Por eso él sonríe ahora mirando las llamas. Por eso ha mentido a sus amigos. No ha olvidado
los apuntes en casa. Nunca tuvo intención de quemarlos. Esos apuntes, junto a sus libros,
son su tesoro. El mejor legado que puede dejarle a su hermana.
Ella no pasará
hambre, no morirá intentando huir
de
la miseria, será dueña de su vida y conseguirá ser lo que desee.
Esa noche mágica
de San Juan, un muchacho, jaleado
por sus
amigos de piel
más
clara que la suya, piensa un deseo y salta con seguridad
por encima de la hoguera.
Esther García García
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MENCIÓN DE HONOR
PRÓXIMO FUTURO
Cuando su cuerpo dejó de responder
a los tratamientos y fue consciente de que su crónica dolencia
se había apoderado definitivamente de él, la decisión
se hizo mucho más fácil de tomar y por eso, el próximo mes que sería su cumpleaños no acudiría
a renovar su chip.
Cuando la Comisión
de Gobierno y todo el aparato legislativo del Estado aprobó la conocida como ley del chip, en un principio le pareció una auténtica locura; a día de hoy y en su
caso particular,
con
todas las circunstancias que le acompañan le han hecho cambiar
de opinión y ahora le parece
una solución adecuada y deseada,
perfecta para él.
No estaban
tan lejanos los tiempos donde la obsesión de los gobernantes por hacer la vida más fácil a sus ciudadanos se había convertido en enfermiza y había degenerado tanto que había derivado
en legislar con el propósito, en principio, de hacer también
liviano el último paso, el último trance, su definitivo descanso.
Haciendo uso
de los últimos avances técnicos,
el sistema creado era sencillo:
llegado el final de la etapa productiva de todo individuo, para recibir la asignación económica mensual que aseguraba su sustento
y también para tener derecho
a la asistencia sanitaria y social del Estado se había puesto como obligatoria la implantación del “chip de la vida” en un lugar estratégico del cuerpo,
un pequeño ingenio imposible de manipular que contenía,
entre otras muchas
cosas, una carga letal.
A los implantados se les había informado que cada año, durante cualquier día del mes de su cumpleaños, debían pasar por la oficina de renovación para actualizar su chip y prorrogar de esta forma un año más su existencia; de no cumplir con este trámite,
en cualquier día del siguiente
mes, aleatoriamente, el chip liberaría
su contenido y el individuo
en cuestión pasaría
al otro mundo de forma rápida y sin dolor. En ese momento,
los servicios
de limpieza serían alertados de tal circunstancia y de la ubicación del afectado
y en pocos minutos procederían a retirar
de la zona los restos.
Todo ello muy fácil, muy rápido y muy limpio en el más amplio sentido
de la palabra y, por supuesto,
apoyado con un adecuado
eslogan:
“Trabajamos para mejorar tu vida, hasta el final”.
Carmelo J. Calle Montes
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MENCIÓN DE HONOR
Todo
Mi padre lo ha olvidado todo.
No recuerda quién es, ni quiénes somos los demás de la casa. No sabe qué ha comido ni qué ropa debe ponerse. Ignora qué profesión tuvo y no reconoce a sus amigos. La verdad es que lo ha olvidado todo.
Bueno, todo no. Todos los días, después de desayunar, se viste y se va de paseo al rio. Y recuerda perfectamente
el camino: Las dos curvas al salir del pueblo, el viejo transformador, la chopera que hay que atravesar, el prado lleno de cardos y brezo, la larga cuesta abajo que lleva al puente del molino y el banco de madera en el que se sienta mientras mira al rio.
Lo recuerda todo.
Menos el primer día de primavera, en que las flores y lo pajarillos invaden el prado y desdibujan
el camino.
Menos el primer día del verano, en que los lados del camino y el prado se tiñen de amarillo y las cigarras lo asustan.
Menos el primer día del otoño, en que los chopos se muestran desnudos, como muertos y el viento aúlla sardesco entre sus ramas.
Menos el primer día de invierno, en que la nieve lo cubre todo y la lluvia encharca el camino.
Esos días vuelve a casa llorando y me pide que lo acompañe. Me dice que ya no recuerda nada.
Nada.
Lourdes Calleja Isla
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MENCIÓN DE HONOR
El cumpleaños
Hugo atravesó la puerta de la pastelería justo cuando Antonio, el dueño, estaba sacando su partida de bizcochos del enorme horno de la parte de atrás.
El olor impregnaba toda la tienda y salí al
exterior, lo que hacía a muchos paseantes
girar la cabeza cuando pasaban al
lado. Pero Hugo no estaba allí por
los bizcochos, sino por una gran tarta de nata y chocolate ultimada con el nombre de Don Rodrigo,
su padre, el alcalde de aquel pueblo, grabado encima. Era su septuagésimo cumpleaños, que complementaba, además, con el cumplimiento de 12 años de
mandato, y hoy pensaban celebrarlo los tres juntos:
padre, madre e hijo.
Antonio le entregó dicha tarta cuidadosamente envuelta en una caja octogonal de cartón, mientras dedicaba una amplia sonrisa, lo cual, a pesar del
tiempo que había
transcurrido desde aquella vez, provocaba algo de incomodidad a Hugo. María,
la mujer de Antonio era conocida
en su casa, y no
precisamente para bien. Ella había acompañado a su padre durante 8 de sus años de alcalde, como
secretaria. Al principio, su padre hablaba maravillas de ella: su capacidad
de orden, administración y organización, cualidades acompañadas de un trato cálido y una elegancia
siempre notable. En definitiva, todo lo que uno pudiese pedir. Por tanto,
el nivel de confianza entre ellos se
elevó a tal nivel, que ella
conocía a la perfección información muy relevante acerca de la alcaldía:
gastos, nivel de fondos, actas de reuniones entre directivos…. Incluso información personal de su padre: extractos bancarios, libro de familia, etc. La relación entre ellos iba perfecta, hasta los 8 años. Un día, su padre denunció
ante las autoridades administrativas la desaparición de una cantidad de unos 50000 euros de las arcas, desviados a una cuenta desconocida. El propietario de dicha cuenta era un chico de fuera del pueblo, que resultó no
superar los 16 años. Mediante una investigación a todas las personas
con acceso a los fondos públicos, se descubrió que ese chico era un familiar directo de María.
La decepción de su padre se vio expresada en la
petición de pena para ella, que, coincidiendo con el veredicto del propio juez, dictaminó unos 8 años de prisión, por
malversación. Antonio mantuvo cerrada la pastelería durante
5 de esos años. Incluso
cuando
su mujer salió, nunca volvió a ser el mismo, aunque ahora intentase
redimir a su mujer y a él
ante el resto
del pueblo, sirviendo sus magníficos dulces y tartas.
Don Rodrigo sopló las dos velas en forma de números encima de la tarta justo después de terminar los cánticos, y la madre de
Hugo la dividió en 6 grandes trozos. Tras coger
uno cada uno, y devorarlo
hasta la mitad, Hugo reparó en un sobre situado
debajo de la última capa de bizcocho.
Posiblemente una dedicatoria del pastelero, por lo que, tras anunciarlo, abrió el sobre,
mientras se aclaraba la garganta
para leer, cosa que no le sirvió de mucho, pues se quedó sin habla tras sacar el contenido. Eran 2 fotos a color, sacadas de lejos con zoom de cámara. En una de ellas, se veía a su padre, acompañado de Genaro, el juez que llevó el caso de su secretaria, ambos riéndose mientras bebían en un bar, con fecha de hace 4 años, una semana después del juicio. En otra, se veía
también a su padre, en lo que parecía
un club, bailando muy pegado a una chica joven en lencería negra, con fecha de hace 1 mes. Por último,
un trozo de papel con letra impresa, en el que se podía leer:
“María nunca cogió nada. Sólo te plantó cara cuando
intentaste abusar de ella, y la quitaste
de en medio.
Nos robaste muchos cumpleaños a ambos,
pero nosotros los recuperaremos, mientras que este será el último para vosotros. Firmado: María y Antonio”.
Hugo apenas puedo terminar de leer, pues sentía que su estómago había comenzado a arder, y sus pulmones se bloqueaban mientras la nata de la tarta se escapaba de su boca, ahora inmóvil. Antes de perder la consciencia, alcanzó a ver a sus dos padres, retorciéndose en el suelo como si fueran
peces fuera del agua, mientras un reguero de espuma blanca salía de sus bocas.
Carlos Calle del Río
microrrelatos-raposos-2024-(2.)