miércoles, 14 de agosto de 2024

MICRORRELATOS RAPOSOS 2024 (2)

  

MICRORRELATOS RAPOSOS (1)



El Abagón


Hay un relato que, para quienes vivíamos en aquellos años de cuando chavales en la Comarca con capitalidad natural en Saldaña, nos llenará siempre de recuerdos el corazón y los sentimientos.

Porque hablar del Abagón, es decir el medio de transporte ágil y a pie de carretera que, viviendo pongamos en Velillas del Duque o Quintanilla de Onsoña, te permitía comunicarte cada día con pasmosa facilidad tanto con Saldaña y Guardo por el norte, como con Carrión y Palencia por el sur. En unos momentos, además, en los que escaseaban muy mucho los coches particulares en las familias.

En efecto, porque el abagón era el coche de línea que, de manera regular, hacía la ruta provincial entre Aviñante de la Peña, en el norte de la provincia, y la capital, pasando por un montón de localidades, entre ellas las ya citadas: Velillas y Quintanilla, que son las que me han sugerido la historia.

Y claro, puesto así casi a la puerta de casa, a ver quién era el vecino que se sustraía al uso del mismo. Porque el abagón era el autobús que nos llevaba cada martes a Saldaña para poder estar de buena mañana en su famoso mercado, deambular por el mismo sin prisa y aprovisionarse de lo más necesario en muchos órdenes de la vida diaria.

Algunos de estos martes sobre todo el primero de cada mes por ser mercado especial-, como el autobús venía ya cargado de gente hasta los topes como familiarmente decíamos-, ocurría que si queríamos viajar hasta Saldaña, teníamos que ir de pie. Y apretujarnos tanto unos contra otros que el cobrador del viaje, que iba a bordo del mismo y que nos pedía el dinero por el trayecto expidiéndonos el billete, que era una tira larga de papel, porque incluía el nombre de todos los pueblos del recorrido; y que marcaba taladrando mediante un curioso artilugio tanto el nombre de la localidad a la que ibas como en la que te habías subido al coche, apenas si podía pasar entre toda la gente para ejercer su función. Y, de chavales, comentábamos en esa ocasión que el viaje hasta Saldaña nos había salido gratis porque el cobrador no nos había podido localizar entre tanta gente.

Claro que, de manera general, el viaje era tan corto, seis kilómetros tan sólo, que apenas si habías subido al autobús, que ya estaba bajando las cuestas de Saldaña para, a continuación, asomar ya frente a nosotros los primeros edificios de la localidad. Diferente era, empero, cuando se cogía el abagón para ir a la capital, porque entonces que el viaje resultaba más largo. Pero, como no se hacía muy de común siendo chavales, hasta resultaba agradable ir montados en él y contemplar el paisaje a través de la ventanilla.

Y en estos viajes hasta la capital, había una anécdota que siempre nos llamaba la atención a los chavales. Y era que, algunos momentos antes de llegar a Palencia, había que atravesar un puente, conocido como el de los suspiros, en el que la calzada, por los badenes o depresiones existentes en la misma, hacía que el autobús se moviese irregularmente y los viajeros parecía como si saltasen o suspirasen en sus asientos. Escena que a todos nosotros se nos quedaría grabada para siempre en nuestra memoria.

Hoy en día, aunque sigue en vivo esta línea regular de viajeros con la empresa Abagón explotándola, muchas de las localidades del recorrido han quedado supeditadas a tener que demandar telefónicamente la necesidad del desplazamiento en cuanto al día concreto, para que el autobús pare en su localidad. Es el signo de los tiempos cuando, en la práctica, cada vecino de estos pueblos tiene a la puerta su vehículo particular que le permite desplazarse con facilidad de acá para allá.

Pero el recuerdo de aquel “coche de línea” conocido por todos nosotros como el abagón, con su baca porta equipajes en la capota del vehículo, a la que se accedía mediante una escalerilla adherida al autobús en su parte trasera, quedará grabado para siempre en la memoria de los habitantes de las muchas localidades por las que pasaba cada día.

 

José Javier Terán Díez



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LA VISITA

 

 

Como todos los años, cuando la primavera empieza a asomarse tímidamente por estos pueblos, en los lugareños que mantenemos las costumbres de nuestros ancestros se despierta también la ilusión de acompañarla en su progresión y así comenzamos un nuevo ciclo en los huertos, podando los frutales, cavando y preparando la tierra que acogerá una vez más las semillas y plantones nuevos que irán creciendo hasta hacerse adultos y dar los frutos que de ellos esperamos.

 

Para ello les regamos , protegemos del frío y los cuidamos con mimo, como si fuera un niño que aún no se vale por mismo, para que salgan adelante.

 

Pero pronto empiezan a atacarlos las plagas y los bichos que se aprovechan de ellos y hacen la vida imposible, a ellos que los debilitan y a nosotros que tratamos de evitarlo, y cuando creemos que lo hemos conseguido y nuestro huerto está floreciendo con todo su esplendor, llega la más temida y menos esperada, sigilosamente, invisible, de madrugada, y en un momento acaba con nuestras ilusiones.

Otra vez a volver a empezar, en el mejor de los casos, en el peor, a esperar que otro año sea más generoso con nuestras expectativas.

 

Es esa helada tardía que nos visita casi todas las primaveras y pone a prueba nuestra paciencia y tesón.

 

 

Luis Enrique Pozo Calle



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Otro tiempo

Nunca hubiera esperado que volviera aquella noche. Cuando escuché el timbre del portal me sobresalté; ¿Quién puede ser a estas horas? , dudé si contestar pero decidí abrir. Pasaron unos minutos y el visitante ya estaba llamando a mi puerta. Miré el reloj y la rápida mirada me devolvió una hora muy avanzada. Nunca hubiera pensado en la persona que me encontré al otro lado, era difícil reconocerlo con aquel abrigo raído, la melena larga y descolocada, la expresión de frío y cansancio en su rostro. Buenas noches, dijo él, con una voz ronca y muy baja. La luz del recibidor me dejó ver sus ojos que a pesar del tiempo transcurrido eran sus ojos y en el recuerdo, los míos también. Pasa y siéntate, te prepararé una bebida caliente que te hará reaccionar; él miraba con atención la cocina, parecía que con el deseo de recordar otros tiempos. Bebió el caliente con avidez y sus mejillas se colorearon y pude observar que se despertaba en él un deseo de comunicación que yo no deseaba desaprovechar.

Así que le pregunté qué había sido de su vida todos aquellos largos años. Me di cuenta de que para él era muy difícil empezar desde algún punto en el tiempo, miraba sus zapatos raídos y comenzó a contarme sus experiencias desde que no teníamos ningún contacto. El era un apasionado de la música y decidió vivir dedicado a ella. Viajó a Inglaterra y allí se integró en un grupo de rock al que se unió buscando vivir como siempre había deseado.

Pero sabemos que la vida es muchas veces distinta a como nosotros queremos plantearla. Aquel grupo era música, pero también era vida nocturna, bebida, amigos y amigas muy diversos. En definitiva, él se encontró envuelto en una vorágine que desconocía por completo.

Me contó que el piso que compartía era pequeño y estaba siempre lleno hasta altas horas de la noche. La música lo invadía todo y le invitaba a olvidar. Mientras le escuchaba,  me imaginaba su experiencia tan alejada de lo que había sido nuestra vida antes de su partida, sentí nostalgia de otros tiempos.

Miguel, le dije, se nos ha ido una parte de nuestra vida. Es cierto, y sonrió al decirlo. Eso pasa siempre y es parte de nosotros, como seres humanos que somos; nuestra búsqueda es la razón de seguir aquí. Me miró con dulzura y yo sentí que antiguas emociones volvían a invadirme y deseé que aquella noche no terminase nunca. Pero fue él quien sabía que aquel encuentro debía ser corto.

“Quédate aquí esta noche”. Mañana podemos buscarte ropa nueva y replantear lo que puedes hacer a partir de ahora. Él me miró con una expresión que era una mezcla de deseo de quedarse conmigo en el refugio que había encontrado, y la determinación de no alterar su vida entonces y seguir buscando. “Lo que me propones es tentador y me iré de aquí triste y me sentiré perdido, pero siento que debo hacerlo así”. El pasillo estaba oscuro y ninguno de los dos quisimos dar la luz. Yo le dirigí a la puerta de salida y solo una presión de sus dedos en mi brazo, sirvió de despedida.

 

Desde el balcón pude ver su figura que se alejaba por aquella calle desierta.


                                                                         Margarita Alonso García-Amilivia


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Rememorando…

 

(Basado en hecho real)

 


El zapato izquierdo le venía pequeño, pero el derecho, grande”.

 

Si… ¡Qué curioso!, acabo de regresar a mi infancia. Aquella imagen

inconfundible se apodera de mí.

Parece que lo estoy viendo… unos zapatos marrones, con un cordón enorme en la parte que cubre el empeine…

Por aquel entonces, la ropa  y el calzado, solían pasar de unos hermanos otros.

                       Sus  dos  hermanos/as  mayores  vestían  igual.  Por  lo  que  en  muchas ocasiones,                 disfrutaba de dos prendas iguales, dos pares de calzado iguales, etc.

Aquellos zapatos que heredó, aunque algo deformados,  estaban  en buen uso. Pero, un par era un poquito más grande. A éste, solía ponerle un trozo de algodón en la punta, para que no se saliera… Aunque… a veces, lo olvidaba.

Un sábado de julio, salimos al campo, con la emoción y la prisa, al calzarse, colocó un zapato de cada número, (sin reparar en que no había puesto el algodón), de forma que uno estaba justo y el otro a cada paso que daba, se salía... Pasó muy mal rato, hasta que encontró solución para el momento. Recuerdo que tuvo que poner un puñado de hierba por dentro, para evitarlo.

La jornada fue inolvidable. Recorrimos los campos, comimos tortilla y caminamos observando el arroyo, siguiendo los meandros que surcan la tierra.

Paseamos al lado de las espigas de trigo que se bamboleaban de uno a

otro lado…

 

¡Cuántos recuerdos!

 

El tiempo ha pasado como en un sueño…


Distraídos, hemos llegamos hasta la casa donde esperan los zapatos que ahora calza.

Estos también están deformados, uno oprime y el otro se sale, porque el enorme juanete del pie izquierdo, lleva martirizándole desde hace mucho tiempo.

El origen es diferente, pero la historia se repite.

 

 

Consuelo Relea Bores




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