miércoles, 24 de agosto de 2022

II Concurso microrrelatos.(III)

 DE SOL A SOL 

Todavía no suena la alarma, pero estoy despierto. La tenue luz que traspasa las contraventanas de la habitación me indica que es hora de ponerse en pie. Supongo que los años de rutina finalmente han dejado su huella en mí. Salgo de la cama espantando de un plumazo las quejas que mi cuerpo amontona y comienzo a funcionar. Me descubro vistiéndome sin ser consciente de cuándo he empezado a hacerlo y confirmo mis sospechas: el tiempo es amigo de la costumbre. Mientras la casa aún duerme, salgo de ella sabedor de que un día más, el campo amanece. En el ambiente la brisa húmeda sólo presente tras una noche de tormenta llena mis pulmones. Mi mente, que todavía juguetea con la pereza propia del que madruga, lucha por ordenar el quehacer de la jornada como quien monta un puzzle sin sus gafas de cerca. 

Al igual que la tierra no entiende de vacaciones, el sol no da treguas. Sus rayos, implacables y abrasadores, son tan necesarios para el futuro de la cosecha como la sombra y el reposo para que uno no sucumba a la temperatura. Aprieto el paso para aprovechar la amabilidad que por tiempo limitado me brinda el madrugar y subo a la máquina suspirando. El olor a sudor de la cabina impregnado en el asiento que diariamente carga con mi peso, me recuerda el esfuerzo y dedicación que supone este trabajo olvidado por muchos.

 Enciendo el motor y me dirijo hacia el destino de hoy. Por el camino, observo embelesado las solitarias gotas de lluvia que se resisten a evaporarse. Al paso de mi máquina algunas tintinean y desaparecen para siempre entre las grietas del suelo. Otras, las más duras, aguantan el embiste del temblor, regalándome una estampa que parece detenida en el tiempo. Desplazo la vista más allá, atisbando las extensas tierras que se han convertido en compañeras de vida. Maniobrando hacia ellas, mi voz interior me cuestiona, ladina, si hice bien en seguir los pasos de mi padre. 

Un fugaz recuerdo de él atraviesa mi realidad y, de nuevo, la punzada en el corazón al mirar de cerca el vacío que ha dejado. Saboreo con amargura la sensación de que su ausencia llegó quizás en nuestro mejor momento y me dejo hundir en las memorias. La dedicación, esfuerzo y trabajo que transmitía en cada decisión tomada. Su mirada, chispeante e ilusionada, cuando le acompañaba de niño en la cosecha del verano. La sonrisa, que se rebelaba valiente tras su rostro aplomado al hablar de las tierras ahora mías. 

Perdido en el encanto de estas ensoñaciones, la máquina realiza inmutable y flemática lo que antes hubiera supuesto días de manos versadas y desgastadas. El final del camino me saca del ensimismamiento, obligándome a girar y comenzar un nuevo trazado. Sólo el sutil movimiento de mi sombra se presenta como único testigo del paso del tiempo. Me fusiono con el gigante de hierro, capitaneándolo, mientras surcos infinitos en la tierra nacen a medida que avanzo. Antes de darme cuenta, una leve quemazón en la nuca llama mi atención, y levanto interrogante la cabeza hacia el sol, quien parece responderme en silencio que el momento de descansar brevemente ha llegado. 

 Me detengo para contemplar la vasta llanura que se prolonga frente a mí y todo lo que ella me ofrece: la libertad y el aire puro, la naturaleza, la satisfacción de ver crecer los frutos del empeño y la constancia…Porque definitivamente, en esto uno sabe cuándo empieza el día, pero no cuándo lo termina. Porque como decía mi padre, al llegar a casa parece que la ropa pesa más. Aun siendo de sol a sol, el cierzo despeja mis dudas eligiendo de nuevo el campo. 

ERIKA MARTÍNEZ ALONSO



El camino del molino

 Entre los diferentes caminos que surcan la vasta superficie del término municipal de Velillas del Duque, así como existe el camino por todos conocido como del río –muy transitado por vecinos y aficionados foráneos a la pesca-, existe también otro camino al que se le denomina del molino. Y que, lógicamente, si el primero nos conduce hasta el río Carrión, que por aquí pasa, el segundo lo hace hasta el molino existente en un cuérnago de este río, como testigo del pasado. 

 Y aunque, por ello, ya no estaba en funcionamiento, a los chavales de aquellos años nos gustaba, en nuestras correrías por el campo, acercarnos hasta él de vez en cuando. Y más desde que, estando en la escuela, alguna tarde la maestra nos llevase de paseo hasta él. Aprovechando este paseo como una clase práctica al aire libre, cargada, además, de la correspondiente didáctica de la naturaleza.

 Donde, además, y sobre el propio terreno, nos iría contando cómo funcionaba el molino y la gran utilidad que para la comarca tuvo en el pasado. Y que en él, situado en un paraje realmente lleno de encanto, en medio del brazo de río cuyas aguas le proporcionaban la fuerza motora para su funcionamiento, residiese durante aquellos años el molinero y su familia.

 Una vez aprendido todo esto, a nosotros los chavales lo que realmente nos gustaba era acercarnos de vez en cuando hasta el molino a nuestro aire, con paradas varias a lo largo del camino para entretenernos buscando nidos de pájaros y atentos también a si, de pronto, de entre las hierbas y maleza del camino surgía alguna culebra, a la que sí temíamos de alguna manera. Por eso, durante el recorrido solíamos ir provistos cada uno de nosotros de una vara o palo de una cierta longitud que nos protegiese en un primer momento ante algún peligro de este tipo.

 Una vez llegados al molino, al estar en desuso y abandonado a su suerte, habíamos descubierto ya un pequeño agujero en una de sus paredes laterales por el que poder colarnos al interior y deambular libremente por el mismo. Eso sí, yendo todos en grupo para mejor protegernos ante cualquier inconveniente del tipo que fuese; y es que habíamos leído en algún libro de la escuela alguna historia de fantasmas que habitan este tipo de edificios solitarios y abandonados. Y no sabíamos si en alguna de aquellas estancias del molino iba a aparecer de pronto alguna sorpresa así. 

 Recorridas ya todas la estancias de la casa, siempre nos sorprendía, no obstante, una de ellas, a la que no podíamos acceder porque se encontraba cerrada con un grueso candado, y nos entraba la curiosidad cada vez que pasábamos a su lado. Y hasta alguno de nosotros creía haber escuchado algún rumor o ruido extraño, que rápidamente atribuíamos al agua que circulaba bajo el propio molino. Aunque nos quedábamos siempre con la duda; quizás en la próxima ocasión…

 Una vez en el exterior, en una especie de pradera y a la sombra de un grupo de árboles, sentados sobre la hierba dábamos buena cuenta del bocadillo que nos habían preparado en casa, mientras a nuestros pies corrían mansamente las aguas claras y cantarinas del río una vez sobrepasado el molino, para juntarse algunos metros después con el cauce principal del Carrión. 

 Y nosotros, acabada aquella tarde de aventuras un tanto inconclusas, porque llevábamos aún en la mente la incógnita de lo que pudiera esconderse tras aquella puerta cerrada a cal y canto, emprendíamos el camino de regreso al pueblo, eso sí, sin olvidarnos de nuestras varas.

 Andando los años y con el auge que supuso la revitalización de la música folk de nuestra provincia, han salido a la luz viejas coplas y canciones populares con el molinero y la molinera como protagonistas, y sus amores y desamores aireados a los cuatro vientos. 

 Y nosotros, claro, al escucharlas cuando mayores, como referencia física teníamos siempre una muy concreta a la que llevar plásticamente esas aventuras y desventuras así cantadas: nuestro querido molino del pueblo. 

 José-Javier TERÁN DÍEZ 





EL MAR 

¿Qué te puedo contar del mar? Que es azul, inmenso, precioso, peligroso… Pensarás… para contar esto, mucho no hay que pensar y quizás nada nuevo te pueda contar, pero vamos a indagar e intentar ir más allá. 

Algunos sentimientos afloran cuando nos acercamos al mar, su olor ya nos hace emocionar, cuando lo divisamos no te puedes imaginar y el salitre en nuestra piel es bastante peculiar.

 Es un confesor o un psicólogo, más bien diría yo, sentados a su lado buscamos consuelo y paz, incluso parece detener el tiempo y, si cerramos los ojos, el relax ya es lo más. 

Como músico tiene un gran talento, con esa melodía agradable e interminable que nadie se cansa de escuchar, esto no es fácil de lograr. 

 Fue, es y será el modelo de todos los tiempos, junto a él todos queremos posar y en todas las fotos sale perfecto y, si es al atardecer, ya ni te cuento. 

Está en plena forma, no cesa su movimiento, un día suave, lento…y otro día brusco, tenso… Aun así, incansable en el tiempo. ¡Madre mía! ¿Cómo puede ser esto? Si nosotros, jugando con él, acabamos sin aliento. 

Para terminar, no puedo dejar de mencionar que es un romántico eterno, enamorado y atraído por la luna todo el tiempo, por ella siempre en movimiento, sin poder alcanzarla en ningún momento. 

Y ahora, ¿qué me dices?, ¿sabías tu todo esto?, ¿a que el mar es perfecto? 

Para todas aquellas personas en las que el mar despierta un sentimiento especial. 

 Rocío Gómez Tejerina 




EN LOS OJOS DE UN GATO 

 Bajé la pantalla del ordenador con un golpe seco y apoyé la cabeza sobre este. Cada día las jornadas laborales se volvían más pesadas y monótonas, y peor pagadas. Siendo una mujer soltera y sin capacidad para poder tener hijos no debería ser un problema, pero no me podía dar tantos caprichos como me gustaría. 

 Salí de las oficinas y cogí un taxi, ya que el coche estaba en el mecánico, y me encaminé a buscarlo. Al llegar, recibí una cálida bienvenida de Scott, mi amigo desde que tenía memoria. Él siempre había estado conmigo en las duras y en las maduras. 

 - Hola Rosa, siento mucho, ya sabes, lo que pasó. 

- Tranquilo, estoy poco a poco aprendiendo a vivir con ello.

 No volvimos a tocar el tema y me marché a casa satisfecha, sabiendo que mi coche funcionaba como lo hacía antaño. Al llegar, aparqué el coche y fui al jardín a regar unas flores que había plantado recientemente. Me transmitían la paz y serenidad que me faltaba después de aquello.

 De repente, escuché un ruido en los arbustos, me di la vuelta para ver un gato negro, con los ojos de un amarillo casi fluorescente. Me miraba como si estuviera diciéndome, te vi y sé lo que hiciste.

 Cogí una escoba que encontré en el cobertizo donde guardaba mis herramientas de jardinería y lo espanté, pero sabía que volvería, siempre lo hacía. 

 Entré en casa agotada, me hice un café bien cargado acompañado de una cena ligera y me metí en la cama esperando dormir aunque fuesen sólo un par de horas. 

 Me desperté a medianoche, como normalmente solía hacer cuando escuchaba aquellos extraños golpes en el baño. Siempre era lo mismo, simplemente cogía algo con lo que pudiera golpear e iba al baño. Pero lo único que encontraba era mi propio reflejo en el espejo sonriéndome con malicia, casi mofándose de mi. Parecía mi consciencia teniendo vida propia y arrastrándome a lo mas profundo de mi mente, donde recordaba cosas que preferiría olvidar.

 Nunca encontraba nada más, hasta aquella noche en la que abrí la puerta del baño y, como de costumbre, me miré al espejo. Pero esta vez vi nítidamente una figura de un señor con sombrero detrás mío, mirándome con aspecto aterrador. Antes de que pudiera echar a correr me cogió del brazo y me arrastró a lo más profundo de la oscuridad mientras mi reflejo se reía diciendo que la culpa era mía.

 Me desperté sobresaltada pero aliviada de que fuera un sueño. Aquel no era otro que mi marido, al que había matado y enterrado en el jardín años atrás, y plantado flores para encubrirlo. Aquel indeseado incidente que había terminado por desaparecer, y del que no había dejado ni rastro de culpa. 

 Me calmé sabiendo que nunca podría hacer nada más pero al darme la vuelta, asustada, me sorprendió volver a ver a ese gato en la ventana, mirándome con los ojos de mi difunto marido y preguntándome. ¿Porque lo hiciste?

Carla Estellés Salaza



La Luna 

La Luna espera acurrucada entre las sombras, la llegada de la noche. Al verla llegar su rostro se ilumina, su cara se llena de alegría, sus ojos brillan de emoción y empieza a moverse lenta y majestuosamente por el espacio, que la acoge en sus cálidos brazos.

 Al moverse en el universo observa el movimiento de las nubes, que a veces le envuelven en sus vestidos de algodón, en otros momentos juegan con ella a las adivinanzas. Dicen las nubes, ¿de qué color es esa montaña?, contesta la Luna, verde, responden las nubes, fallaste. Inténtalo de nuevo, imagina el color, inventa, fabula, da rienda suelta a tu fantasía. Replica otra vez la luna, el color de esta montaña es... púrpura azulado con tonos amarillos. ¡Acertaste!, ¡acertaste!, contestan alborozadas las nubes, y ríen a carcajadas cogiéndose de la mano y bailando una danza trepidante, que les hace olvidarse de penas y fatigas. 

 Viajando por el firmamento, unas veces volando, otras caminando lentamente, descubre aves que le acompañan en su camino, estas le hablan del largo viaje que realizan, hasta llegar a su destino a miles de kilómetros de distancia. Al otro lado del océano, en otras tierras que pisan otros hombres, le hablan de unos valles llenos de montañas donde el viento crea fantásticas melodías, que compiten con los rumores de torrentes que se deslizan montaña abajo, hasta desembocar en valles más profundos, llenos a su vez de alegres sonidos, acompañados de sus silenciosos momentos. 

 La Luna gira, gira, se desliza sigilosamente, espera que los sonidos pasen, que los silencios lleguen, que todo el mundo la mire, que surjan los colores, que el fuego la consuma, que todo se detenga... para disfrutar la vida, para vivir el tiempo. 

 29 de Enero de 2001 

 Agustín Relea Bores 


Ganadores concurso

Menciones honoríficas

Relatos (IV)





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