jueves, 25 de agosto de 2022

II Concurso microrrelatos.(IV)

                                             MINA DE ESPERANZAS

Seguramente, sea aquel el lugar más terrible donde he estado: la mina de carbón. No lo pongo en duda ahora que lo pienso mejor, sino que lo afirmo, ha sido el lugar más terrible en el que he estado. En el municipio de Velilla del Río Carrión hay 2 minas y por desgracia tuve que trabajar en ellas durante más de 25 años, el peor ambiente de mi vida. Con lo que me gustaba salir al campo a pasear, tan fresco y limpio, y luego me metía en una cueva oscura sucia y con un ambiente lleno de enfermedades. Podía haber perfectamente un accidente al mes, y por no hablar de las terribles enfermedades que podías coger yendo ahí, un aire muy contaminado y lleno de virus respiratorios, como el coronavirus ese, que ahora está por toda España. Bueno y peor que eso, podías morir en pocas semanas como no te atendieran bien y como antes no tenían los mismos recursos pues… 

Menos mal que me trasladaron cuando ya era un hombre al ferrocarril, a cargar y descargar el carbón. Toda la mañana hacíamos el recorrido de la mina a Ponferrada y fue allí cuando me di cuenta de lo que hemos estropeado el planeta, viendo la central de Carbón echando humo por las chimeneas. ¡Todo el día echando humo, toda la semana, todo el mes y todo el año! Yo estaba muy agradecido por varias cosas: de tener un trabajo y poder alimentar a mis hijos, de no haber muerto por una de esas terribles enfermedades de la mina y de vivir en el pueblo donde vivía, poco tocado por la contaminación del aire que yo veía en Ponferrada. Mi trabajo, nunca me arrepentiré de haber trabajado ahí, me enseño más de lo que podáis creer. 

 Fue allí en el ferrocarril donde aprendí que podía contribuir a tener un mundo más verde y pensando en limpio. Ese trabajo me enseño lo mucho que vale nuestro planeta, no hay otro igual y tenemos que cuidarlo y pensar por el siempre que podamos 

 Nicolás Fernández Calle 




LOS RECUERDOS, EL TIEMPO, LA VIDA 

Ah, los recuerdos. Recordar, el recuerdo es el hilo que construye la tela de araña, tela que sujeta la vida.

 De niños todo es futuro, el presente se escapa, el pasado no existe. Urgente, ágil, vivaz, iluso, ilusionado y feliz avanza la infancia y la juventud, sin apenas recuerdos.

 La madurez deja poso del recuerdo, la primera vez que... Aquella vez que... Se combina experiencia, éxito, fracaso, error, miedo, incertidumbre. Todo a la vez, sin orden, sin límite, sin conciencia de recuerdo ni de tiempo. La vida sucede, pasa y no hay tiempo para nada, ni para recordar siquiera. Solo importa vivir y disfrutar. Vivir con prisas. 

La senectud es el culmen, desaparece lo urgente, el tiempo se ralentiza y también el movimiento, los actos, las palabras. La vida se hace remanso, calma, paz, y afloran a borbotones los recuerdos. Toda la vida es puro recuerdo. Agolpados en la mente, cada momento vivido tiene un recuerdo que lo acompaña. Como envuelto en un film que resguarda cada experiencia. El recuerdo se asoma, se muestra transparente y nítido detrás del cristal que lo protege para no perderse. Pero a la vez tiene personalidad propia, es único, personal y subjetivo.

 La tela de araña que sujeta y forma la vida recoge también todos los recuerdos. Cuando la tela se rompe los recuerdos salen, quedan flotando en un medio inerte donde todos pueden asomarse sin recato y posar, sedimentar el otras telas de araña. Telas de araña que sujetan la vida, y la vida sucede, pasa. La vida sigue. 

FÉLIX RAÚL IBÁÑEZ FRANCO



Mi compañera de viaje 

Son las siete de la mañana, estoy montada en mi Kawasaki 1.200; conduciendo por una carretera secundaria de la costa gallega. Estoy sola, la carretera no es mala y el paisaje es espectacular, el mar, los acantilados, la vegetación, las rías altas son un regalo de la naturaleza. 

Me encanta acelerar, sentir la velocidad, mimetizarse con el paisaje como si fuera un halcón, a veces parece que vuelo. Mi moto, la naturaleza, la brisa y yo. Soy capaz de sentir el aire en mi cara aunque llevo el casco, me siento la dueña del mundo. Esa sensación de vértigo controlado, de descontrol comedido, de un poco de locura en el día a día que asfixia ...., es maravillosa. Lo hago de vez en cuando, pero siempre antes de que Ella llegue. 

He terminado el recorrido, aparco mi moto y llego a trabajar a mi oficina. María ya está delante del ordenador, buscando nuevos clientes. Abro el mío y empiezo a contestar los correos. Bueno, parece que no estoy del todo mal. ¡Ánimo! me digo, y me dirijo a la sala de reuniones. Presentamos un proyecto de publicidad y la empresa de perfumes está interesada, pero la propuesta no es suficiente. Mi jefe, cómo siempre, no ve el lado bueno de la propuesta, ni de la reunión; me plantea que hay que hacer mejoras, tan solo me deja 2 horas para enviar el nuevo trabajo, me presiona. Estoy muy cansada, llevamos una época de mucho trabajo y estrés. No me encuentro muy bien. Entonces, se aproxima, se acerca y lo empiezo a sentir. 

Cuando viene, todo cambia, los colores, los olores, el tacto y sobre todo la forma de pensar. Ella te coloca en el peor de los lugares y te empuja a los espacios de tu mente que no quieres habitar. Porque cuando llega, tu vida se pone patas arriba y tienes la sensación de que un tornado empieza a desmantelarlo todo. 

Sin embargo, cuando vas en moto y aceleras, al menos, la velocidad la controlas tú. Sientes que algo de tu vida depende de tí. Esa sensación, hace que me parezca que tengo un pilar anclado al centro de la tierra en medio de un terremoto. Me conecta conmigo misma. Me encanta. 

A veces se me olvida que hay algo en mi cabeza que en ocasiones no funciona del todo bien. A veces parece que todo es normal, pero surgen los problemas y entonces…Entonces,tu mirada se vuelve gris, borrosa, una niebla inunda tu mente, el estómago se te encoge cómo si te dieran un puñetazo, y duele, las piernas pesan y … el alma duele. Dicen que no duele el alma…Yo les digo, yo les grito, !sí, sí que duele!, y lo hace con tanta profundidad que no sabes de dónde viene; pero lo sientes en lo más profundo de tus entrañas. La gente no entiende lo que te pasa, no comprende por qué las cosas las ves de esa manera, por qué entras en bucle, por qué…, ¿por qué?. Te hacen preguntas y no puedes contestarlas, te quedas en blanco. Sólo has entrado en ese camino tan complicado que te abre la puerta a su mundo, la tristeza. Ella te lleva a lugares oscuros, pero la gente no entiende. Allí casi no puedes ni respirar, allí…., aquello es otro mundo desde el que es difícil volver, el tiempo se enlentece, la mirada se pierde, no existe el espacio, te desorientas en la nada…. Es el lugar donde uno no quiere ir; pero la vida te empuja y a veces, te arrastra. Controlar la mente no es fácil, y muchas veces… la gente no entiende…. tú estás enferma, pero la gente no entiende. 

Tan solo de vez en cuando alguien es capaz de escuchar, de acercarse a tu lugar, de intentar comprender sin juzgar, de estar justo a tu lado, de tenderte una mano y darte un abrazo, eso es lo único que te puede salvar, sin esto las pastillas y la psicoterapia, tampoco funcionan. Mi compañera María es de esas personas, soy afortunada. Las veces que me ha ocurrido, cuando poco a poco salgo de ese mundo de ficción real, lo primero que pienso es que volver con mi Kawasaki a ver el mar, a sentir la brisa, a respirar sin la losa en el pecho, siempre mi moto es un revulsivo para seguir adelante. 

Por eso, cuando estoy encima de ella sé que ha pasado una mala racha, sé que me he salvado de nuevo, tengo otra oportunidad.

 Susana Redondo Martín 




Un tesoro mal guardado

 Silencio llamó a la puerta principal.

 Ésta se abrió, perezosa. Los goznes tenían una música bronca. ¡Hacía tanto tiempo que no se movían!... El óxido se había convertido en su compañero, aferrado a ellos, no podía diferenciarse hasta donde llegaba uno y cuando empezaba el otro… 

Con idéntica parsimonia, apareció Rogelio, el casero. Un hombre flaco y cejijunto, que frunció el ceño al encontrarse allí con un desconocido, el cual, para mayor desgracia, se negaba a responder a sus preguntas. 

 ¿Qué desea? - le dijo- ¿Quién es usted? ¿Cómo ha venido hasta aquí? 

 Silencio, guardaba silencio…

 El casero, miraba fijamente, tratando de encontrar alguna respuesta a sus preguntas. 

 Pero, aquél desconocido, tenía una misión que cumplir, y no era precisamente la de hablar. ¡Por algo se llamaba Silencio! Necesitaba saber por qué Rogelio vivía solo en aquella casa tan grande. 

 Comenzó por observar todo su alrededor. Analizando cuanto estaba delante de sus ojos. 

 Poco a poco, fue adentrándose en la casa, con la misma naturalidad que lo hace quién ha sido invitado a pasar.

 Rogelio, no podía dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo. 

 No es posible -decía-. Jamás nadie ha osado entrar en esta casa sin mi permiso. Pero, tampoco hacía nada por evitarlo. 

 Silencio, miró al frente. A lo lejos divisaba un enorme corredor, por sus paredes, se deslizaban madreselvas, haciendo arcos, y en el techo se observaban un sin fin de lámparas, enormes, propias de una gran mansión. Parecían palmeras dadas la vuelta.

 Esto le gustó a Silencio, nunca había visto nada igual. 

 Recorrió una a una las estancias de la casa. Todas estaban vacías. Por más que miró y miró, no pudo encontrar ser viviente alguno, que hiciese compañía a Rogelio. 

De pronto se detuvo. Estaba frente a la Biblioteca. Hizo ademán de pasar, pero… ahí se interpuso Rogelio…

 Deténgase -le increpó-. No le permito pasar, ese es mi tesoro, y no ha habido ni habrá nunca nadie que se atreva a tocarlo. ¡Le prohíbo que pase! -gritó

La biblioteca estaba repleta de libros, libros de todos los tamaños. No había tema que allí no pudiera encontrarse… pero… Rogelio, jamás pudo disfrutar de aquél tesoro, pues… no sabía leer. Por ello, si alguien, fuese quien fuese, se acercaba a la puerta de la biblioteca, (cosa infrecuente) hacía lo imposible por impedirle pasar. 

 Silencio se quedó perplejo y volviéndose hacia Rogelio, le miró por última vez, con un deseo imperioso de decirle: “no me extraña que todos te hayan abandonado”. Pero, haciendo honor a su nombre, se fue en silencio por donde había venido.

Mª Consuelo Relea Bores



Ganadores concurso

Menciones Honoríficas

Relatos (III)




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