lunes, 7 de marzo de 2022

Cuando en Velillas descubrimos el cine

 

Aquella mañana, los chavales de Velillas, que jugábamos al fútbol en una era

cercana a la carretera, vimos cómo por ésta se acercaba a paso lento hasta

nosotros una especie de gran carromato, todo él cerrado, tirado por dos

caballerías y que, al llegar a la altura del pueblo, cambiaba el sentido de la

marcha para adentrarse en el mismo.

Sorprendidos por aquel hecho tan poco común para nosotros, dejamos de

pronto nuestros juegos y acudimos a su encuentro, siendo de inmediato

requeridos por alguien desde el carromato para que le indicásemos la casa

del alcalde al que querían pedir permiso para acampar e instalarse en el

lugar por un par de días.

A primera hora de la tarde, como los chavales no nos apartábamos del lugar

donde aquel grupo de titiriteros había acampado, se nos invitó por alguien

de ellos para que les acompañásemos en el recorrido por el pueblo para

anunciar la actuación que aquella misma tarde-noche efectuarían para todo

el pueblo en la Casa de Concejo.

Y así lo hicimos de muy buen grado, en una comitiva compuesta por varios de

ellos, un par de perros con los que pronto nos encariñamos, una graciosa

cabra que también actuaría en el espectáculo y todos nosotros que

estábamos encantados de asistir a un espectáculo antes nunca visto en

Velillas.

Pregonamos su actuación por cada una de las calles del pueblo, recordando

aún con todo detalle, a pesar del tiempo pasado, la pequeña anécdota que

marcaría este recorrido por el pueblo. Pues ocurriría que quien pregonaba

 

el espectáculo a viva voz tras el correspondiente toque de trompeta de

alerta, anunciaba que éste tendría lugar aquella misma noche en la “Casa de

Conejo”, circunstancia ésta que a nosotros, los chavales, nos llamó

sobremanera la atención y reímos de buena gana, pues a pesar de nuestra

insistencia en enmendar el error, diciéndole que se trataba de la “Casa de

Concejo”, el pregonero insistía una y otra vez que el espectáculo se llevaría

a cabo en la “Casa de Conejo”; anécdota esta que se nos quedaría muy

grabada y aderezada con un sinfín de risas por nuestra parte.

Llegada la hora de la representación, en un salón a rebosar de vecinos, y

tras unos primeros minutos de actuación de quien tenía a su cargo el que la

cabra realizase una serie de evoluciones y saltos sobre un pequeño pedestal

de madera, llegó el plato fuerte que se nos había anunciado con profusión.

Se trataba de la proyección sobre una de las paredes del salón de actos,

sobre la que previamente se había adherido una gran sábana blanca a modo

de pantalla, de la película que llevaba por título “El caballito Huracán”; que

iba a ser para todos nosotros, nada más y nada menos, que nuestra primera

toma de contacto con el cine.

Y la verdad que fue una sensación gratificante, a la par que emocionante y

cargada de sorpresa, la que sentimos al poder ver con nuestros propios ojos

cómo sobre la sábana que cubría aquella pared se desplazaban los diferentes

personajes que iban apareciendo y saliendo de la escena y, sobre todo, aquel

“caballito Huracán”, blanco como la nieve, que no cejaba de correr y dar

saltos increíbles en medio de aquellos verdes prados que se nos iban

mostrando. Ni que decir tiene que la película, que tendría sus muchos años y

habría rodado ya por muy diferentes escenarios, unido a la precariedad de

la máquina que la reproducía, sufriría durante su exhibición más de uno y

más de dos cortes, cuya continuidad real se puso en duda en algún momento.

Pero en cualquier caso, así, de esta manera tan gráfica, fue cómo los

chavales de Velillas de aquellos años, aún no llegados a la adolescencia

muchos de nosotros, tomamos el primer contacto con la sorprendente

técnica del cine. Y nos atrapó, lógicamente.

 

Javier Terán.

 


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