Colegio "Regina Pacis"-Cervera de Pisuerga |
Hubo un tiempo en la vida de estos
pueblos nuestros, Velillas, Quintanilla, Villaproviano…, allá por los años
60-70 del siglo pasado, en el que la mayoría de los chicos y chicas en ellos
residentes, antes de finalizar la etapa escolar emprendíamos una nueva
experiencia en nuestras vidas, que nos conducía directa e indefectiblemente
hasta el internado más cercano: seminario menor o colegio de frailes o de
monjas; para continuar allí nuestros estudios.
Todo ello, mediatizado o edulcorado con
el término “vocación religiosa”, que estaba rondando siempre nuestra
mente. Y pendientes de que en un momento determinado y concreto de
ese tiempo de internado, surgiese ésta de pronto y nos predispusiese para
encaminar nuestra vida por los derroteros del orden religioso o sacerdotal.
Y el mecanismo tradicional para acceder
a estos lugares, era siempre el mismo: el fraile o la monja de una determinada
congregación que un buen día visitaba la escuela, y hablando con la maestra o
el maestro, elegían a los posibles candidatos para acudir el curso siguiente al
colegio de turno en plan internado.
Y mediado septiembre siguiente, allá
que nos íbamos unos cuantos chavales del pueblo, camino de una aventura
totalmente nueva y a ver lo que pasaba; a ver si surgía la vocación y sentíamos
la llamada espiritual.
Claro, la vida en el internado en
aquellos años era particularmente dura y restrictiva en cuanto a determinadas
libertades; por eso, había quienes aguantaban más tiempo y quienes menos; y
quienes, incluso, continuaron año tras año y acabaron haciéndose curas, frailes
o monjas, porque la vocación religiosa les había salido al paso al sentirla de
plano.
Pero era lo que había, o accedías a
vivir esta nueva experiencia de vida alejado de la familia y mal que te pesase,
o no lograbas, en la práctica, seguir estudiando; porque eran los menos los que
podían permitirse que sus familias les pagasen los estudios en la capital o en
algún Instituto comarcal, residiendo en un pueblo.
Por lo que, andando el tiempo y a los
ojos de hoy en día, es de agradecer la labor de enseñanza que en aquellos años,
de una manera indirecta -porque no olvidemos que su misión primordial era la de
formar futuros sacerdotes, frailes o monjas-, hicieron las diferentes
congregaciones y órdenes religiosas cara a las generaciones siguientes.
Así que, en alguna parte, en algún
lugar, habrá siempre un recuerdo entrañable para aquellos momentos de
internado.
Javier
Terán
1 comentario:
Duros tiempos los del internado, no había fines de semana ni puentes era de vacaciones a vacaciones, con alguna (pocas) visita de por medio. También tenía sus cosas buenas
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