martes, 20 de agosto de 2024

NECROLÓGICA

 



Ha fallecido Sinesio Calle Cuesta (Sine), en su casa, en su pueblo, tranquilo, descansando.

 

Muchas casas de la zona tienen rejas, verjas, puertas que hizo con sus manos en la fragua. No había maquinaria agrícola que no hubiera pasado por su taller . Pero no todo era trabajo, le encantaba su huerta donde pasaba mucho tiempo desde que se jubiló junto a Ana.


Él fue durante muchos años quien anunciaba el fallecimiento de algún vecino del pueblo con el toque de las campanas, y con el toque de las de las campanas les despedía durante el camino al cementerio. Él decía que sería el único para el que no sonarían las campanas. No fue así porque su estado de salud le impidió seguir haciéndolo pero hoy todos nos acordaremos de cómo hacía sonar las campanas en su despedida.

 

 

Un abrazo especial para Ana, su mujer y sus hijos Maribel, Carmelo, Sara, Abel y Anarosa.








miércoles, 14 de agosto de 2024

Microrrelatos raposos 2024 (1)

 

 PRIMER PREMIO


EL SOBRE

Me dirigía al baño tras pedir mi habitual café con leche cuando lo vi en el suelo. Un sobre marrón bastante abultado. Lo recogí y me metí en el lavabo. Mis presentimientos se confirmaron y el susodicho sobre estaba lleno de billetes de 50 euros. Lo deslicé en mi bolsillo, tiré de la bomba y hecho un manojo de nervios, me dirigí de nuevo a mi mesita donde me esperaban el café y El Diario Palentino.

 

Mi primera reacción fue de euforia y alegría. Había unos 800 euros y con ellos pensé en irme unos días al mar, o quizás visitar o mi amigo Juan que vivía desde hoce años en Burdeos y me insistía en que posase una semana con él por aquellos lares. De repente se me ocurrió que igual lo correcto sería levantarme e ir hacia la barra, donde Manolo se afanaba limpiando unos vasos, y entregárselo. Al fin y al cabo el dinero no era mío y su dueño posiblemente vendría a preguntar por él. Pero... ¿Y si nadie lo reclamaba y Manolo se lo terminaba quedando? No era un tipo de fiar. A veces le había observado metiendo mano a la caja y en el bote de las propinas cuando nadie miraba...

 

Apenas podía concentrarme, así que apuré el café medio hirviendo, cerré el periódico y tras abonar la consumición y comentar con Manolo el aspecto del cielo u otro tema irrelevante, me dispuse a volver a casa. La decisión estaba tomada. De pronto entró aquella mujer, llorando, desesperada, sudando y con los ojos desorbitados. No la había visto nunca en el bar. Creo que solía andar vendiendo ajos fuera del mercado, o barriendo, no lo recuerdo... Miró al suelo como quien busca oro, levantó sillas, mesas y taburetes y se dirigió a la barra. Todos los clientes, incluidos Manolo y yo, dejamos de hacer lo que estábamos haciendo y seguimos con la mirada a aquella criatura que se aventuraba hacía los urinarios a toda prisa.

 

No podía marcharme así de repente. Sería quizás sospechoso o eso creía yo... "¿Y a esta qué le ha picado?" Espetó Zacarías, el zapatero jubilado que jugaba a las tragaperras. Yo me encogí de hombros y miré a Manolo, que estaba a punto de abrir el pico cuando salió de los aseos la mujer, toda ella un mar de lágrimas y se acerco a donde estábamos. Entre sollozos nos contó que había perdido un sobre con el dinero del alquiler, que yo llevaba dos meses de retraso y que el casero le había dado un ultimátum: o pagaba hoy o la desahuciaba. Nadie en el bar había visto el maldito sobre. Todos, incluido yo cloro está, mirábamos por todos lados buscando y rebuscando. A me temblaban las piernas. Confesar y decir que lo había encontrado yo era una posibilidad honrada pero embarazosa porque yo ya me iba y además había dicho que no había visto nada. Fingir aflicción y salir del bar era otra opción más honrosa pero algo cruel dada la situación de la pobre chica.

 

Uno voz dentro de mi dijo en voz alto "Bueno, vamos o ver, vamos o tranquilizarnos" "Vamos o buscar bien en el bar y en los aledaños y si no aparece el maldito dinero yo mismo me encargo de pagar ese alquiler, pero cálmese por amor de Dios que se la va a llevar el diablo" Así que busque por todos los lados lo que yo mismo tenía en el bolsillo para finalmente acercarme a un cajero, sacar los 800 euros y dárselo o lo pobre mujer que me abrazaba como o un hijo que vuelve de la guerra.

 

No hay día en que Manolo no me lo recuerde cuando me pone el café con leche. Normalmente hasta me invito el granujo. Todavía no tengo cloro si soy un héroe o un villano. Quizás todos seamos ambas cosas.

 

Aitor Salazar Calleja


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SEGUNDO PREMIO EX AEQUO


Tormenta de Julio

 

Cuando la maraña de sus pensamientos se hacía infranqueable y el malestar se alojaba en cada rincón de su cuerpo, no tenía más remedio que salir a correr para deshacerse del indeseable abrazo de la ansiedad. Había leído en alguna parte que, gracias al ejercicio físico, su torrente sanguíneo se inundaba de endorfinas capaces de desmenuzar el torbellino de ideas negativas, miedos e incertidumbres que le abrumaban. Corría al atardecer, cuando el sol, exhausto tras una calurosa jornada, daba una tregua y concedía al cereal un color tostado que, de alguna manera, lo conmovía, conectando una parte de su corazón con la candidez de su infancia. Sin detener su carrera, observó durante un nostálgico instante el seco oleaje de las espigas empujadas por el viento. Majestuosos y a la vez amenazantes cúmulos de tormenta se alzaban en el cielo, completando la estampa estival. Era como si la naturaleza misma se compadeciera de su desasosiego y quisiera regalarle toda aquella melancólica belleza.

Ignorando los ominosos presagios que las nubes garabateaban en el cielo, inició decidido el suave descenso por la ribera hasta alcanzar el famélico río, cuyo escaso caudal se debía a los rigores del estío castellano. Fue allí donde sus oídos comenzaron a llenarse de una cautivadora música cuya melodía le resultaba muy familiar. Pocos instantes después, se detuvo para contemplar a una etérea mujer que lo dejó fascinado. No sabía bien si era por el verde de sus ojos, el dorado de sus cabellos o aquel vestido que parecía confeccionado con hojas y flores recogidas en lo más profundo de algún lejano bosque. La mujer, al notar su presencia, lo saludó con una sonrisa triste que ahondaba en su misterio.

—Supongo que has venido buscando paz, huyendo de la tormenta de tu interior.

 

No supo qué contestar, aturdido por la sorpresa, el asombro y sobre todo el desconcierto que le producía la tenue luz de aquellos ojos en armonía con la voz que parecía acariciar sus oídos.


—Parece que nunca hayas visto una anjana.

 

Del asombro pasó a la preocupación por el deterioro de su salud mental. Delirar con seres mitológicos no auguraba nada bueno. Tenía que ignorar aquella visión, pero su mirada estaba atrapada y no era capaz de seguir corriendo.

—De tanto correr por la vida sin freno has olvidado que la vida se vive en un momento —la mujer hizo una breve pausa—. De tanto querer ser en todo el primero, te olvidaste de los detalles pequeños.

¿En serio? Ya que te pones mística, al menos busca a alguien más trascendental que Julio Iglesias —contestó con una media sonrisa y la respiración aún sofocada.

Fue entonces cuando reconoció aquella popular melodía de seis acordes que reinaba entre los éxitos de la canción ligera de su ya lejana infancia.

—Puedes seguir ocultando la verdad con mentiras...

 

De repente, la luz fría de un pasillo de hospital inundó sus ojos. Fragmentos de frases nerviosas llegaron a sus oídos:

—Varón de 54 años…, impacto de rayo... Inconsciente, bradicardia severa... Quemaduras de

segundo grado... Midriasis arreactiva... Soporte vital avanzado...


                —Doctor, parece que el paciente recupera la conciencia.

 

Desde la camilla en la que le transportaban, haciendo un esfuerzo pero sin lograr incorporarse, dijo con un esbozo de sonrisa:


—Parece que esta vez no me olvidé de vivir.

 

 

Luis Rodríguez Sanz


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SEGUNDO PREMIO EX AEQUO


UN DESEO

 

El cielo estrellado parece reflejarse en la playa, salpicada de pequeñas hogueras que brillan en esta mágica noche. Alrededor de una de ellas, un grupo de adolescentes ríe contemplando como arden los apuntes que arrojan a las llamas, celebrando que dejan atrás su etapa de enseñanza secundaria. Uno de ellos no participa del ritual. Dice haber olvidado en casa sus apuntes. Sólo él permanece serio, como hipnotizado por el fuego. El embrujo de las llamas le atrapa arrastrándole en un delirante viaje por su pasado.

Aquella noche fue muy distinta a ésta. También brillaban miles de estrellas en el cielo pero no había antorchas en el mar para iluminar tanta negrura. Aunque era muy pequeño cuando viajó en aquella patera no puede olvidar el horror de lo vivido. El mar golpeándolos como un gigantesco monstruo enajenado. La desesperación de toda aquella gente que los acompañaba en la travesía. El miedo en los ojos de su madre mientras sujetaba con fuerza el cuerpecito de su hermana. El llanto hiriente de la niña. La tensión en el rostro de su padre, ese hombre fuerte y protector que se sentía responsable de todos ellos.

Su hermano tenía la edad que él tiene ahora cuando aquella gigantesca ola lo engullo en su terrible abrazo. Recuerda el angustioso grito de su padre justo antes de lanzarse irracionalmente al agua para intentar salvarle.

A pesar de la dureza de la vida que dejaban atrás, esa fue la primera vez que vio llorar a su madre. Lloraba mansamente, como queriendo guardar energía para aferrarse a su bebé y a su niño, lo único que le quedaba en medio de aquel infierno.

Su madre es la persona a la que más admira. Ella consiguió traerles hasta aquí y, a base de tenacidad y sacrificios, sacarles adelante, darles educación y una niñez feliz. Atrás dejó los prejuicios, rechazos y episodios de racismo a los que tuvo que enfrentarse. Todo lo soportó sin perder jamás su dignidad. Ahora es una mujer respetada y querida por sus vecinos y amigos, orgullosa de las buenas notas de su hijo, de la simpatía de su niña y, sobre todo, de su lucha por darles el futuro que su padre soñaba para ellos. Ese sueño no murió en el mar aquella noche. Ella lo haría realidad.

Por eso él sonríe ahora mirando las llamas. Por eso ha mentido a sus amigos. No ha olvidado los apuntes en casa. Nunca tuvo intención de quemarlos. Esos apuntes, junto a sus libros, son su tesoro. El mejor legado que puede  dejarle a su hermana.  Ella no  pasará hambre, no  morirá intentando huir de la miseria, será dueña de su vida y conseguirá ser lo que desee.

Esa noche mágica de San Juan, un muchacho, jaleado por sus amigos de piel más clara que la suya, piensa un deseo y salta con seguridad por encima de la hoguera.

 

 

Esther García García


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MENCIÓN DE HONOR 

                             PRÓXIMO FUTURO


Cuando su cuerpo dejó de responder a los tratamientos y fue consciente de que su crónica dolencia se había apoderado definitivamente de él, la decisión se hizo mucho más fácil de tomar y por eso, el próximo mes que sería su cumpleaños no acudiría a renovar su chip.

 

Cuando la Comisión de Gobierno y todo el aparato legislativo del Estado aprobó la conocida como ley del chip, en un principio le pareció una auténtica locura; a día de hoy y en su caso particular, con todas las circunstancias que le acompañan le han hecho cambiar de opinión y ahora le parece una solución adecuada y deseada, perfecta para él.

 

No estaban tan lejanos los tiempos donde la obsesión de los gobernantes por hacer la vida más fácil a sus ciudadanos se había convertido en enfermiza y había degenerado tanto que había derivado en legislar con el propósito, en principio, de hacer también liviano el último paso, el último trance, su definitivo descanso.

Haciendo uso de los últimos avances técnicos, el sistema creado era sencillo: llegado el final de la etapa productiva de todo individuo, para recibir la asignación económica mensual que aseguraba su sustento y también para tener derecho a la asistencia sanitaria y social del Estado se había puesto como obligatoria la implantación del “chip de la vida” en un lugar estratégico del cuerpo, un pequeño ingenio imposible de manipular que contenía, entre otras muchas cosas, una carga letal.

A los implantados se les había informado que cada año, durante cualquier día del mes de su cumpleaños, debían pasar por la oficina de renovación para actualizar su chip y prorrogar de esta forma un año más su existencia; de no cumplir con este trámite, en cualquier día del siguiente mes, aleatoriamente, el chip liberaría su contenido y el individuo en cuestión pasaría al otro mundo de forma rápida y sin dolor. En ese momento, los servicios de limpieza serían alertados de tal circunstancia y de la ubicación del afectado y en pocos minutos procederían a retirar de la zona los restos.

 

Todo ello muy fácil, muy rápido y muy limpio en el más amplio sentido de la palabra y, por supuesto, apoyado con un adecuado eslogan:

“Trabajamos para mejorar tu vida, hasta el final”.


                                                                          Carmelo J. Calle Montes


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MENCIÓN DE HONOR


Todo

Mi padre lo ha olvidado todo.

 

No recuerda quién es, ni quiénes somos los demás de la casa. No sabe q ha comido ni qué ropa debe ponerse. Ignora q profesión tuvo y no reconoce a sus amigos. La verdad es que lo ha olvidado todo.

Bueno, todo no. Todos los días, después de desayunar, se viste y se va de paseo al rio. Y recuerda perfectamente el camino: Las dos curvas al salir del pueblo, el viejo transformador, la chopera que hay que atravesar, el prado lleno de cardos y brezo, la larga cuesta abajo que lleva al puente del molino y el banco de madera en el que se sienta mientras mira al rio.

 

Lo recuerda todo.

Menos el primer día de primavera, en que las flores y lo pajarillos invaden el prado y desdibujan el camino.

Menos el primer día del verano, en que los lados del camino y el prado se tiñen de amarillo y las cigarras lo asustan.

 

Menos el primer día del otoño, en que los chopos se muestran desnudos, como muertos y el viento aúlla sardesco entre sus ramas.

 

Menos el primer día de invierno, en que la nieve lo cubre todo y la lluvia encharca el camino.


Esos días vuelve a casa llorando y me pide que lo acompañe. Me dice que ya no recuerda nada.


Nada.

 

 

Lourdes Calleja Isla


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MENCIÓN DE HONOR

El cumpleaños


Hugo atravesó la puerta de la pastelería justo cuando Antonio, el dueño, estaba sacando su partida de bizcochos del enorme horno de la parte de atrás. El olor impregnaba toda la tienda y salí al exterior, lo que hacía a muchos paseantes girar la cabeza cuando pasaban al lado. Pero Hugo no estaba allí por los bizcochos, sino por una gran tarta de nata y chocolate ultimada con el nombre de Don Rodrigo, su padre, el alcalde de aquel pueblo, grabado encima. Era su septuagésimo cumpleaños, que complementaba, además, con el cumplimiento de 12 años de mandato, y hoy pensaban celebrarlo los tres juntos: padre, madre e hijo.

Antonio le entregó dicha tarta cuidadosamente envuelta en una caja octogonal de cartón, mientras dedicaba una amplia sonrisa, lo cual, a pesar del tiempo que había transcurrido desde aquella vez, provocaba algo de incomodidad a Hugo. María, la mujer de Antonio era conocida en su casa, y no precisamente para bien. Ella había acompañado a su padre durante 8 de sus años de alcalde, como secretaria. Al principio, su padre hablaba maravillas de ella: su capacidad de orden, administración y organización, cualidades acompañadas de un trato cálido y una elegancia siempre notable. En definitiva, todo lo que uno pudiese pedir. Por tanto, el nivel de confianza entre ellos se elevó a tal nivel, que ella conocía a la perfección información muy relevante acerca de la alcaldía: gastos, nivel de fondos, actas de reuniones entre directivos…. Incluso información personal de su padre: extractos bancarios, libro de familia, etc. La relación entre ellos iba perfecta, hasta los 8 años. Un día, su padre denunció ante las autoridades administrativas la desaparición de una cantidad de unos 50000 euros de las arcas, desviados a una cuenta desconocida. El propietario de dicha cuenta era un chico de fuera del pueblo, que resultó no superar los 16 años. Mediante una investigación a todas las personas con acceso a los fondos públicos, se descubrió que ese chico era un familiar directo de María. La decepción de su padre se vio expresada en la petición de pena para ella, que, coincidiendo con el veredicto del propio juez, dictaminó unos 8 años de prisión, por malversación. Antonio mantuvo cerrada la pastelería durante 5 de esos años. Incluso cuando su mujer salió, nunca volvió a ser el mismo, aunque ahora intentase redimir a su mujer y a él ante el resto del pueblo, sirviendo sus magníficos dulces y tartas.

Don Rodrigo sopló las dos velas en forma de números encima de la tarta justo después de terminar los cánticos, y la madre de Hugo la dividió en 6 grandes trozos. Tras coger uno cada uno, y devorarlo hasta la mitad, Hugo reparó en un sobre situado debajo de la última capa de bizcocho. Posiblemente una dedicatoria del pastelero, por lo que, tras anunciarlo, abrió el sobre, mientras se aclaraba la garganta para leer, cosa que no le sirvió de mucho, pues se quedó sin habla tras sacar el contenido. Eran 2 fotos a color, sacadas de lejos con zoom de cámara. En una de ellas, se veía a su padre, acompañado de Genaro, el juez que llevó el caso de su secretaria, ambos riéndose mientras bebían en un bar, con fecha de hace 4 años, una semana después del juicio. En otra, se veía también a su padre, en lo que parecía un club, bailando muy pegado a una chica joven en lencería negra, con fecha de hace 1 mes. Por último, un trozo de papel con letra impresa, en el que se podía leer:

“María nunca cogió nada. Sólo te plantó cara cuando intentaste abusar de ella, y la quitaste de en medio. Nos robaste muchos cumpleaños a ambos, pero nosotros los recuperaremos, mientras que este será el último para vosotros. Firmado: María y Antonio”.

Hugo apenas puedo terminar de leer, pues sentía que su estómago había comenzado a arder, y sus pulmones se bloqueaban mientras la nata de la tarta se escapaba de su boca, ahora inmóvil. Antes de perder la consciencia, alcanzó a ver a sus dos padres, retorciéndose en el suelo como si fueran peces fuera del agua, mientras un reguero de espuma blanca salía de sus bocas.

 

Carlos Calle del Río







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