(Hace mucho tiempo, Javier, me mandaba este articulo para compartir con todos vosotros, le pido disculpas por la tardanza y espero sus colaboraciones como siempre.)
Para todos los habitantes de buena parte de esta amplia
Comarca saldañesa, decir “el Abagón” en aquellos años, era decir el medio de
transporte ágil y barato que, viviendo pongamos en Velillas o Quintanilla, te
permitía comunicarte cada día con facilidad tanto con Saldaña y Guardo por el
norte, como con Carrión y Palencia por el sur. En unos momentos, además, en los
que escaseaban los coches particulares en las familias.
En efecto, porque el abagón era el coche de línea que, de
manera regular, hacía la ruta provincial entre Aviñante de la Peña, en el norte
de la provincia, y la capital de ésta, pasando por un montón de localidades,
entre ellas las ya citadas: Velillas y Quintanilla. Y claro, puesto así casi a
la puerta de casa, el abagón era quien nos llevaba cada martes a Saldaña para
poder estar, desde primeras horas de la mañana incluso, en el mercado que tanta
fama tenía en los contornos, y que aún sigue teniendo. Eso sí, el regreso a
Velillas lo hacíamos casi siempre andando (o como se dice ahora, en el coche de
San Fernando: un rato a pie y otro andando). Y ello, porque la hora en la que
el autobús regresaba de vuelta, camino de Palencia, nos cogía avanzada la
tarde.
Muchos de estos martes –sobre todo el primero de cada mes
por ser mercado especial-, como el autobús venía ya cargado de gente “hasta los
topes” –como familiarmente decíamos-, ocurría que si queríamos viajar hasta Saldaña,
teníamos que apretujarnos tanto unos contra otros que el cobrador que iba a
bordo del mismo y que nos cobraba el viaje expidiéndonos aquel billete de papel
tan largo, porque incluía a todos los pueblos del recorrido, y que marcaba
taladrando mediante un curioso artilugio tanto el nombre de la localidad a la
que ibas como en la que te habías subido al coche, apenas si podía pasar entre
toda la gente para ejercer su función antes del final del viaje; y de chavales,
comentábamos en más de una ocasión que el viaje hasta Saldaña nos había salido
gratis porque el cobrador no nos había podido localizar entre tanta gente.
Claro que, de manera general, el viaje era tan corto,
seis kilómetros tan sólo, que apenas si habías subido al autobús, que ya estaba
bajando las cuestas de Saldaña para, a continuación, asomar ya frente a
nosotros los primeros edificios de la localidad. Diferente era, empero, cuando
se cogía el abagón para ir a Palencia, entonces sí que el viaje resultaba más
largo. Pero, como no se hacía muy de común siendo chavales, hasta resultaba agradable
ir montado en él, vivir ese continuo subir y bajar de gente, observar cada uno
de los pueblos por los que pasaba y contemplar el paisaje a través de la
ventanilla.
Y en estos viajes hasta Palencia –hasta la capital, como
decíamos-, había una anécdota que siempre nos llamaba la atención a los
chavales. Y era que, algunos momentos antes de llegar a Palencia, había que
atravesar un puente, conocido como “el de los suspiros”, en el que la calzada,
por los badenes o depresiones existentes en la misma, hacía que el autobús se
moviese irregularmente y los viajeros parecía como si saltasen o suspirasen en
sus asientos. Escena que a todos nosotros se nos quedaría grabada para siempre
en nuestra memoria.
Hoy en día, aunque sigue en vivo esta línea regular de
viajeros con la empresa Abagón explotándola, muchas de las localidades del
recorrido han quedado supeditadas a tener que demandar telefónicamente la
necesidad del desplazamiento en cuanto al día concreto, para que el autobús
pase por su localidad. Es el signo de los tiempos cuando, en la práctica, cada
vecino de estos pueblos tiene a la puerta su vehículo particular que le permite
desplazarse de acá para allá.
Pero el recuerdo de aquel “coche de línea” conocido por
todos como “el abagón”, con su baca porta equipajes en la capota del vehículo,
a la que se accedía mediante una escalera adherida al autobús en su parte
trasera, quedará grabado para siempre en la memoria de los habitantes de las muchas
localidades por las que pasaba cada día; donde la hora de su llegada a diario
era un referente muy a tener en cuenta.
Javier Terán.
2 comentarios:
Muchas gracias, Lourdes, por publicarlo. Espero que sea del agrado de los lectores del Blog. Y, no lo dudes, tengo más historias sobre "cosas", "lugares", "motivos", "gentes" y demás situaciones, de aquellos años y de nuestros entornos tan próximos. Saludos.
Muchos de la zona que emigraron hacia el País Vasco lo usaron para ir a Guardo para coger el tren de la Robla, para el regreso se le cogía en el barrio de la estación de Santibáñez. El porque se hacia esto es que para ir te daba tiempo ir desde donde paraba en Guardo donde el bar Central a la estación te daba tiempo, lo que no pasaba al regreso que tenías que bajar corriendo al bar Luis.
El puente al que hace mención Javier es el puente de Valdemundo en la Venta nueva que ahora lo dejamos a la izquierda y recuerdo lo de ponerse en la ultima fila que era donde se notaba mas el efecto.
Recuerdo un conductor que era bajo y delgado que se llama Sirio y a un cobrador que se llama Alfonso que luego fue conductor.
También quien no recuerda el viaje especial para ir al Brezo o al Camino en León diócesis a la que creo perteneció Quintanilla hasta los años cincuenta.
Saludos.
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