“Venid y vamos todos
con
flores a porfía,
con
flores a María
que
Madre nuestra es...”
Ésta sería tan solo una pequeña estrofa
del otrora famoso poema “Con flores a
María”, que en pleno mes de mayo -el mes de las flores por excelencia-, los
escolares de Velillas, al igual que ocurría en cientos de localidades más,
cantábamos en la iglesia en la misa mayor, con la emoción puesta en cada uno de
los versos, ante la figura de la Virgen colocada sobre unas andas en un puesto
de privilegio al lado del altar mayor, y que el resto del pueblo acompañaba
también con sus voces, resultando un conjunto sonoro de bonita armonía que
trasladaba su eco por todo el templo, convertido así en perfecta caja de
resonancia.
Pero no era éste el único poema que los
escolares le dedicábamos a Élla durante ese largo mes. Porque, había unos cuantos más que, previo
ensayo con la maestra en la escuela, algunos de nosotros le recitábamos a la Virgen,
entre el nerviosismo y el orgullo por haber sido elegidos para ello. Y es que el momento requería alguna
dedicación extra por nuestra parte, pues era menester aprenderlo de memoria a
la hora de recitarlo.
Entretanto, en el exterior,
principalmente en las eras y los prados de alrededor, se estrenaba con fuerza
la primavera, haciendo que comenzasen a brotar infinidad de flores; entre ellas
las margaritas, que poblaban estos espacios de una manera muy visible, y que
eran el signo y señal que nosotros teníamos a mano para advertir bien a las
claras que la primavera estaba ya presente en el pueblo.
Flores del campo que recolectábamos en
grupo y que pasaban a formar parte, igualmente, de nuestro ofrecimiento a la
Virgen, tras confeccionar un colorido ramo de flores que depositábamos a sus
pies con todo el cariño del que éramos capaces.
Y como ya en mayo la temperatura exterior
había subido unos cuantos grados con respecto al invierno, invitando a estar
más tiempo en la calle y a salir al campo y admirar su belleza, los chavales
aprovechábamos la ocasión y hacíamos grandes caminatas por los alrededores del
pueblo. Pero como no era nuestro signo
estar ociosos durante esos paseos, en el trayecto íbamos atentos a los pájaros
que pudiesen salir volando de entre los ramajes, hierbas y zarzas del camino,
pues sabíamos que tras ellos podíamos descubrir algún nido de estos pájaros,
con sus crías ya salidas del cascarón; pues de sobra conocíamos que este llegar
a la vida de las nuevas crías de las aves del campo se producía justo durante
el mes de mayo.
Así que observábamos a los polluelos
recién nacidos, teniendo la precaución de no tocarlos ni maniobrar en los
alrededores del nido, pues se nos había dicho que si lo hacíamos y sus
progenitores se daban cuenta de ello, podían hasta llegar a abandonarlos a su
suerte cuando regresasen para alimentarlos.
Por lo que, lo único que hacíamos entonces era observarlos durante unos
instantes y localizar visualmente el lugar exacto para regresar días posteriores
para ver su evolución.
El campo, entretanto, veíamos que gozaba
ya de un verdor espectacular, lo que nosotros relacionábamos de una manera
directa con un pronto final de curso en la escuela y todo un largo verano para
nosotros, aunque también sabíamos que tendríamos que ayudar en casa en las
faenas del campo y posteriormente en la era.
Javier Terán.
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