jueves, 11 de junio de 2020

En torno al verano del pueblo







Avanzada la primavera, y con los amaneceres mucho más tempranos en el horizonte, con el aumento diario de las horas de luz y los primeros calores en el ambiente, cada año, comenzando el mes de junio la vida en Velillas en aquel entonces parecía adquirir un ritmo endiabladamente acelerado de actividad laboral camino ya del verano.  Y que no mermaría a partir de ahora hasta bien finalizado septiembre.



Aunque en torno al ocho de septiembre, festividad de la Virgen del Valle, Patrona de Saldaña y su Comarca, como todos sabemos, era una fecha tentativa y que se tenía muy en mente, a poco que las cosas fuesen medianamente bien, para haber finalizado ya el grueso de las tareas agrícolas, con el grano ya recogido en las paneras, incluso.



Nosotros, los chavales, que a esas alturas del calendario sólo teníamos que acudir a la escuela en jornada de mañana, recibíamos este mes de junio con especial agrado, pues nuestra única meta a esas alturas del curso eran las vacaciones de verano; aunque bien sabíamos que  no estaríamos libres del todo para holgazanear a nuestras anchas, pues debíamos ayudar en casa en las faenas agrícolas de la recolección, donde cualquier mano que se pudiera echar era bien recibida. 



Pero también, entre nuestras preferencias de adolescentes, sabíamos encontrar el tiempo necesario para estar en la calle con los amigos y recorrer el pueblo y sus alrededores una y otra vez con nuestra variedad de juegos bien definida.



En tanto, los días del verano continuaban su camino y las duras faenas agrícolas, que se iban encadenando unas a otras sin solución de continuidad hasta tener el grano en la panera, se adueñaban de cada uno de los días, hasta el punto de  hacerlos prácticamente iguales; pues hasta el calor parecía ser el mismo en cuanto a intensidad y cada día parecía pesar más, por lo que estando en pleno agosto, se buscaba la sombra siempre que se podía. 



Y si esos momentos de sombra al cobijo del sol aplanador que dominaba en el exterior, se acompañaban con un par de tragos de agua bien fresca del botijo que poco antes habíamos rellenado en la fuente, de la que todo el pueblo era consciente de que proporcionaba el agua mejor y más fresca de la comarca, la cosa alcanzaba ya unas dosis altas de bienestar.



De esta guisa, los días transcurrían rápidos, y avanzado el mes de agosto los trabajos agrícolas se daban totalmente en las eras, que bullían de actividad hasta bien avanzada la puesta de sol en el horizonte del pueblo. 



Momento éste en el que todos sus habitantes se retiraban ya a descansar a sus casas cara a poder enfrentarse el día siguiente; aunque los chavales encontrásemos todavía tiempo para reunirnos en la plaza y enfrascarnos en los últimos juegos del día a la luz de las farolas.



Mientras los días del calendario iban cayendo uno a uno, las faenas agrícolas iban llegando a su parte final con los últimos trabajos en la era y la puesta a buen recaudo de los productos obtenidos en todo el largo y laborioso proceso: siega, acarreo, trilla, separación del grano y  traslado de éste hasta la panera, antes de que alguna tormenta lo malograse en la era.



Pero de otro lado, llegado el fin del proceso agrícola, los habitantes del pueblo, tanto grandes como especialmente chicos, lo que teníamos en mente en esos momentos era el poder acudir el ocho de septiembre a la romería de la Virgen del Valle en Saldaña, con todo lo que ello significaba de un gran día de fiesta en olor de multitudes, pero también de que se había podido recoger con bien los productos agrícolas, que eran los que proporcionaban el sustento de las gentes.



Por eso, cuando la cosecha había sido generosa y se había llevado a buen término sin mayores contratiempos, las fiestas del Valle ganaban en concurrencia de personas y en dispendios más generosos de las gentes; lo que también proporcionaba riqueza económica a toda la Comarca, aparte de la satisfacción y la tranquilidad de poder encarar el próximo año sin estrecheces económicas.



Pero el final del verano y de esta fiesta en concreto, tenía también para nosotros, los chavales, un anuncio encubierto al que no queríamos prestar demasiada atención todavía, porque nos marcaba el inminente comienzo de otro curso escolar.



Con lo mucho que habíamos disfrutado durante el verano todos nosotros, libres de la rigidez del horario escolar y de las consiguientes tareas, no queríamos escuchar todavía la cantinela de que en unos días tocaría regresar a la escuela.



                        


                        Javier Terán.






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