Estos
días he podido ver un vídeo, aquí en Internet, sobre la vida en los años 60 en
un pueblo palentino que, desafortunadamente, no era ninguno de los de nuestra
Comarca, en cuyo caso la satisfacción hubiese sido doble. Y, en concreto, el vídeo recogía unas
imágenes que ponían bien a las claras la extrema dureza de las faenas agrícolas
de aquellos años, en especial de las del verano. Entre otras, se hacía mención al momento del acarreo
de la mies hasta la era, donde se apreciaba cómo se cargaban aquellos carros
con la mies que, previamente, tras su siega –otra faena realizada a pleno sol-
se había reunido en las llamadas “morenas”. Los carros se llenaban de mies “hasta
los topes”, aprovechando la mayor capacidad que de pronto adquirían, tras
haberles colocado aquellos artilugios tan particulares a los que se les llamaba
“mallas”.
Y
luego, el momento de la trilla en la era, con sus casi infinitas vicisitudes
diarias. En el caso de las escenas del vídeo, ampliadas estas dificultades dado
que los animales de tiro que se utilizaban eran vacas.
Mientras
veía el vídeo, el recuerdo, como no podía ser de otra manera, me ha llevado
hasta mi pueblo en aquellos mismos años y, en el ámbito familiar, metidos de
lleno también en las faenas agrícolas del verano. Y me situaba yo mismo en pleno campo, a mis
13-14 años o incluso antes, echando una mano con el “rastro” en el momento del
acarreo de la mies (supongo que el primer año sería en el “segundo viaje”, que
así se decía, pero en cualquier caso de noche casi ciega, sólo alumbrados por
la luna).
Luego,
las imágenes del vídeo se trasladaban hasta las eras del pueblo en la faena conocida
como la trilla de la mies; y me veía a mí mismo subido sobre el trillo y
dirigiendo al par de mulas de acá para allá y vuelta tras vuelta, durante
muchas horas, casi infinitas, precisando estar atento siempre para que los
animales no se te saliesen de la trilla, que al final, a nada que te
descuidases,
terminaban por hacerlo, y más de una vez, seguro; y siempre con la
correspondiente regañina de algún mayor: padre, abuelo, hermano mayor..., si te
veían.
Luego
venía el momento de aparvar la trilla, avanzada ya la tarde. Y así día tras
día, hasta que toda la mies del campo hubiese pasado por este escenario y este
procedimiento tan lento y pesado.
Pero
faltaban aún procesos antes de que el producto final de la cosecha llegase a la
panera; porque más tarde llegaba el momento de la bielda, para recoger el grano,
limpio ya de polvo y paja: ya fuese trigo, cebada, avena o lo que fuese, y
guardarlo en la panera; momento en el que los labradores podían por fin
respirar tranquilos. Porque luego, el
momento posterior de su venta y la obtención de las correspondientes ganancias,
eran los instantes más dulces de todo el proceso.
Todo
lo anterior, me hizo pensar que me gustaría un montón poder visionar imágenes o
fotos, tan solo, de las gentes de aquel entonces de nuestros pueblos “metidas
en las faenas agrícolas”; que seguro que existen y alguien puede disponer de
ellas y aportarlas al blog. Así que el
llamamiento por mi parte queda hecho.
JAVIER
1 comentario:
Aun sin ser mi padre agricultor deciros que si recuerdo esas tareas que nos expone Javier, bueno trillar en alguna ocasión si recuerdo.
Hablando de trillar y aparvar no recordáis aquel deporte que consistía en subir u bajar del trillo en marcha y subirse encima del aparvador cuando se aparvaba.
Una pena que esos antiguos aperos desaparecieran como el museo que hubo en Villarmienzo.
Saludos.
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