viernes, 18 de abril de 2025
jueves, 17 de abril de 2025
Escenas de antaño de nuestra Semana Santa
Llegadas estas fechas de la Semana Santa, es fácil suponer que a los que en aquellos años 60-70 vivíamos en Velillas o en Quintanilla, Villarmienzo, Villantodrigo o Portillejo, pongamos por caso, que éramos unos chavales en aquel entonces, nos vengan todavía a la mente algunos recuerdos de aquellas celebraciones religiosas que, con tanta religiosidad, tanto respeto y tanta intensidad se vivían.
De mi pueblo, uno de los recuerdos que mejor guardo, quizás con mayor nitidez y precisión, y que más me impactaba a mí y también al resto de los amigos, era el momento en el que en los días previos al Jueves Santo, los jóvenes del pueblo, bajo la supervisión del sacerdote y del sacristán, procedían a tapar las esculturas de los Santos de los diferentes altares de la iglesia con unas grandes telas de color oscuro en señal de luto. Resaltando a este respecto la pericia de los mozos del pueblo que, ayudándose de algunas escaleras y unas largas varas de madera, conseguían llegar con estas telas hasta las esculturas más altas del altar mayor, sin que ninguna de ellas quedase al descubierto. Logrando de esta forma que la iglesia quedase en una especie de tinieblas adecuadas a las celebraciones de que se trataba.
Luego, tras haberse silenciado las campanas de la iglesia en días anteriores en señal también de luto, venía el momento mágico para los chavales y que tanto nos gustaba, del toque de las carracas por las calles del pueblo para anunciar a los vecinos los actos religiosos. Por eso, en cada una de nuestras casas se guardaba al menos una carraca para sacarla a la calle y tocarla durante estos días.
Y claro, para estos actos, Viacrucis del Viernes Santo incluido, se solía contar para las pláticas de rigor con el predicador de turno venido de fuera, que digamos se explayaba a condición desde el púlpito; haciendo que sus palabras, un tanto acusadoras a nuestra forma de entender, retumbasen con tremenda fuerza entre los muros de la iglesia, haciendo que los feligreses permaneciésemos en completo silencio y con la cabeza agachada en muchas ocasiones.
Y en este conjunto de actos de la Semana Santa de aquel entonces, había otro momento que a los chavales del pueblo nos llamaba mucho la atención, porque nos parecía curioso y hasta chocante si se quiere. Y era el acto del lavatorio de pies en los Oficios del Jueves Santo por parte del sacerdote a algunos vecinos del pueblo, tratando de representar tan fiel como era posible esa escena de la pasión de Cristo tantas veces escuchada en los Evangelios.
Pero que nos parecía un tanto original que se llevase materialmente a efecto allí en la propia iglesia; por lo que cada Semana Santa de nuestra niñez estuvimos atentos a ese momento. Y claro, los comentarios entre nosotros trataban muchas veces de adivinar a qué vecinos les lavaría el sacerdote los pies aquel año. Y apuestas había para todos los gustos.
José Javier Terán.
miércoles, 16 de abril de 2025
jueves, 10 de abril de 2025
Concierto Asier y Ana
miércoles, 9 de abril de 2025
Camino del campo a segar
Era verano y, el sol, situado en su punto más elevado a aquellas horas de la tarde, apretaba de lo
lindo aquellos días, lo que en esas fechas encaramaba hasta límites insospechados a la canícula
más asfixiante del momento.
Máquina segadora antigua (Foto Internet)Y así día tras día, cuando el reloj marcaba indefectiblemente las tres en punto de la tarde, o quizás
las cuatro en otras ocasiones y, sin telediario ni novela televisiva que llevarse al tiempo de las
horas tras la comida (aún la televisión no había llegado al pueblo) que permitiese un pequeño relax
de unos cuantos minutos a la sombra del interior de la casa, lo que obligatoriamente debía
ejecutarse a aquellas horas intempestivas de la tarde era enganchar las mulas a la máquina
segadora y tomar a continuación alguno de los caminos de salida del pueblo en dirección al
campo; con todo el calor de los rayos de sol aplanando cada uno de los instantes de la tarde,
partiendo en dirección a la finca que, realizadas con carácter previo las correspondientes
comprobaciones sobre la madurez o no del fruto sembrado, tocaría el turno de siega durante las
próximas horas.
Y, además, enfrentados al sol a cuerpo gentil en la práctica, solo cubiertas nuestras cabezas por un
sombrero que, en el mejor de los casos, llevaría ya varios veranos con nosotros, tratando de
mitigar en lo posible el calor tan asfixiante de aquellos momentos.
Por ello, los pasos en el camino devenían excesivamente lentos. A la par, el silencio en el campo
a aquella hora, contra lo que pudiese pensarse, no parecía ser total. Pues al ruido que ya de por sí
emitían nuestros pasos y el de las mulas, junto al de las ruedas de hierro de la máquina segadora al
desplazarse, se unía el de las incansables chicharras al borde del camino. Y, de vez en cuando, el
que producía algún pájaro que se veía en la necesidad de abandonar precipitadamente la sombra
que le proporcionaba la maleza del camino o algún árbol de mediana altura al pasar junto a ellos.
Nuestras miradas, sobre todo las de los chavales que acompañábamos a la familia tratando de
ayudar en las diferentes faenas, cansadas y como perdidas en la lejanía del horizonte; y el
pensamiento quizás embebido en los juegos que pensábamos retomar en la calle una vez
regresásemos al pueblo. En cambio las de los mayores, firmes en un punto del fondo del camino y
pensando en la mejor manera de encarar la faena próxima, para tratar de finalizarla antes de que la
noche hiciese acto de presencia.
Llegados a la finca objeto de la siega, cada uno de nosotros teníamos ya definido el cometido que
nos tocaba y a él nos aplicábamos con presteza.
Paso a paso, la máquina segadora iba depositando en el suelo la mies segada, que pronto, los
ayudantes convertíamos en una serie de morenas o montones dispuestos ya para un posterior
acarreo de la misma hasta la era.
Y, entretanto, el sol, por su parte, continuaba proyectando con una inusitada fuerza sus rayos más
potentes sobre todos nosotros, que nos veíamos en la necesidad de tomar algunos minutos para el
descanso; aprovechando entonces para dar el correspondiente tiento al botijo que guardaba aún
fresca el agua recién recogida en la fuente del pueblo antes de la salida, lo que nos permitía un
cierto respiro momentáneo al sentir cómo dentro de nosotros parecía mitigarse un tanto el calor.
Concluida la faena, con la canícula ya desaparecida en gran parte, coincidiendo en esencia con el
final de la tarde, el camino de regreso a casa resultaba con diferencia mucho más gratificante que
el de ida.
Para los mayores, porque se había podido finalizar el trabajo programado y esperaba en casa el
merecido descanso; y para los más pequeños, porque volveríamos en breve a coincidir en la calle
con el resto de amigos del pueblo para iniciar nuevos juegos a nuestro aire hasta bien entrada la
media noche.
Eso sí, al día siguiente más de lo mismo; y siempre con el asfixiante sol sobre nuestras cabezas
apenas cubiertas por aquel sombrero de marras.
José Javier Terán.
martes, 8 de abril de 2025
Me gusta la primavera
sábado, 5 de abril de 2025
NECROLÓGICA
Nuestro mas sentido pésame para toda la familia y en especial para Conrado y sus hermanas.
Descanse en paz
martes, 1 de abril de 2025
CUMPLEAÑOS ABRIL 2025
FELICIDADES PARA
HUGO (LAURA, MARÍA JESÚS),MARINA(TEOFILA),CONRADO
CARMEN (ANDRES), JULI (LEONCIO), AGUSTIN(CONSUELO)