No sabíamos muy bien los chavales de aquellos años explicar el
por qué, pero la llegada de la familiar figura de los “agosteros” a
algunas de las familias de Velillas, significaba que el verano había
comenzado de verdad. Nosotros gozábamos desde hacía algunos
días de las ansiadas vacaciones de verano y disponíamos de todo
el tiempo del mundo para estar en la calle con los amigos,
ocupados en mil batallas de juegos y actividades lúdicas de todo
tipo. Y, aunque sabíamos también que deberíamos arrimar el
hombro en casa en muchas de las tareas y faenas del campo
durante una gran parte de estos meses, nos gustaba el verano
por encima de todo.
Y era matemático durante aquellos años que, cada primero de
julio, apareciesen en el pueblo los agosteros y conviviesen con
nosotros como unos vecinos más. Se trataba de aquellos
jornaleros contratados por algunos agricultores del pueblo para
que les ayudasen en la dura brega veraniega, en los siempre
laboriosos y pesados trabajos de la recolección de la cosecha.
Su contratación, de forma casi exclusiva, había sido apalabrada y
sellada con un simple apretón de manos entre amo y criado el día
de San Pedro en Saldaña, en una de las plazas de la villa a la que,
según mandaba la tradición, debían acudir aquellos labradores
que precisaban de la contratación de algún agostero para las
faenas del campo durante los meses de julio y agosto e incluso
primeros días de septiembre.
Porque los trabajos del campo en estos meses eran continuados y
pesados, se trataba de contratar siempre a mozos bien fornidos
y de potentes brazos, que pudiesen sacar adelante la cosecha
llevándola hasta sus últimos términos, que finalizaba cuando el
grano estaba ya en la panera, hacia los primeros días de
septiembre.
Por lo general, durante estos meses pernoctaban en la propia
casa de quien les contrataba, llegando a formar parte de la
familia como uno más. Y, por ello, estaban presentes también en
las actividades y vida diaria del pueblo. Llegando, en ocasiones, a
formarse parejas tras conocer e intimar con alguna de las chicas
del pueblo.
La figura de los agosteros, andando el tiempo y tras desaparecer
de nuestros pueblos con motivo del avance en la mecanización de
los trabajos del campo, ha pasado a formar parte de la cultura
secular del mundo rural y a quedar en el recuerdo de los más
viejos del lugar.
Pero, qué duda cabe que, durante unos años, contribuyeron a dar
vida a los pueblos durante el verano, cuando prácticamente nadie
acudía a ellos para veranear –tal y como lo entendemos ahora-, y
quienes lo hacían, familiares de alguien que habían emigrado a
otras partes del país, si regresaban al pueblo era para ayudar
también en las faenas de la recolección.
Javier Terán.
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