domingo, 14 de marzo de 2021

Preparando la primavera




Al llegar estas fechas, ya nuestra maestra nos había hablado con profusión sobre la Primavera, máxime cuando, según nos había explicado con una cierta emoción tras haber leído algunos de los poemas que nuestra Enciclopedia de Tercer Grado de “Alvarez” incluía, la teníamos en puertas.

Aunque no sería sin embargo hasta aquella mañana, cuando nada más abrirse la puerta de la escuela para que pudiésemos salir al recreo los escolares de Velillas de aquel año, nos llamó la atención sobremanera ver cómo sobre la era que nos servía para nuestros juegos de forma habitual, habían comenzado a brotar cientos de margaritas, a grandes corros y esparcidas por toda la hierba de la era.

Entonces supimos sin ningún género de dudas, que el momento que nuestra maestra nos había estado anunciando, había llegado ya a nuestro pueblo.  Y, sin quizás demostrarlo en demasía, nos poníamos alegres a la vista de tanto colorido como había tomado nuestra era junto a la escuela. Y así estaríamos durante el resto de la mañana.

En el camino de regreso a casa fuimos observando los jardines de las casas frente a los que pasábamos y nos sorprendió gratamente ver cómo habían tomado ya un colorido más vistoso y se adivinaban ya las primeras rosas; pareciera como si de pronto se nos hubiese abierto con más fuerza el sentido de la observación a nuestro alrededor.

Sería, tal vez, que la primavera había comenzado a alterar la sangre de nuestros cuerpos y nos encontrábamos más alegres al comprobar que el sol brillaba con fuerza y a nuestro alrededor se extendía un colorido que no habíamos encontrado los días anteriores.

Todo aquello que observábamos, nos recordaba que era también momento para cambiar algunos de nuestros juegos de calle, retirando unos y dando entrada a otros que rescatábamos cada año del recuerdo al llegar estas fechas.

Y que, igualmente, debíamos ir pensando en una tarde para quedar el grupo de amigos y salir rumbo al campo en busca de nidos de pájaros entre las hierbas y zarzas del camino del río, el del molino y aquellos otros que corrían parejos a los principales arroyos que circundan el pueblo; eso sí, guardando en secreto el lugar exacto del nido descubierto, sin dar ningún tipo de pábulo al hecho, porque regresaríamos allí alguna vez más antes de que los polluelos hubiesen abandonado el nido.

Pero la primavera estaba recién llegada al pueblo y la recibíamos con alegría entre la chiquillería, pues, además, de pronto descubríamos que ya quedaba menos para que llegase el verano y, con él, las ansiadas vacaciones.


                                                                       Javier Terán.





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