martes, 22 de diciembre de 2020

¡Es Navidad…, era Navidad!

 

Era tiempo de Navidad, y los chicos y chicas de Velillas, que acabábamos de iniciar un pequeño período de vacaciones con la alegría que ello nos reportaba, estábamos felices. 

Porque, entre otras cosas, no tendríamos que acudir a la escuela durante unos cuantos días; y ello nos producía una alegría casi indescriptible, puesto que durante una temporada, que siempre considerábamos corta, estaríamos a nuestras anchas por el pueblo, no tendríamos que madrugar y tampoco dedicar un tiempo del día a la no siempre apetecible tarea de los deberes escolares. Así que encarábamos aquellos días con inmensa alegría.

En el ambiente del pueblo, las gentes se preparaban también para la Navidad y, aunque no había llegado todavía hasta allí la costumbre de colocar luces especiales en las calles y fachadas de las casas, que propiciasen un contexto de fiesta aún mayor si cabía, ni por supuesto el vistoso árbol de Navidad, que llegaría algunos años después; había empero y por encima de todo una sensación general grata y alegre, que hacía que el marco que envolvía a estas fiestas alcanzase la denominación de entrañable y familiar al cien por cien.

Y así era ya desde el primer momento de las vacaciones, que coincidía precisamente con la colocación del Portal de Belén en el interior de la iglesia, trabajo supervisado por la maestra y algunas de nuestras madres.  Y claro, algunos de nosotros teníamos también un cometido especial, pues éramos los encargados de buscar en el campo el tradicional musgo o verdín que no podía faltar en el Portal.

Elegíamos el más vistoso y que más colorido tuviese, que llevábamos corriendo hasta la iglesia, donde estaba ya montándose el particular Nacimiento del pueblo con la ayuda de todos nosotros, los chavales y chavalas de Velillas; quienes nos habíamos preocupado en especial de que los tres Reyes Magos a bordo de sus camellos, estuviesen en el camino justo de Belén.

Al finalizar el día, todo quedaba ya perfectamente montado y dispuesto para que luciese con motivo de los grandes actos de Navidad allí en el interior de la iglesia: la misa del gallo, en la que tanto nos gustaba participar por lo particular de la misma, la solemne misa y actos religiosos del día de Navidad, la misa grande de Año Nuevo y la misa tan especial del día de Reyes, que siempre se nos hacía particularmente larga, porque estábamos deseando salir de allí y correr hasta casa para poder seguir jugando con los juguetes y juegos que sus Majestades nos habían traído esa noche.

Entretanto, instalado el Belén, ya los días iban a ser enteros para nosotros y nuestros juegos.  Y nuestras conversaciones, dadas las fechas en las que estábamos, iban a tener un denominador común casi en cada ocasión: los juguetes y regalos que los Magos de Oriente nos iban a traer; donde, de manera general, nuestra imaginación se desbordaba hasta límites insospechados pensando en ellos.

La nieve había hecho acto de presencia también por aquellos días, así que nuestro ámbito de juegos había aumentado ostensiblemente.

A la par, los días pasaban bastante deprisa y, entre juego y juego, estábamos ya en la noche de Reyes; así que nuestra ilusión era máxima pensando en lo que a la mañana siguiente encontraríamos junto a nuestros zapatos depositados estratégicamente junto a la ventana del salón de la casa…

 

Y desde la actualidad del hoy, ¡Feliz Navidad! para las buenas gentes de nuestros pueblos, y también para aquéllos que visitan este Blog de Quintanilla.

 

Javier Terán




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