Era tiempo de Navidad,
y los chicos y chicas de Velillas, que acabábamos de iniciar
un pequeño período de vacaciones con la alegría que ello nos reportaba,
estábamos felices.
Porque, entre
otras cosas, no tendríamos que acudir a la escuela durante unos cuantos días; y
ello nos producía una alegría casi indescriptible, puesto que durante una
temporada, que siempre considerábamos corta, estaríamos a nuestras anchas por
el pueblo, no tendríamos que madrugar y tampoco dedicar un tiempo del día a la
no siempre apetecible tarea de los deberes escolares. Así que encarábamos
aquellos días con inmensa alegría.
En el ambiente
del pueblo, las gentes se preparaban también para la Navidad y, aunque no había
llegado todavía hasta allí la costumbre de colocar luces especiales en las
calles y fachadas de las casas, que propiciasen un contexto de fiesta aún mayor
si cabía, ni por supuesto el vistoso árbol de Navidad, que llegaría algunos
años después; había empero y por encima de todo una sensación general grata y
alegre, que hacía que el marco que envolvía a estas fiestas alcanzase la
denominación de entrañable y familiar al cien por cien.
Y así era ya
desde el primer momento de las vacaciones, que coincidía precisamente con la
colocación del Portal de Belén en el interior de la iglesia, trabajo
supervisado por la maestra y algunas de nuestras madres. Y claro, algunos de nosotros teníamos también
un cometido especial, pues éramos los encargados de buscar en el campo el
tradicional musgo o verdín que no podía faltar en el Portal.
Elegíamos el
más vistoso y que más colorido tuviese, que llevábamos corriendo hasta la
iglesia, donde estaba ya montándose el particular Nacimiento del pueblo con la
ayuda de todos nosotros, los chavales y chavalas de Velillas; quienes nos
habíamos preocupado en especial de que los tres Reyes Magos a bordo de sus
camellos, estuviesen en el camino justo de Belén.
Al finalizar
el día, todo quedaba ya perfectamente montado y dispuesto para que luciese con
motivo de los grandes actos de Navidad allí en el interior de la iglesia: la
misa del gallo, en la que tanto nos gustaba participar por lo particular de la
misma, la solemne misa y actos religiosos del día de Navidad, la misa grande de
Año Nuevo y la misa tan especial del día de Reyes, que siempre se nos hacía
particularmente larga, porque estábamos deseando salir de allí y correr hasta
casa para poder seguir jugando con los juguetes y juegos que sus Majestades nos
habían traído esa noche.
Entretanto,
instalado el Belén, ya los días iban a ser enteros para nosotros y nuestros
juegos. Y nuestras conversaciones, dadas
las fechas en las que estábamos, iban a tener un denominador común casi en cada
ocasión: los juguetes y regalos que los Magos de Oriente nos iban a traer;
donde, de manera general, nuestra imaginación se desbordaba hasta límites
insospechados pensando en ellos.
La nieve había
hecho acto de presencia también por aquellos días, así que nuestro ámbito de
juegos había aumentado ostensiblemente.
A la par, los
días pasaban bastante deprisa y, entre juego y juego, estábamos ya en la noche
de Reyes; así que nuestra ilusión era máxima pensando en lo que a la mañana
siguiente encontraríamos junto a nuestros zapatos depositados estratégicamente
junto a la ventana del salón de la casa…
Y desde la
actualidad del hoy, ¡Feliz Navidad! para las buenas gentes de nuestros pueblos, y
también para aquéllos que visitan este Blog de Quintanilla.
Javier Terán
No hay comentarios:
Publicar un comentario