lunes, 24 de febrero de 2020

¡Celebrando el antruido!



Acercándose estas fechas en el calendario, en nuestros ratos de ocio –incluidos los recreos de la escuela-, era bastante común el que nos planteásemos qué íbamos a hacer en el ya cercano martes de carnaval.  Y en particular, quién de las familias del pueblo nos podía acoger aquel año en su casa a los chavales de Velillas ese martes de carnaval, para hacernos la habitual cena de antruido – en la que no faltaba la tradicional tortilla-, con las viandas que nosotros, los niños y niñas del pueblo, habríamos recogido pasando durante toda la tarde casa por casa y demandando algunos víveres que compartiríamos luego en la cena.

Que, en cuanto al otro aspecto común que encierra el Carnaval, el disfrazarse vistiendo de tal o cual guisa, a tan corta edad, apenas si lo practicábamos.
Acción que, en cambio, sí tenían a gala y así la ejercían con abultado éxito los mozos y mozas del pueblo, vistiendo en especial viejas ropas de los abuelos de la familia –donde nunca faltaba el consabido y ajado sombrero-; conjunto que, al ser portado por la gente joven del pueblo, lograba de manera clara el efecto de disfraz en estado puro.

Y así, disfrazados y haciéndose acompañar en ocasiones de esquilas y cencerros y algún apañado tambor de hojalata, recorrían el pueblo; propiciando más de un susto en alguna ocasión, al no ser reconocidos por algún vecino.   

Entretanto, los más chicos recorríamos también el pueblo provistos de una cesta de mimbre donde íbamos depositando las patatas, los huevos, el pan, los chorizos…, que constituirían el fundamento de nuestra posterior cena de antruido.

De esta guisa, el jolgorio, por una parte de los mozos y quintos, y por otra de los chavales, estaba asegurado en la noche del martes de carnaval.

                      Javier Terán.




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