Andando el
tiempo, después de unos cuantos años alejado del lugar, uno mira la foto de aquella
fuente de antaño al final del sendero junto al árbol que le daba sombra y
pegada prácticamente al caserío del pueblo. Y siente como si ahora la realidad se mostrase
mucho más ligera y recogida, a la par que cercana, a la contemplación.
Quizás por ello, el recuerdo se hace
presente de inmediato, a pesar del tiempo transcurrido. Y no puedo por menos que rememorar cuántas
veces, cuando chaval, mis pasos me llevaron hasta esta fuente, especialmente en
el tiempo de verano, botijo en mano, para recoger aquel agua tan fresca que de
su interior manaba y que mitigaba con profusión la sed de los cansados jornaleros
que en las eras, junto a nuestra escuela, bregaban con la mies a pleno sol
abrasador de julio y de agosto.
Aún recuerdo con meridiana claridad,
cómo el agua fresca de aquel botijo, recién acarreada por mí, parecía darles
vida por momentos para poder continuar cada día con la faena. Que era mucha y muy pesada.
A veces, en estos pequeños viajes de
ida y vuelta desde la era hasta la fuente, y a pesar del sol de justicia que
caía sobre el pueblo, me entretenía algún tiempo rastreando la presencia de
alguna rana despistada o, en ocasiones cantarina, en el arroyo que discurría
paralelo al sendero de la fuente.
O también, observando las rápidas
evoluciones de algún pequeño renacuajo sobre el agua de este arroyo. O las vistosas mariposas que me acompañaban en
ocasiones en el camino, bien a la ida o bien a la vuelta, revoloteando alegres
a mi alrededor.
Y, si la urgencia del agua fresca no
era mucha, olvidaba por momentos el mandado y me entretenía también buscando el
nido de aquel pájaro del campo que había salido de pronto despavorido frente a
mí de entre los matorrales del camino. Y
si lo encontraba, lo guardaba para mí como el mayor de los secretos. Observando
en los días posteriores la evolución de los polluelos con exquisito cuidado;
hasta que un buen día, al mirar en su interior me encontraba con que el nido
estaba ya vacío porque los pajarillos habían crecido lo suficiente y habían
volado huyendo del lugar…
En tanto que el encargo que se me
hacía, mientras hubiese faena en las eras del pueblo, se repetiría día a día;
lo que me llevaría a tener que recorrer de ida y de vuelta aquel sendero hasta
la fuente en repetidas ocasiones, y transportando en mi botijo aquel agua tan
fresca que tanto bien hacía a los obreros de la mies.
Sendero, que puede que aún guarde,
siquiera en el recuerdo, alguna huella de mi paso por él durante tantas
jornadas de los estíos de Velillas de
aquellos años.
José Javier
Terán.
1 comentario:
Hermosa foto y entrañable texto. Si no hay impedimento, me gustaría editarla en mi blog para la edición de la cantiga 227 de Alfonxo X el Sabio.
Saludos y muya agradecido.
http://hasieran-kobazuloa.blogspot.com/
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