viernes, 23 de agosto de 2019

RECUERDOS , Secreto Y VACIADOS

 RECUERDOS 

 Siento los rayos de sol y la brisa del cierzo en mi piel…. Piel arrugada por el paso del tiempo junto con un cuerpo cansado de caminar, que ahora descansa sentado junto a su hija esperando el atardecer…

 Cierro los ojos y aún puedo recordar, como si fuera ayer, a mi madre con esas manos suaves y ese olor a lavanda arreglar mi pelo para ir a la escuela y acariciar mi piel.

 Cuando me quise dar cuenta, al abrir mis ojos, era yo la madre, que arreglaba el pelo a mi hija y acariciaba su piel. Sin saber ni cómo ni por qué llegó el día en que mi hija con sus manos fuertes era la que me peinaba y acariciaba mi fragilidad.

 La felicidad embarga mi ser por sentirme acompañada, cuidada y querida. Recuerdo con anhelo todos los momentos vividos contigo, no siempre felices, aunque igualmente me recuerdan a ti.

 Ahora serena, con los ojos cerrados para poder recordar, el sol y la brisa acariciando mi piel, agarro fuerte la mano de mi hija, esperando a que llegue ese ansiado atardecer.

Deseando que algún día ella cierre sus ojos para recordar mi piel y que, agarrada a alguien también, sienta el calor de otra piel esperando su atardecer.


                                                 Rocío Gómez Tejerina




Secreto 

Se acercó, me miró a los ojos y dijo: “no enseñes a nadie esto que te he escrito”. Fue pasando el tiempo y guardé el secreto, como las semillas que no dicen nada hasta que germinan. Esperé paciente a la primavera, esa época en la que los deseos de las semillas se revelan. Esta primavera gotas de lluvia han roto el silencio y… ¿sabéis que cuentan? Cuentan que hace tiempo, una bella tarde, él me escribió un poema. Con notas de lluvia, paciencia y luz del sol, de aquellas palabras que fueron secreto surgió una canción que hablaba… de amor.

                                               Raquel Sangrador Fontecha


VACIADOS

           Se acurrucó en la mecedora, mientras escuchaba los rugidos de la máquina excavadora acercándose a los desgastados muros de su vivienda. Era la única casa del pueblo que aún quedaba en pie y su solitaria inquilina, Gloria, una maestra recién jubilada, se negaba a dejar lo que tiempo atrás había sido su escuela, su hogar y su vida, y que ahora, en un pueblo vacío de niños, de mayores y excluido cualquier futuro, era tan solo un edificio ruinoso a punto de ser demolido.

        Un operario la avisó de nuevo para que le hiciera caso. Para que tomara su exigua maleta y abandonara por fin el inmueble. El tiempo, reflexionó finalmente Gloria, se había acabado para aquel pueblo: vaciado por la falta de apoyos, y por la indiferencia, la frialdad y el desinterés de las instituciones, que le cerraron todas las puertas del progreso, lo que provocó el éxodo paulatino de sus habitantes.

        La excavadora asomaba ya por las ventanas de la antigua escuela. A falta de cristales por el abandono, los habían sustituido con amarillentas hojas de cuaderno y arrugados dibujos que un día fueron primorosas cuartillas de exámenes o ilustraciones infantiles soñando con ser artistas y con muchos oficios más.

        Lentamente, Gloria, -que nombre tan esplendoroso para tan adverso final, se dijo entre dientes-, obedeció las órdenes del trabajador. Bajó las escaleras. Abrió la puerta que conducía a la calle y sin volver la vista atrás se dirigió hacia la carretera con la esperanza de encontrarse con algún coche que la llevara hasta la estación de tren más próxima… Para comprar un billete con destino a ninguna parte, en cuyo reverso pudiera leerse: “Para ser utilizado el día en que tengas que luchar contra la desmemoria y el olvido”.



                                                        Isabel Calle Montes





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