viernes, 10 de octubre de 2014

La perspectiva de la ciencia


Hace poco, con motivo del lanzamiento de un satélite al espacio, escuché a alguien decir: “no entiendo cómo pueden gastarse ese dinero con el hambre que hay en el mundo”. Personalmente me uno a la dificultad de comprender cómo en este planeta pueden coexistir mundos tan diferentes en que mientras unos mueren de hambre, la preocupación de otros es cómo adelgazar; sin embargo culpar al coste de la ciencia de esa injusta desigualdad me parece igualmente injusto; uno podría pensar que ello es debido a la ineficiente distribución de los recursos naturales; pero tampoco soy capaz de comprender por qué un futbolista mediocre tiene un sueldo muy superior al de un excelente cirujano, y mucho me temo que esta contradicción la impone la sociedad.
Ciertamente lo que frecuentemente pedimos a la ciencia son resultados útiles e inmediatos como, por ejemplo, un remedio contra el cáncer pero la experiencia nos dice que, en la mayoría de las ocasiones, los resultados científicos han ido por delante de su propia comprensión y han encontrado su utilidad mucho después de su descubrimiento; magnífica expresión la de Isaac Asimov al afirmar que la frase más frecuente tras un descubrimiento científico no es: “Eureka, lo encontré!” sino “qué raro…”. Y si no vean la anécdota de  un “grande” de la ciencia, como Michael Faraday, inventor nada menos que de la electricidad en el siglo XIX:  cuando el primer ministro británico visitó su laboratorio, señalando a una máquina muy divertida, le preguntó para qué servía. “No lo sé, pero apuesto a que algún día el gobierno le pondrá un impuesto”, dijo Faraday; la maquinita en cuestión era el motor eléctrico presente en la práctica totalidad de máquinas industriales y domésticas  que hoy mueven el mundo.
Cierto que en asuntos del espacio (y estoy arrimando el ascua a mi sardina) la utilidad de los descubrimientos es más difícil de vislumbrar a corto plazo, aunque no olvidemos que el tubo de dentífrico, el microondas y el velcro que usamos en la ropa son avances de la vida en las estaciones espaciales en que viven y experimentan los astronautas. Y ya, por ponernos filosóficos, podríamos decir que saber si hay vida en Marte o si la vida en la Tierra se inició desde el espacio exterior no nos sacará de la crisis económica pero el conocimiento es una inquietud humana que nos diferencia, como seres inteligentes, de otros seres vivos. Igual le pasa a la expresión artística, como necesidad de desarrollo humano; y puestos a comparar todos los cuadros de Van Gogh están más valorados económicamente que una misión espacial de reconocimiento en Marte. Volvamos a la afirmación inicial ahora y juzguemos si la ciencia es cara.
Después de todo hay que reconocer, al menos, que es divertida y que los científicos hacen ciencia porque les gusta y nadie mejor que un premio Nobel  de Física como Richard Feynman para expresarlo: “la ciencia es como el sexo; obviamente puede tener resultados prácticos pero los que nos dedicamos a ella no lo hacemos precisamente por eso”.  Dicho esto, cada cual decidirá la perspectiva que más le convence.



                                                             Abel


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