martes, 8 de julio de 2014

De mi vieja escuela



Escuela de Velillas del Duque (Foto tomada de Internet).

Uno enfila todavía hoy la calle principal del pueblo y la vista se encuentra de inmediato con ella.  Allí, junto al otrora importantísimo pozo artesiano de la localidad, también recuerdo del pasado y rindiendo fe de aquel otro tiempo; pegada a una de las eras del pueblo y con amplias vistas sobre el inmenso campo en toda su lejanía, se levanta, todavía hoy firme e hierática, la vieja escuela de Velillas del Duque.
Testigo, como pocos del paso inexorable del tiempo desde que la abandonase el último de los alumnos hace ya un buen pellizco de años, ha permanecido no obstante en pie día tras día, año tras año, con las oportunas obras de conservación y  luego de remodelación para convertirla en lo que ahora es, el lugar común de encuentro para todos los vecinos de Velillas.  
Pero guardando aún entre sus cuatro paredes infinidad de recuerdos de un tiempo en el que la voz de la maestra sonaba firme y cargada de autoridad, mientras nos trasladaba a todos nosotros, sus alumnos de aquel entonces, los conocimientos que marcaban la lección del día. 


Y que nosotros recibíamos con los cinco sentidos puestos en la materia, deseosos de aprender cada día y de conocer nuevas realidades que superasen las reducidas experiencias que nos eran dadas obtener en el pequeño reducto del pueblo.
Por eso, el recibir en la escuela día a día nuevas lecciones por parte de nuestra maestra, nos servían de ayuda para abrirnos un poco más al mundo y ser conscientes de que fuera de nuestros límites territoriales –léase nuestro pueblo y alrededores, Quintanilla, Saldaña, Palencia capital y alguna pequeña excursión algo más lejana- existían otras gentes y otros espacios; otro mundo en definitiva que algún día, sirviéndonos de estos primeros conocimientos y otros más que recibiríamos sin duda andando los años, seríamos capaces de conocer e interactuar con él.
Pasaron los años, muchos incluso desde aquellos años 60-70 de nuestra niñez, y un primero de junio de 2014, unos cuantos de aquellos pequeños y pequeñas que la pisáramos e hiciéramos nuestra por primera vez, hoy ya unos hombres y mujeres de bien, hechos y derechos, regresamos a Velillas por un día y, junto a nuestra maestra de aquellos años, volvimos a pisar nuestra escuela de aquel entonces, en un apretado homenaje a esta última por su interés y desvelos para con nosotros.
La emoción del reencuentro pronto lo pudo todo y fue inundando por momentos las conversaciones de los presentes, con unos recuerdos a flor de piel que fluían con absoluta generosidad hacia quien en aquellos primeros años y justo en aquel recinto, nos dirigiera los pasos en materia educativa.
Al acabar la jornada, y abandonar el pueblo hacia nuestros destinos, una última mirada de reojo a nuestra escuela nos hizo revivir por un momento un sinfín de acontecimientos del ayer y del hoy...

                                                                   JAVIER 

1 comentario:

Javier dijo...

¡Ahí está!, la escuela de mi pueblo, Velillas; coqueta y arrebujada en torno a su espacio, pero fiel testigo del paso del tiempo. Y, por azares del destino, a su vera, al remanso de una de sus paredes -justo la que se muestra al lado derecho de la fotografía-, se formaba en aquellos años la “Solana” de Velillas. La integraban los hombres del pueblo –que las mujeres tenían otra “Solana” diferente en otra zona del pueblo-, y allí hablaban de sus cosas y de las de los “otros”; de las noticias y aconteceres de Velillas y de los pueblos de alrededor; de sus pensamientos y del mercado del próximo martes en Saldaña; de sus alegrías y de sus penas; de si llovía o hacía frío; de los campos en flor y de las cosechas que se esperaban, así como de las realmente recibidas...
En tanto su vista se recortaba por momentos al fondo del paisaje, frente a la lejanía de los campos que ellos cultivaban cada año; y con la mirada de hito en hito en la carretera que dividía este paisaje a una corta distancia de donde ellos se encontraban; por la que de vez en cuando pasaban algunos vehículos, muchos de los cuales hasta lograban identificar a base de verlos pasar una y otra vez…
Y así un día tras otro, en los momentos en los que sus labores en el campo les dejaban alguna hora libre, con más asiduidad en los días del crudo y frío invierno. Y siempre al remanso de la escuela; donde, coincidiendo en el tiempo, los más pequeños nos formábamos y educábamos bajo la sabia dirección de nuestra joven maestra de feliz recuerdo. Javier.