domingo, 27 de enero de 2013

Ir a por agua al pozo


  
Hubo un tiempo, cuando el agua corriente no estaba todavía generalizada en las casas de nuestros pueblos, que para disponer en los hogares de este indispensable elemento diario había que acarrearlo previamente desde el pozo o la fuente públicos hasta la casa, haciendo uso de determinados cacharros o recipientes de una probada capacidad.  
Y esta tarea, verdadero rito cotidiano en los hogares y las familias de aquel entonces, quizá por considerarse que los más pequeños de la casa, llegada una determinada edad, podían realizarla de una manera perfecta y exitosa con un mínimo de instrucciones, aparte de terminar siendo rutinaria su ejecución, se recurría a ellos en muchas ocasiones para llevarla a cabo.
Pero, claro, ellos, los más pequeños, tenían también sus ocupaciones, sus juegos, sus cosas que hacer, ¡faltaría más!; y, por esto, no siempre se les “pillaba” en el mejor momento y dispuestos a dejar sus “cosas” para cumplir esta tarea en el instante justo que los mayores les requerían para hacerla.  Mas, era evidente que, al final, lo que tocaba, también en este caso, era obedecer…  Aunque, de vez en cuando, se consiguiese igualmente algún pequeño pacto con los mayores que, a buen seguro, les beneficiaba a los primeros en algo de alguna manera, por mínimo que esto fuese.   
Y claro, como en ocasiones se producían imponderables de diverso calado entre las partes, tales como algún pequeño despiste en el camino de ida o de vuelta del pozo, algún descuido no buscado ni propiciado en el trayecto…, las consecuencias acababa pagándolas el de siempre, el pobre cántaro, que terminaba haciéndose añicos en algún momento del recorrido, sin saber muy bien cómo había podido pasar, claro…
Eso sí, en este cometido quienes no ponían ningún tipo de pega para ir a buscar agua del pozo, fuese a la hora que fuese, eran los ya mozalbetes de la familia; y es que podía ocurrir que, al revolver una esquina, ¡azares del destino!, se encontrasen de manera inopinada con la niña de sus ojos, a la que acompañarían gustosos hasta el pozo.  Y a la vuelta, entre frases de amor, requiebros y algún que otro arrumaco, le ayudarían, muy gentiles ellos, a transportar hasta casa el pesado cántaro de agua…
Tiempo después, con la llegada del agua corriente a las casas, se perdería el motivo y la necesidad de este “romántico” paseo hasta el pozo.  Cosa que agradecerían los más pequeños.  Pero que, sin embargo, por parte de los más mocitos de la casa se buscarían excusas nuevas para que este itinerario no se perdiese del todo y pudieran así seguir galanteando a sus amadas en el camino del pozo…  

                                                                                     Javier



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