En
aquellos inviernos largos en exceso y fríos a más no poder de nuestra Castilla,
cuando muchas veces en la familia lo que sobraba a buen seguro era tiempo y lo
que faltaba en demasía era diversión; con un viento helador y cortante silbando
con fuerza tras cada revuelta de la calle y colándose por cada resquicio hasta
el interior de las casas; qué mejor que reunirse la familia en torno a la
habitación que disponía de la famosa glorieta, con la “gloria” a tope de tiro
después de haberla “enrojado” de lo lindo con algunos troncos de los excavados
y extraídos de la vieja viña; y allí, al calor del hogar, poner en común una
retahíla de historias de la vida, del presente y del pasado, y con un mensaje
de futuro para los más pequeños de la casa.
Donde
los abuelos se hacían destacar siempre por sus tiernas y, a veces, heroicas
historias de su pasado más inmediato, vividas incluso en tierras lejanas, que
toda la familia escuchaba con extremado interés –la veteranía siempre ha sido
un grado-, y que los más pequeños, boquiabiertos y embobados del principio al
final, gustaban de hacer suyas en ocasiones con su grupo de amigos,
trasladándolas horas después a su presente e imaginando un sinfín de aventuras
parejas.
Andando
los años, la televisión irrumpiría con fuerza en los hogares, las familias
comenzaron a andar apresuradas de acá para allá y agobiadas de tiempo, se
generalizó la calefacción en todas y cada una de las estancias de la casa…, y
en los inviernos de Castilla, quizá menos largos y menos fríos ya, se perdió
por razones obvias la costumbre de narrar historias al calor de la “gloria”.
Javier